martes, 31 de marzo de 2015

En Barcelona, Don Quijote y Sancho abren sus ojos al mar y a un mundo nuevo.

Comentario al capítulo 2.61 del Quijote, publicado en "La acequia", en la entrada titulada "Don Quijote entra en Barcelona", correspondiente al día 5 de agosto de 2010.

"De lo que le sucedió a don Quijote en la entrada de Barcelona, con otras cosas que tienen más de lo verdadero que de lo discreto."

Tres días y tres noches vive don Quijote la agitada vida de Roque Guinart. Mira y admira, ésta sí es vida para un caballero andante. De aquí para allá, huyendo sin saber de quién, esperando sin saber a quién, durmiendo de pie, despertando al sueño…Arcabuces, mechas, pedreñales, espías y centinelas componen la vida del bandolero. Mas ha de pasar las noches en soledad; con el temor de que, uno de los suyos, lo mate o lo entregue, atendiendo a los bandos que el virrey ha echado sobre su vida. En realidad, es una vida “miserable y azarosa”…

Roque, con seis de sus escuderos, acompaña a don Quijote y Sancho, en su viaje hacia Barcelona, por los caminos menos concurridos.



"En fin, por caminos desusados, por atajos y sendas encubiertas, partieron Roque, don Quijote y Sancho con otros seis escuderos a Barcelona."

"Llegaron a su playa la víspera de San Juan, en la noche."


Llegan a su playa, la víspera de la Degollación de San Juan, el 29 de agosto. El cumplido bandolero les deja “con mil ofrecimientos”, no sin antes dar a Sancho los diez escudos prometidos.


"Dio lugar la aurora al sol, que, un rostro mayor que el de una rodela, por el más bajo horizonte poco a poco se iba levantando."

Don Quijote, en una noche de resonancias mágicas y literarias, espera el día a caballo y no puede faltar un poco de esa parodia del amanecer novelesco y caballeresco, a la que tan acostumbrados nos tiene, con la faz de la blanca aurora, los balcones de Oriente, la alegría de yerbas y flores… Pero, en lugar del canto de los “pintados pajarillos”, oímos el son de chirimías, atabales y cascabeles. Y la aurora da lugar al sol, que ya no es el rubicundo Apolo desperezándose, menos mal.

"Tendieron don Quijote y Sancho la vista por todas partes: vieron el mar, hasta entonces dellos no visto; parecióles espaciosísimo y largo , harto más que las lagunas de Ruidera que en la Mancha habían visto".

Don Quijote y Sancho alargan la vista, en todas direcciones, están viendo el “espaciosísimo” mar por primera vez. ¡Se quedan tan chicas, a su lado, las lagunas de Ruidera!

Réplica de La Real, la que fuera nave capitana de Don Juan de Austria en la Batalla de Lepanto.

Y no para ahí su asombro. Retiran sus toldos y se ponen en marcha unas galeras, con sus banderines al viento y su belicosa música, simulando una escaramuza, jugando a la guerra. Sancho no puede imaginar cómo pueden tener tantos pies esos bultos que corren por el agua. Disparan artillería a la que responden los cañones, desde las murallas.

Y de la bulliciosa ciudad surge una multitud de caballeros con hermosos caballos y vistosas libreas. Es una singular experiencia para dos aldeanos, acostumbrados a la soledad y el silencio de los caminos.

Todo es alegría y claridad, aunque el humo enturbie un poco el aire. Es una batalla naval festiva y de juguete, en nada semejante a las reales que conoció Cervantes. No es Lepanto…

Los de las libreas llegan corriendo, con gritos agarenos de guerra, lelilíes, hasta un atónito don Quijote. Uno de ellos, avisado por Roque, da la bienvenida a la ciudad al “espejo, el farol, la estrella y el norte de toda la caballería andante”, al “valeroso don Quijote de la Mancha”.

"...el verdadero, el legal y el fiel que nos describió Cide Hamete Benengeli, flor de los historiadores"

Y, a continuación, Cervantes se saca la espina porque se repite la bienvenida pero, matizando, no al “apócrifo” sino al “verdadero, el legal y el fiel”, el del historiador Cide Hamete Benengeli.

Don Quijote no responde ni nadie espera que lo haga. Los que le siguen caracolean alrededor de su persona; pero él lo que desea es hablar con Sancho cuanto antes, para comentarle que “éstos” nos conocen, han leído su verdadera historia e incluso la falsa, la del aragonés.

