viernes, 24 de julio de 2015

Malum signum

A la entrada del pueblo de don Quijote hay unas eras. Dos muchachos están riñendo, uno se llama Periquillo y el otro…

-El otro soy yo, señora.

¿Quién me habla? Me ha parecido oír una voz infantil.

-Aquí estoy, en la extraña máquina que usted manipula. Un malandrín encantador me encerró aquí. Soy el mochacho que riñe con otro, mi amigo Periquillo. Ya sabe, el motivo es la posesión de una jaula de grillos.



No le puedo decir mi nombre, señora escribiente, porque el señor Cervantes no me concedió esa gracia. El moro de los pliegos, don Cide, tampoco lo hizo…

Soy un insignificante personaje secundario del famoso libro, en el cual cabalga don Quijote de la Mancha, un hidalgo de mi pueblo que ahora vuelve, después de un tiempo fuera, más loco que nunca. Y su criado es Sancho Panza, un labrador bien conocido aquí.

Soy tan poca cosa que sólo me dan una línea, diecisiete inocentes palabras acerca de una jaula de grillos, un “chincha rabia” para mi amigo Periquillo, que se ha quedado sin sus grillos.

Pero cuando don Alonso lo oye se pone tristísimo y más blanco que la pared. Dice mi padre que el hidalgo está loco, loco, como los enjaulados de la Casa del Nuncio…por eso será. Oye mis palabras y le dice a Sancho Panza que he hablado de una desconocida señora Dulcinea. Que no va a verla más, que yo he dicho eso. Nooooo.

El padre de Sanchico quiere responder pero aparece, de repente, una liebre que viene huyendo, seguida de galgos y cazadores.



El animalito se agazapa, debajo del rucio, Sancho la coge al vuelo por las orejas y se la muestra a don Alonso que grita “malum signum”, un latinajo como los del cura. Y otra vez con la señora Dulcinea, a la que no conocemos, que de este lugar no es…Todos sabemos que toparse con una liebre da muy mala suerte, es de mal agüero, cómo no lo va a saber nuestro vecino.

Y conoce que es mal signo, pero Sancho se lo quiere quitar de la cabeza. Mira tú quién lo dice, con la fama que tiene en el pueblo de necio, con poquísima sal en la mollera. Que si la liebre es Dulcinea, los galgos son los malandrines, la rabona huye, Panza la atrapa y la pone en los brazos...no hay mal agüero que valga.

Me llego con Periquillo a ver bien a la liebre y Sancho me pregunta por qué reñíamos. Yo le cuento que le quité una jaula de grillos a mi amigo y le dije que no la vería más en toda su vida. Y me quedo con la boca abierta cuando veo que echa mano a la faltriquera y me da cuatro cuartos por la jaula. ¡El padre de Sanchico ha vuelto rico! ¡Bien!

Pone la grillera en manos de don Alonso y pronuncia un discurso como los del señor alcalde. Que si ha rompido y desbaratao esos agüeros, que ya dice el señor cura que no es de cristianos ni de discretos creer en ellos, Y le recuerda cuando le dio a entender que son tontos los que así lo hacen.



Llegan los cazadores, piden su liebre y el hidalgo se la da. A Periquillo y a mí se nos pasa el enfado y seguimos, en su camino, a estos dos vecinos tan extraños. ¿Y sus jumentos? El rucio lleva encima una tela con llamas de fuego pintadas y un cucurucho en la cabeza. Vamos caminando detrás y se van incorporando otros muchachos. ¡Qué risa!

En un pradecillo, al lado del camino, vemos dos personas de mucho respeto: nuestro cura y el bachiller Sansón Carrasco. No se nos hubiera ocurrido invitarlos a nuestra comitiva pero, en cuanto ven a don Quijote, se dirigen a él con los brazos abiertos.



Don Alonso se apea, los abraza estrechamente y todos juntos a la casa de los Quijano.
Uno de mis amigos anima a toda la chiquillería del pueblo, tienen que ver al asno “más galán que Mingo” y a la bestia flaca de don Quijote.

