jueves, 23 de julio de 2015

Don Álvaro Tarfe, el personaje tránsfuga.


Un caminante a caballo.


Nuestros dos amigos, que a estas alturas lo son mucho, pasan el día, en el mesón, esperando a que caiga la noche. Sancho ha de acabar su tanda de azotes, don Quijote desea ver a Dulcinea desencantada, como resultado del vápulo. En esto, llega uno que camina a caballo, con sus tres o cuatro criados y, uno de los tres o cuatro, le anima a descansar en la posada, limpia y fresca, al parecer. Se dirige a él como don Álvaro Tarfe. ¿Quién será este señor que camina a caballo?

Vaya, hacía tiempo que no me pasaba este fenómeno informático. Mi ordenador recibe visita, algún personaje de esos que se aburren en el limbo. Habrá querido aprovechar, puesto que a esta quijotesca lectura le está llegando su fin. Ahí está en la pantalla emergente. Veamos: no es el galeote, ni el mayordomo, ni una dueña… Subo el altavoz, a ver qué dice.

Saludo a vuestra merced, mujer escribiente que manipula esa extraña maquinita luminosa. No, no soy el de los remos. Está claro, dada mi elegante indumentaria, que mi condición social no es la de un sirviente. Y, muy ebria o ciega ha de estar vuestra merced para confundirme con una bigotuda dueña. Titiritero, cura, barbero...cese de decir disparates y póngase esos espejuelos que descansan sobre su mesa.

Le cuento mi aventura. Ésos que dice y muchos más me persiguen sañudamente hasta aquí, cantazo va, cantazo viene, invitándome a tomar una buena ración de sopa de arroyo. Me gritan que ese lugar es para los personajes del verdadero Quijote y que yo pertenezco a uno apócrifo y más falso que Judas.

No me escuchan cuando les digo que, aunque nací en esa falsa segunda parte del Quijote tan odiada, Miguel de Cervantes me reconvirtió. Por obra y gracia de su pluma, nací auna nueva vida como personaje suyo, incluyéndome en su capítulo LXXII de su verdadera segunda parte.

Han de saber que soy Álvaro de Tarfe, de los Tarfes de toda la vida, en la bella ciudad de Granada. ¿Morisco? Así es, soy natural de aquella nación desdichada y poco prudente, sobre quien han llovido las desgracias. Maguer de moriscos padres engendrado, cristiano soy y no de los fingidos.


"—Yo, señor —respondió el caballero—, voy a Granada, que es mi patria" Granada morisca en el "Civitates Orbis Terrarum"

Si a vuestra merced le place, le daré mi versión de ese septuagésimo segundo que me coloca en la mesma categoría que esos iracundos personajillos.

Aquel día, entro en una manchega posada y mi sirviente me anima a descansar, a la vista de su limpieza y frescura. Un extravagante caballero, que más tarde se me presentará como don Quijote, está hablando con su criado y me parece oír mi nombre.

La huéspeda me da una sala baja, enjaezada con esas rústicas sargas tan habituales en esta tierra. Me cambio de ropa para estar más fresco y salgo al portal del mesón.

Don Quijote pasea por allí y yo le pregunto la frase habitual entre caminantes: “¿Adónde bueno camina vuestra merced, señor gentilhombre?”. Me responde que va a su cercana aldea y me pregunta dónde camino yo. Le contesto que voy a mi Granada natal. Parécele buena mi ciudad, cómo no, y me pide le diga mi nombre, el cual parece importarle más de lo normal.

Al presentarme como Álvaro de Tarfe, me identifica como personaje de la segunda parte de la historia de don Quijote de la Mancha, escrita por lo que él llama “un autor moderno”.


"vuestra merced debe de ser aquel don Álvaro Tarfe que anda impreso en la segunda parte de la historia de don Quijote de la Mancha..." 

Le respondo que soy ése que dice y que el tal don Quijote fue amigo mío. Y que yo fui el que le movió a venir a unas justas, en Zaragoza. Grandes pruebas le di de mi amistad, lo hubiera pasado mal sin mi ayuda…

En esto, me mira fijamente y me pregunta, malhumorado, si él se parece en algo a ése que estuvo conmigo en Zaragoza. Le respondo que en nada se le asemeja.

Pienso que acaba ahí la cosa, mas ahora me pregunta si el aludido traía un escudero llamado Sancho Panza. Le contesto que sí traía y con inmerecida fama de gracioso.

Ahora es su criado el que da su vehemente parecer sobre ese Panza. Afirma ser el verdadero Sancho y no ese bellaco tan soso. Y me exhorta a estar a su lado para comprobar sus gracias. Y me presenta a su amo como “el verdadero don Quijote de la Mancha”. Y añade lo de famoso, valiente, discreto, enamorado, desfacedor de agravios, protector de huérfanos, viudas…Y su única señora es Dulcinea del Toboso.