El caballero que le dio la bienvenida le pide que se venga con ellos, todos servidores y amigos de Roque Guinart.

Don Quijote encantado con la cortesía de quien se lo solicita, manifiesta que, faltaría más, puede llevarlo donde quiera; a lo que su interlocutor responde con el mismo comedimiento. Así que, rodeado por los incondicionales del bandolero, se encamina a la ciudad, al son de chirimías y atabales.

"y, alzando el uno de la cola del rucio y el otro la de Rocinante, les pusieron y encajaron sendos manojos de aliagas"
Entra tan feliz en la ciudad que , el maligno, deseando amargarle un momento tan dulce como éste, hace de las suyas. Se sirve de unos chicos traviesos, los cuales se cuelan entre el gentío, levantan las colas del rucio y del rocín y les encajan, en tan delicada zona, sendos manojos de espinosas aliagas. Los pobres animalillos reaccionan dando “corcovos” y tirando a sus dueños al suelo.

Don Quijote, abochornado y ultrajado, acude a quitar ese “plumaje” tan doloroso de la cola de su caballejo. Sancho hace lo propio con el rucio.

Los acompañantes quieren castigar a los muchachos, pero se escurren entre la multitud y échales unos galgos a las creaturas.

Don Quijote y Sancho llegan a casa de su guía, grande y principal, como propia de un caballero rico. Y ahí lo dejamos, por orden de Cide Hamete. Ahora, Cervantes, da más autoridad que nunca al Benengeli.

Un abrazo para todos de María Ángeles Merino Moya


Copiado de "La arañita campeña", de la entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/08/en-barcelona-don-quijote-y-sancho-abren.html

lunes, 30 de marzo de 2015

Capítulo que comienza una fresca mañana y en el que don Quijote tiene que habérselas con Sancho y con un bandido generoso.


El capítulo comienza con una fresca mañana, como ésta de...29 de julio de 2010, por lo menos aquí. La de don Quijote creo que era de mediados de agosto.
 
Comentario al capítulo 2.60 del Quijote, correspondiente a la entrada titulada "Una historia de bandoleros camino de Barcelona y mucho más" , del día 3 de agosto de 2010.

Llevamos leído mucho Quijote, novela sin frío, calor, lluvia, viento ni tormentas. Sin embargo, con muy escasos datos, nos situamos en un cálido y seco verano manchego o aragonés. Las inclemencias del tiempo se obvian en este libro; pero, en el capítulo 2, 60, la mañana es fresca y el día lo va a ser también. Están pasando de tierras aragonesas a tierras catalanas…

Don Quijote sale de la venta con instrucciones acerca del camino que ha de tomar para ir derechito a Barcelona, sin pasar por Zaragoza. Ha de quedar como mentiroso ese “nuevo historiador” que le ha puesto de chupa de dómine.

Al cabo de seis días de monótono camino, se les hace de noche entre una espesa arboleda. Amo y mozo se recuestan sobre unos troncos, procurando que se adapten a su anatomía, algo difícil. Un poco durillos el colchón y la almohada…

Sancho duerme pero don Quijote no pega ojo, viajando con el pensamiento. Las imágenes van y vienen: la cueva, una soez Dulcinea brincando sobre la pollina, Merlín que pone condiciones y Sancho, tan flojo y escasamente caritativo, que sólo se ha dado cinco azotes.

No se imagina el durmiente Sancho lo que está tramando su amo. Enojado, piensa que si a Alejandro le dio lo mismo cortar que desatar, lo mismo será que los azotes se los dé otro. Él mismo puede propinárselos. ¡Qué idea! ¡A por él!

Y, ni corto ni perezoso, agarra las riendas para zurrarlo y comienza a desatarle las dos cintas de los greguescos, una especie de pantalones cortos ahuecados. Pero Sancho despierta y don Quijote le reprocha que, por su descuido, Dulcinea “perece”; así que ha de bajárselos para recibir unos dos mil azotes.

Sancho se niega. Quietecito o le ha de oír. Los azotes del desencanto son voluntarios, nunca a la fuerza. Ahora no tiene ganas, ya le avisará cuando las tenga, un día de éstos. Y si son de mosqueo, también puntúan. Recuerde que dio su palabra y eso ha de bastarle, impaciente amo.