El ama y la sobrina de don Alonso están avisadas y le esperan a la puerta. También acude Teresa Panza, mal vestida y mal peinada, con su Sanchica. Del Sanchico, ni rastro. A la buena mujer le extraña verlo “a pie y despeado”, dice que más parece desgobernado que gobernador. ¿Gobernador Sancho Panza? ¿Se ha vuelto tan loca como su señor amo?

El porro de su marido le anuncia que trae maravillas y dineros. Teresa alegra la cara, que le da igual cómo los haya ganado. Sanchica abraza a su padre, con la carita muy risueña, qué tendrá lo de los dineros, interesándose por si trae algo. Su padre la agarra y la sube en el burro. Se van los tres a su casa y dejan a don Quijote en la suya.

Don Quijote se aparta a solas con Sansón y con el cura y yo me quedo sin saber lo que hablan. Mi madre me dice que no debo escuchar las conversaciones de los mayores, pero me puede la curiosidad. He de enterarme en qué para la locura de don Quijote.

Se retiran al estrado que suele usar Antonia, la sobrina de don Alonso. Yo voy detrás y me quedo tras la puerta que no queda cerrada del todo. El ama y la sobrina hacen lo mismo que yo, qué curiosas.

Don Alonso cuenta que fue vencido y debe estar un año sin salir de la aldea. Dice que va a ser pastor, qué risa me da imaginar al hidalgo rodeado de borregos. En el campo estará solo, pero muy entretenido, hablando de amores. Pide al cura y al bachiller que le acompañen si pueden. Él comprará las ovejas suficientes y cada uno tendrá un nombre de pastor. Quijotiz, Carrascón,  Curambro y Pancino. Ja, ja, nunca conocí pastores con nombres así. Menuda cara ponen Curambro y Carrascón, quedan pasmados pero se le ofrecen como compañeros.



Se pone a hablar el socarrón de Carrasquillo . Dice, que todo el mundo sabe, es poeta y hará escribirá versos y versos de pastores. Irán por ahí y no dejarán árbol donde no pongan el nombre de una zagala.



Don Quijote ya tiene a su Dulcinea del Toboso. Dice que es la “nata de los donaires”, nata…qué rica.

El cura también buscará pastoras, eso sí que es nuevo, pensaba que los curas no podían hacer eso.

Sansón dice nombres de pastoras, a cual más raro: Filidas, Belisardas, Galateas… Y si hace falta se les cambia el nombre: Ana será Anarda, Francisca será Francenia…y Sancho tendrá a su Teresaina. Yo conozco a una que se llama Mariquilla: fuerte, recia y bigotuda.

Don Quijote se ríe de esas ocurrencias de Carrasco. El cura también está de acuerdo. Se despiden de él y le aconsejan que cuide su salud, eso que siempre dicen los mayores.

El ama y la sobrina están deseando que se vayan las visitas, para hablar con don Alonso. Antonia se enfrenta a su señor tío. Ahora que pensaban que iba a estar tranquilo y se quiere hacer pastorcillo. Le dice algo del alcacel, creo que le está llamando viejo.

El ama le pregunta si podrá soportar los calores, los fríos, los lobos. Ella piensa que no, que eso es para hombre criados para pastores, desde muy pequeños. Lo que tiene que hacer es estarse en casa, atender a su hacienda, confesarse y favorecer a los pobres. Lo que hace un buen hidalgo. El ama es vieja, tiene ya cincuenta años y sabe lo que le dice.

Don Quijote les pide que callen, que él sabe lo que ha de hacer. No está muy bueno y necesita que le lleven al lecho. Sea pastor, sea caballero andante, acudirá a lo que ellas necesiten. Está diciendo que las quiere ¿verdad?




Lo llevan a la cama, le dan de comer y le tratan con mimo. Y me voy, que me van a preguntar estas buenas mujeres, y vuestra merced de la misma manera, qué hago aquí.

Me voy señora escribiente, ya sabe que soy el anónimo amigo de Periquillo. Un niño sabio.

Sólo nos queda uno. Un abrazo de:

María Ángeles Merino


Copiado del blog "La arañita campeña", de la entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/10/malum-signum.html

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