sábado, 31 de enero de 2015

"...cayeron él y el rucio en una honda y escurísima sima..." (3)




Tercera parte del comentario al capítulo 2.55 del Quijote, publicado en "La acequia", en la entrada titulada "El reencuentro"correspondiente al día 24 de junio de 2010. 

Los duques fingen maravillarse, bien saben ellos de qué gruta se trata. Lo que no entienden es cómo el villano deja el gobierno así sin más, sin tener ellos aviso.

Llevan mucha gente y muchas cuerdas. No fue tarea fácil sacarlos de las tinieblas a la luz del sol. Un estudiante que lo ve comenta que los malos gobernadores deberían salir del gobierno como sale éste: hambriento, descolorido y sin blanca. ¿De dónde sale este estudiante? ¿Es del castillo o va de camino?

Salga de donde salga, a Sancho le molesta el comentario y se dirige a él como “hermano murmurador” y le contesta con un resumen de sus ocho o diez días de gobierno. Ha perdido la cuenta.

Nunca se vio harto de pan, lo han perseguido médicos y le han molido los huesos. Ni cohechos ni derechos ha cobrado, no merecía salir así. Y desgrana el rosario de refranes, ése que otras veces irrita sobremanera a don Quijote.

Esta vez no es así. Su amo, muy sosegadamente, le pide que no se enoje, que digan lo que quieran, imposible atar la lengua de los maldicientes. Si sales rico, ladrón. Mentecato, si sales pobre. Y Sancho está seguro: esta vez le toca pasar por tonto.

Rodeados de gente, llegan al castillo, en cuyos corredores esperan ya los duques. El altivo noble ha de esperar porque Sancho ha de acomodar antes al dolorido rucio. Un pequeño giro al orden social establecido provoca la sonrisa cómplice del lector, pero Cervantes sabe que no debe pasarse. Al fin, el del burro, sube a ver a los duques, puesto de rodillas, qué menos.

Se explica “ante su grandeza”. Si fue gobernador fue por su voluntad , no por merecimiento. Entró sin nada y sin nada sigue. Los testigos pueden decir si ha gobernado bien o mal. Y lo ha hecho siempre con mucha, mucha hambre, por prescripción del doctor Pedro Recio. Le atacaron enemigos de noche, dicen los de la ínsula que la victoria fue por el valor de su abrazo…si ellos lo dicen.

Hace un balance y llega a la conclusión de que sus hombros no pueden con tales cargas. Antes de que el gobierno termine con él, él termina con el gobierno. Deja la ínsula como estaba, nada se lleva, no pidió prestado ni se metió en líos. No hizo ordenanzas que para que no se cumplan…

Salió solo con su rucio y cayó en una sima, de la cual acaba de salir, gracias a su señor don Quijote. Y con gran desparpajo les comunica al duque y la duquesa “que no se le ha de dar nada por ser gobernador” de una ínsula o del mundo entero.

Y, besándoles los pies, da un salto, se sale del gobierno y se pasa al de su don Quijote. Todo como un juego de niños. Comerá el pan con sobresalto pero se verá harto. Harto de zanahorias o perdices, qué más da, la tripita llena y ya está.

Don Quijote temeroso de que había de decir miles de disparates , respira aliviado y da gracias al cielo. Han sido tan poquitos, qué bien le ha sentado la oscuridad de la caverna, debía ser la de Platón. 

El duque abraza a Sancho y le manifiesta su pesar por haber dejado tan presto el gobierno, tal vez otro oficio menos pesado y más apropiado a su condición social…La duquesa también lo abraza y manda que le regalen, que está molidísimo.

Un abrazo de María Ángeles Merino


Copiado de "La arañita campeña", de la entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/06/cayeron-el-y-el-rucio-en-una-honda-y_26.html

domingo, 25 de enero de 2015

"...cayeron él y el rucio en una honda y escurísima sima..." (2)




Segunda parte del comentario al capítulo 2.55 del Quijote, publicado en "La acequia", en la entrada titulada "El reencuentro"correspondiente al día 24 de junio de 2010. 