Don Quijote, desesperado, intenta desatarle los dos lazos que sujetan precariamente los greguescos. A continuación, Sancho nos deja con la boca abierta cuando le arremete, le pone la zancadilla y lo inmoviliza en el suelo. ¡El traidor criado atacando a su amo! Imagen escandalosa en una sociedad de rígida estructura. Muy crecido se siente el escudero, para tal atrevimiento. Incluso parafrasea aquello de “ni quito, ni pongo rey, pero ayudo a mi señor”. Sancho ni quita ni pone y ayuda a su señor, el cual no es otro que él mismo. Y si le promete no azotarle, lo soltará. De lo contrario, amenaza con un “aquí morirás, traidor…enemigo de doña Sancha”, encajando un verso del romancero. Se lo promete, si se pone así…

Sancho se levanta y busca un árbol más alejado, por si acaso. Siente que le tocan en la cabeza, levanta las manos y se encuentra con los pies de un hombre, calzado y todo. Tiembla, se va hacia otro árbol y lo mismo. Da voces y acude don Quijote que, enseguida cae en la cuenta del significado de tan macabro espectáculo. Aquellos racimos son cuerpos de bandoleros ahorcados por la justicia, de lo cual deduce que están cerca de Barcelona.

Amanece y se ven rodeados de cuarenta bandoleros, vivitos y coleando, que les dicen, en catalán, que se estén quietos, hasta que llegue su capitán.

Don Quijote lo entiende. A pie y desarmado, no es momento de locuras. Cruza las manos y espera.

Los bandoleros limpian las alforjas y la maleta que lleva el rucio, menos mal que Sancho lleva los escudos en la faja. Van a mirar sus intimidades, pero, en ese momento, llega su capitán y les ordena que no lo hagan. Admirado de ver la triste figura de don Quijote, se llega a él y le dice que no esté tan triste, que no ha caído en unas manos crueles sino en las del compasivo Roque Guinart.

 
Roque Guinart según Ana Queral.

El caballero sabe quién es el tal Roque, tal es su fama. Le responde que no le pone triste caer en su poder sino el haber faltado a la orden de la andante caballería que le obliga a vivir alerta. Si le hallaran armado y sobre su caballo, no les fuera fácil rendirlo. Y se presenta como don Quijote de la Mancha, de hazañas famosas en todo el orbe.

Al oírlo, Roque lo considera como más loco que valiente. Aunque había oído hablar de él, nunca tuvo por verdaderos su hechos. Se alegra mucho de haberlo encontrado y le dice que no considere el encuentro como fruto de la “siniestra fortuna”, que el cielo ayuda dando extraños rodeos.

Cuando Don Quijote va a dar cortésmente las gracias, oye un ruido de caballos, a sus espaldas. A toda furia llega un mancebo veinteañero, impecablemente vestido y sobradamente armado: daga, espada, escopeta y dos pistolas. Lleva prisa, urgentemente quiere hablar con Roque…

 Se acerca y ¡sorpresa! Sus ropas masculinas ocultan a una hermosa muchacha llamada Claudia Jerónima, hija de un tal Simón Forte, amigo de Guinart, al que le une la común enemistad con un tal Torrellas, el cual tiene un hijo, el Vicentet, del cual se enamora la forte doncella , a escondidas de su señor padre. ¡Uf! Que la mujer más encerrada pone en marcha rápidamente sus “atropellados deseos”. ¡Ay, Cervantes!

Él le promete, ella le da la palabra, mas no pasan a las “obras”. Pensamos que hemos entendido, no la ha deshonrado. Mas, unas líneas más abajo, se entera de que va a desposarse con otra y, sin permitir que se explique, le cose a balazos y le abre “puertas” por donde, dice, va a salir la sangre junto a su honra. Ya saben: glóbulos de honra. ¡Qué bruta! Y allí lo deja, que ni sus criados se atreven con ella.

Claudia Jerónima pide a Roque que le pase a Francia y, también, que defienda a su padre de la venganza de los de don Vicente.

Guinart, admirado pero prudente, quiere comprobar si el Vicentito está muerto.

Don Quijote, como caballero andante, se ofrece a hacerle cumplir la palabra prometida. Sancho avala las habilidades casamenteras de su señor; pero Roque sólo tiene ojos para Claudia y no hace caso ni a uno ni a otro. No entiende nada y les pide que se retiren a donde pasaron la noche. Ordena a sus escuderos que les devuelvan lo del rucio y se va con la vengativa mujer a buscar a Vicente, herido o muerto.