Le digo a Sancho que así lo creo. Cuántas gracias me ha dicho este Panza en cuatro razones, más que el otro en tantas ocasiones. Tragón y sandio, pero sin chispa. Me da por pensar que los encantadores, esos que persiguen a don Quijote el bueno, han querido atormentarme con el malo. Aunque a ése lo dejé encerrado en la casa del Nuncio, el manicomio de Toledo, para que le curen la locura. Fue una cristiana obra de misericordia; aunque, en ocasiones, me asalten remordimientos. Tal vez, por furioso, lo hayan encerrado en una jaula, como a un jilguero.


Al parecer, El Greco pintó a los doce apóstoles, tomando como modelos a los "locos" de la Casa del Nuncio, en Toledo. El doctor Marañón hizo este trabajo comparativo, en 1955, con internados de ese mismo hospital.
"osaré yo jurar que le dejo metido en la Casa del Nuncio, en Toledo , para que le curen"

Don Quijote, el bueno, no sabe si lo es, mas está seguro de que él no es el malo. Y me asegura que nunca ha estado en Zaragoza, que alguien le informó de la presencia de ese Quijote fantástico en las justas de tal ciudad y, precisamente por eso, no quiso entrar allí. Dice que así sacaría “a las barbas del mundo su mentira”. El Quijote bueno reconoce fama al Quijote malo, qué curioso es esto.

Así que, sin detenerse, pasa a Barcelona, ciudad a la que dedica los mejores elogios, por sus virtudes y belleza. Sólo por haberla visto, lleva a bien los sucesos de mucha pesadumbre que en ella le han sucedido. De acuerdo, señor caballero andante, a mí también me place tan bella ciudad. Y si la bolsa suena, mejor todavía.



"y, así, me pasé de claro a Barcelona , archivo de la cortesía, albergue de los estranjeros, hospital de los pobres, patria de los valientes, venganza de los ofendidos y correspondencia grata de firmes amistades, y en sitio y en belleza, única" Foto de Luz del Olmo (Puerto de Barcelona)

Finalmente declara ser el don Quijote de la Mancha que dice la fama, no el ladrón de su nombre y pensamientos. Y me pide que, ante el alcalde del lugar, declare que no me ha visto en su vida, hasta ahora. Y que no es el don Quijote impreso en la segunda parte, ni Sancho es el escudero que yo conocí.

Respondo que lo haré de buena gana y me afirmo en “que no he visto lo que he visto, ni ha pasado por mí lo que ha pasado.”

Sancho tiene la ocurrencia de decir que, sin duda, estoy encantado, como Dulcinea. Y añade algo que no entiendo de desencantarme con tres mil y tantos azotes. Como alguno de la casa del Nuncio oiga al amigo Panza, lo mete en una jaula…Al parecer, es largo de contar y me lo contará si vamos por el mismo camino.

Comemos juntos. Entra en el mesón el alcalde del pueblo con un escribano, para realizar la declaración solicitada por don Quijote. Declaro como” como no conocía a don Quijote de la Mancha, que asimismo estaba allí presente, y que no era aquél que andaba impreso en una historia intitulada: Segunda parte de don Quijote de la Mancha, compuesta por un tal de Avellaneda, natural de Tordesillas.” El alcalde da legalidad a la declaración y quedan muy alegres los dos…

Cuántas cortesías y ofrecimientos nos hacemos don Quijote y yo, antes de despedirnos. Quedo desengañado de mi error y algo encantado debo estar…No, no se parecen en nada, no puede haber dos contrarios tan contrarios como los dos Quijotes.
Me cuentan lo del encanto y remedio de Dulcinea, Quedo admirado, los abrazo y sigo mi camino. El Quijote malo andaba ya desenamorado de la del Toboso, el bueno no dejará nunca de amarla.

Creo que mis méritos son suficientes para entrar en la nómina de los personajes del gran libro.

Desaparezco…

Mi ordenador vuelve a la normalidad…Aquella noche la pasan entre árboles y Sancho cumple la penitencia, descortezando hayas, que no sus espaldas. Don Quijote lleva la cuenta y halla que van “tres mil y veinte y nueve”.


"que aquella noche la pasó entre otros árboles, por dar lugar a Sancho de cumplir su penitencia"

Amanece y prosiguen su camino, comentando lo del día anterior. Pasa un día y una noche, sin más novedad que el fin de la tunda azotesca de Sancho. Don Quijote espera el día y anhela ver a su Dulcinea, ya desencantada; mas no hallan mujer alguna. Piensa que Merlín no puede mentir…

Desde una cuesta divisan su aldea.


"Con estos pensamientos y deseos, subieron una cuesta arriba, desde la cual descubrieron su aldea"

Sancho se arrodilla y dirige unas paródicas palabras a su “deseada patria”. Ha de ver, la patria digo, como vuelve su hijo Sancho, no muy rico pero bien azotado. Ha de recibir también a su hijo don Quijote, vencido pero vencedor de sí mismo, la mayor victoria. Dineros lleva, que buenos azotes le han costado. Si las hayas hablaran…

Don Quijote le dice que se deje de sandeces, que ahora toca preparar la pastoral vida que han de ejercitar. Bajan la cuesta y se van al pueblo.
¡Ay!

Un abrazo de María Ángeles Merino Moya


Copiado del blog "La arañita campeña", de la entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/10/don-alvaro-de-tarfe-el-personaje.html

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