Los dos van caminando gruta adelante, buscando la salida. A veces sin luz, a veces a oscuras. Ya no tiene miedo.

Va hablando consigo mismo. Ya quisiera él tener el poder de convertir la desventura en aventura, tal y como hace su señor, don Quijote. Guiado por su caballeresco optimismo esperaría algún florido prado, tras la oscuridad. Pero Sancho, sin el ánimo y el consejo de su amo, piensa en la postrera sima tragona que se abra a sus pies.

Cree que lleva media legua caminada, el espacio y el tiempo no son lo mismo allá dentro. Por allí entra una confusa claridad, amanece...La otra vida puede esperar.

Cide Hamete deja aquí a Sancho, por poco tiempo, y vuelve con don Quijote que anda entrenándose, alborozado y contento, para hacer batalla al robador de honras y” enderezar el tuerto”. Tan acelerada es la carrera que Rocinante está a punto de caer en una cueva. Lo detiene a tiempo y no cae.

Pero ¿qué pasa? Voces, ahí abajo. Quieren llamar la atención del que pasa por ahí. ¡Es la voz de su escudero encumbrado a gobernador!

Asombrado, levanta la voz para preguntar quién se queja. Así se presenta: “el asendereado de Sancho Panza, gobernador, por sus pecados y por su mala andanza, de la ínsula Barataria, escudero que fue del famoso caballero don Quijote de la Mancha”. Al oír esto, crece su asombro. Piensa que Sancho ha muerto y su alma está allí penando. La sima comunica con el infierno o el purgatorio, al parecer.

Hay que conjurarlo y lo conjura, católicamente, por supuesto. Pide por esa boca, alma en pena, que la jurisdicción de la caballería andante se amplía a “los menesterosos del otro mundo”,

Las voces manifiestan conocer a su señor don Quijote, mas hay que ser precavido con las almas en pena. Si su escudero está muerto y no lo han llevado los diablos, sufragios tiene la Santa Madre Iglesia para sacarle de las penas del purgatorio. Don Quijote está dispuesto a contribuir con su hacienda. Se paga y al cielo irá derechito, diga lo que diga el de Rotterdam. Por eso, le exhorta a que se declare.

Jura ser Sancho y manifiesta, algo irritado, no haberse muerto nunca. Dejó el gobierno y ya se lo explicará más despacio. Cayó en la sima donde yace, con su rucio, aquí presente, que no le dejará mentir, puesto que es su testigo. El animalillo parece entenderlo y rebuzna que retumba.

Don Quijote ya no duda, conoce ese roznido “como si le pariera”. Irá al castillo y traerá quien los saque. Ha de volver presto que Sancho se muere de miedo.

(Sigue)

Un abrazo de María Ángeles Merino

Copiado de "La arañita campeña", de la entrada con el mismo título.

http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/06/cayeron-el-y-el-rucio-en-una-honda-y_25.html

sábado, 24 de enero de 2015

"...cayeron él y el rucio en una honda y escurísima sima..."(1)




"... donde le tomó la noche algo escura y cerrada, pero como era verano no le dio mucha pesadumbre"

Primera parte del comentario al capítulo 2.55 del Quijote, publicado en "La acequia", en la entrada titulada "El reencuentro"correspondiente al día 24 de junio de 2010. 

De cosas sucedidas a Sancho en el camino, y otras que no hay más que ver 

Las del camino y otras…lee y entérate, apreciado lector. Si en el capítulo anterior no nos anticipa nada, en éste tampoco. Ya sabemos que Sancho está en el camino, vamos en su busca. Se entretiene con Ricote y se le echa la noche encima, a media legua del castillo ducal.

Noche oscura y cerrada, pero las noches de verano son apacibles. Se aparta del camino, a esperar tranquilamente la mañana, no hay prisa. Mas la fortuna tuerce sus intenciones, un paso desafortunado y cae en una honda sima. Mientras se hunde, cree llegada su última hora y reza todo lo que sabe. No es un insondable abismo, poco más de la altura de tres hombres medianamente altos. Sigue sentado en el rucio, se tienta todo el cuerpo, comprueba que “está entero y católico de salud” y da gracias al Señor.