Cuando llegan, ya se lo llevan sus criados, para curarlo o enterrarlo. Claudia se llega a él y, enternecida pero rigurosa, le dice que si le diera sus manos a tiempo, no se viera así. El moribundo caballero le asegura que la han engañado, que él no se va a casar con la tal Leonora. Alguien quiso provocar sus celos. Y la quiere tanto, tanto que desea recibirla por esposa, asesina pero esposa. Él le aprieta la mano y ella se desmaya. Don Vicente muere y a Claudia la espabilan con agua fría. Chilla, se arranca los cabellos, se araña y se desespera desesperadamente. Todos lloran, incluso el duro bandolero.

Claudia Jerónima se va a un monasterio y se niega a que Roque la acompañe. ¡Ay, los celos! Y así termina este relato truculento, sin que intervenga ni Sancho ni don Quijote. ¿Por qué esta historia tan "postiza"? ¿Está parodiando ciertas novelas sentimentales?

El capítulo continúa, Roque se los encuentra donde los dejó ...El encantador bandido asalta a un grupo de viajeros y realiza un peculiar reparto del botín. Y da aviso a sus amigos de Barcelona, ahí va don Quijote.

Un abrazo de María Ángeles Merino Moya

Os pongo este enlace, es un artículo de "El País", de Antonio Muñoz Molina, comentando un libro del filólogo Rico. Entre otras cosas dice que, en el Quijote, siempre es verano.

Copiado del blog "La arañita campeña", de la entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/07/capitulo-que-comienza-una-fresca-manana.html

sábado, 14 de marzo de 2015

En una venta mal abastecida, don Quijote se entera de que lo han "avellaneado".


Don Quijote se entera de que lo han “avellaneado".

Segunda parte del comentario al capítulo 2, 59 del Quijote, publicado en "La acequia", en la entrada titulada "Primeras noticias del falso Quijote", correspondiente al día 22 de julio de 2010.

Pregunta don Quijote, al huésped, si hay posada. Se sienta en un poyo y se está quietecito y calladito, Sancho recoge la llave, guarda su repostería en un aposento, lleva los jumentos a la caballeriza y los piensa. Todo tan normal, qué alivio. Demos gracias al cielo.

Se recogen en su estancia, Sancho pregunta al huésped qué tiene para cenar y éste le dice que pida por esa boca ya que la venta dispone de un buen surtido de “pájaricas”, aves y peces. No hace falta tanto, ásenles dos pollos y será bastante, que ni el amo ni el criado son tragantones. Mas no hay pollos, ni pollas, ni ternera, ni cabrito, ni huevos con tocino, eso último tan socorrido. Al final, sólo cuenta con una pobretona olla con garbanzos y dos uñas de vaca, todo un homenaje al hambriento hidalgo del Lazarillo.

Ni pollos ni pollas...

¡Ay, aquellos huevos que gastó el ama! En esta venta ni huevos...

Sancho está hambriento y recibe bien la propuesta, qué remedio. Que nadie las toque, dice. Y el ventero le asegura que nadie lo hará, que sus huéspedes son tan “principales” que traen cocinero y de todo. Nadie más principal que su amo, asegura el escudero; pero su oficio impide llevar encima despensas ni botillería. Eso sí, de bellotas y nísperos se pegan cada atracón...

Se acabó la plática, que el huésped pregunta qué ejercicio es el de su amo y ya salieron malparados en otra venta, con otro ventero…

Llega la hora y se disponen a cenar la olla, en su estancia. Pero, en ese momento, don Quijote oye algo muchísimo más interesante que la comida.

En el aposento de al lado alguien le dice, a un tal don Jerónimo: “leamos otro capítulo de la segunda parte de Don Quijote de la Mancha.” Don Quijote escucha atentamente lo que de él se trata. Al parecer Jerónimo no quiere leer “esos disparates” y opina que no puede gustar la segunda parte al lector de la primera. Su compañero, llamado don Juan, le anima a leerla porque “no hay libro tan malo que no tenga alguna cosa buena”, aunque le disgusta que pinte a don Quijote “desenamorado de Dulcinea”.

¿Desenamorado? El caballero, enfadadísimo, no aguanta más. Declara, en voz alta, que don Quijote no olvida y no puede olvidar a Dulcinea. Y si alguien lo dice, le hará ver lo equivocado que está, que ni don Quijote puede olvidar ni ella ser olvidada.