A ver si hay algún agarradero por aquí, no, qué lisas son estas paredes, no podrá salir. El burrillo se queja y no es de vicio, que el pobre debe estar magullado.

Sancho Panza se lamenta filosóficamente, a la manera del rey don Rodrigo. Ayer entronizado como gobernador en la ínsula, rodeado de sirvientes. Hoy sepultado en un agujero, sin nadie que acuda a su socorro. Será su tumba, la suya y la de su jumento. Si su señor don Quijote contempló visiones hermosas y apacibles, él verá sapos y culebras. Esta sima no es la mágica cueva de Montesinos, aquí no hay Merlines, Durandartes ni Dulcineas. Ni una soga tendida desde arriba por un paciente escudero…

Sacarán sus huesos mondos, también los del buen rucio…al menos sabrán que nunca, nunca, se apartó de él. Puesto que morirán en soledad, que su cuadrúpedo compañero le perdone el mal pago a sus servicios. Mejor que pida a la “fortuna” les saque de esta situación. Sería herético que el burro se lo pidiera a Dios…Y, si así es, le promete una corona de laurel y piensos doblados.

Cervantes, que ya ha cargado un poco las tintas humorísticas, remata con el silencio del angustiado animal, que le escucha “sin responderle palabra alguna”. Porque se encuentra mal, no por su asnal condición…

Cuando llega la luz del día, recurre a las voces; pero ni un alma pasa por allí. Ya se da por muerto.

Sancho acomoda al rucio, lo pone de pie y saca de las alforjas un pedazo de ese medio pan que sacó de la ínsula y que ha dado tanto de sí. Se lo da de comer a su cuadrúpedo compañero. No le sabe mal. Nos dedica uno de sus refranes, uno muy popular, el de “los duelos con pan son buenos”.

Descubre un agujero. Cabe una persona si se agacha y se encoge. Entra el de dos patas y comprueba que, por dentro es espacioso. Y entra un rayo de sol que deja ver otra concavidad espaciosa. Vuelve por el amigo de cuatro patas y agranda el agujero, para que pase su fiel amigo.

Los dos van caminando gruta adelante, buscando la salida. A veces sin luz, a veces a oscuras. Ya no tiene miedo.


(Sigue)

Un abrazo de:

María Ángeles Merino

Copiado de "La arañita campeña", de la entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/06/cayeron-el-y-el-rucio-en-una-honda-y.html

viernes, 23 de enero de 2015

Sancho y seis peregrinos desviados del Camino.




Como Sancho se encuentra con su antiguo vecino , el morisco Ricote, coloco  imágenes de Santiago Matamoros...o Pisamoros, diría yo. 

Comentario al capítulo 2.54 del Quijote, publicado en "La acequia", en la entrada titulada "Ricote y Sancho"correspondiente al día 17 de junio de 2010. 


Que trata de cosas tocantes a esta historia, y no a otra alguna

Comienza el capítulo con un título “tomadura de pelo”. Nos anuncia que “trata de cosas tocantes a esta historia, y no a otra alguna”. Socarronerías cervantinas. Leedlo y veréis de qué trata, parece decirnos.

“Resolviéronse” y el desafío pasará adelante. El auténtico desafiado está en Flandes, el quinto pino vamos, huyendo de la suegra Rodríguez. Hay que suplantarlo y se sirven de un lacayo gascón llamado Tosilos. Se le industria bien industriado y adelante. El mayordomo echará una mano...

El duque anuncia a don Quijote que, dentro de cuatro días, se presentará su rival armado caballerescamente y defenderá que la pequeña Rodríguez miente por mitad de la barba o por barba entera, porque él nunca, nunca dio palabra de casamiento. Ni loco. Con una barbuda menos, je, je.

Don Quijote está en su caballeresca salsa, qué ganas tiene de lucir el valor de su esforzado brazo. Espera, alborozado, que llegue el día y cuán larga se le hace la espera. Cuatro días como cuatrocientos siglos…los dejamos pasar y nos vamos con Sancho que viene caminando sobre el rucio, en busca de su amo. ¡Ay, como añora su compañía!”