Los del otro aposento preguntan quién les responde y Sancho les hace saber que es el mismo don Quijote de la Mancha. Inmediatamente entran dos emocionados caballeros lectores, que echan los brazos al cuello de su héroe de ficción. Y al verlo, proclaman que no hay duda, están ante el “norte y lucero” de la caballería andante, a pesar de cierto autor usurpador, cuyo libro le entregan. Es una falsa segunda parte de su historia.

Don Quijote hojea el libro y “de allí a un poco” da su opinión. Sin leerlo y en muy poco tiempo, encuentra tres cosas reprehensibles: algunas palabras del prólogo, la escasez de artículos y cuando dice que la mujer de Sancho se llama Mari Gutiérrez.

Las palabras del prólogo deben ser ésas en que tilda al autor de viejo, manco y envidioso. La escasez de artículos la considera Cervantes, erróneamente, como un aragonesismo. Lo de llamar Mari Gutiérrez a Teresa Panza fue, en realidad, culpa de Cervantes que así la bautizó en la primera parte. Socarronería cervantina…

Sancho se sorprende y pide a su señor que mire a ver si anda él por ahí , no vaya a ser que le hayan cambiado el nombre.

Don Jerónimo se fija, ahora, en Sancho. Lo reconoce y le dice que “este autor moderno” le pinta comilón, simple, nada gracioso y muy diferente del de la primera parte.

Los dos caballeros invitan a don Quijote a una cena más digna de un caballero, en su aposento, dejando a Sancho con toda la olla, a compartir con el ventero.

Durante la cena le piden nuevas de Dulcinea. Casada, parida, preñada…no por Dios. O si se acuerda de don Quijote y sus pensamientos amorosos, en el caso de que esté soltera y entera. Intacta su entereza y tan seca como siempre; pero transformada en burda labradora. Y les cuenta, con todo detalle, lo del encanto, lo de Montesinos, el sabio Merlín y los azotes de Sancho.

Los dos caballeros lectores reciben gran contento con esos sucesos y quedan admirados. ¡Qué disparates cuenta y qué estilo tan elegante! Ya les parece discreto, ya les parece loco y mentecato. Mitad y mitad.

Sancho acaba de cenar y se pasa a la estancia de su amo. Quiere preguntar si el autor de ese libro, ya que le llama comilón, le llama también borracho.

Se lo confirman, pero le tranquilizan diciendo que son razones mentirosas, a la vista del buen Sancho presente. El cual lo tiene claro, ese Quijote y ese Sancho no son los de la historia compuesta por Cide Hamete Benengeli. El amo es valiente, discreto y enamorado. El criado es simple gracioso, ni comilón ni borracho.

Don Juan lo cree así y opina que se había de dar la orden: ninguno tratará las cosas de don Quijote si no es Cide Hamete, su primer autor.
En checo, pero de Cervantes (foto Julio y Esther)

Nuestro caballero pide que le retraten pero no le maltraten, que la paciencia se cae, bajo el peso de la injurias. Ninguna se le puede hacer porque, como dice don Juan, dispone de la venganza o su gran paciencia. Cervantes, tal vez, esté pensando en él mismo cuando escribe esto. ¡Paciencia!

Pasan gran parte de la noche en estos razonamientos. Don Juan quiere que el caballero andante lea más del libro pero él les dice que lo da por leído y lo confirma “por todo necio”. Además, no quiere que el autor se alegre pensando que don Quijote lo ha leído.

Le preguntan hacia dónde se dirige y responde que a Zaragoza, a las justas. Don Juan le dice que la “nueva historia”, pobre y simple, lleva a ese don Quijote, o quien sea, hasta Zaragoza. Al oír esto, decide que no pisará Zaragoza, para poner en evidencia la mentira del “historiador moderno”.

Don Jerónimo aprueba su decisión y le recuerda que hay justas también en Barcelona. Así lo va a hacer, pide licencia para acostarse y se ofrece para que le pongan en la lista de grandes amigos y servidores. El mismo ofrecimiento hace humildemente el escudero.

Los dos caballeros lectores quedan admirados de la mezcla de discreción y locura y, por supuesto, están seguros de que estos son los verdaderos y no los del escritor aragonés.

Madruga don Quijote y se despide de sus admiradores, dando golpes en el tabique del aposento. Esta vez Sancho paga muy bien al ventero y le aconseja menos alabanzas y más provisiones.

Este extraño suceso ¿se puede tener por aventura?

Un abrazo para todos los que pasáis por aquí de:

María Ángeles Merino Moya

Copiado de "La arañita campeña", de la entrada con el mismo título.