Ahí queda, no muy lejos, la ínsula, ciudad, villa o lugar…qué más da. Por el camino vienen seis peregrinos con sus altos bordones, de esos que piden cantando. Un poco lejos queda Compostela...

Llegan a Sancho y le cantan, en lengua desconocida; aunque pronuncian claramente la palabra limosna, la principal. Y como el ex gobernador es caritativo, o asustadizo, les da todo el queso y todo el pan que le dieron, allá en Barataria. Les dice por señas que no tiene otra cosa que darles.

Bienvenida la comida, pero algo de “guelte” estaría mejor. Es una palabra extranjera desconocida para Sancho. Pero mostrar una bolsa vacía es un idioma universal, dineros es lo que quieren; mas sin blanca está el honrado gobernador , el cual se abre paso entre ellos. Uno de los peregrinos le echa los brazos a la cintura. ¡Lo conoce! ¡Habla en alto y en castellano, algo muy castellano!

¿Quién es este franchote que le abraza? El desconocido declara tener en sus brazos a su “buen vecino Sancho Panza”. Éste lo mira mejor y lo reconoce, al fin. Es su vecino Ricote, el morisco, un tendero de su aldea. Desdichada, su nación.

Es difícil reconocerlo, vestido de peregrino. Además, es un gran atrevimiento volver a España, tras el decreto de expulsión de los moriscos. Ricote conoce a Sancho y se ve que confía en él, lo invita a apartarse del camino, para comer y descansar bajo los álamos. Va a contarle reposadamente lo sucedido, desde que partió para obedecer el riguroso bando de Su Majestad.

Los seis se quedan en mangas de camisa. Caen al suelo bordones, esclavinas y mucetas. Fuera los disfraces. Al quedarse en mangas de camisa, Sancho ve que todos son más jóvenes y de mejor posición social que su viejo vecino.

Las alforjas están bien provistas, sobre todo de lo que da mucha sed. Las hierbas hacen de mantel. Llaman la atención de Sancho unas extrañas huevas negras que llaman “cavial”. El hueso mondo de jamón cumple su papel, no es moro el que lo chupa. Pero las grandes protagonistas son las seis botas de vino, la de Ricote es la más grande.

Comen despacio, tomando pequeños bocados con el cuchillo. Y, todos a una, levantan brazos y botas. Los ojos clavados en el cielo, el líquido rojo haciendo puntería en las bocas, las cabezas oscilando a uno y otro lado. ¡Placentero trasiego! Sancho no va a ser menos, pide la bota y demuestra tener tanta puntería, o más, que los falsos romeros.

El quinto empinamiento fue imposible, las botas secas ponen mustios a sus levantadores. De vez en cuando, alguno junta su mano derecha con la de Sancho y le dice en “lingua franca “ eso de españoles y tudescos, buenos compañeros.

El ex gobernador responde afirmativamente y se le dispara una larguísima risa. Bajo los efectos de la comida y del vino, no hay cuidados, se le han borrado las burlas, los molimientos, la recia dieta, el abandono de su cargo, el encuentro con su amo...

Todos duermen el sueño de Baco, sólo Ricote y Sancho, más comedores y menos bebedores, quedan alerta. Al pie de un haya, el morisco le da sus razones.

La conversación entre los dos vecinos no tiene desperdicio. Ricote es prudente y vela por la comodidad de su familia, yéndose fuera él solo, mucho antes de que se cumpla el plazo, para buscarles acomodo. Se toma en serio el bando, sabiendo que es ley y no amenaza. Y las palabras de este discreto morisco nos sorprenden. Gallarda resolución la de Felipe III, inspirada por Dios porque los cristianos firmes y verdaderos eran pocos. Y, claro, Su Majestad no ha de criar la sierpe en casa. El castigo del destierro es justo, aunque terrible.

¿No son palabras imposibles en quien ha de perder casa y tierra? ¿Qué nos ha querido decir Cervantes? Seguramente no lo ve ni todo blanco ni todo negro. La patria de estos expulsados es España, a pesar de todo, y por ella lloran. En Berbería son ofendidos y maltratados, como extranjeros. Su deseo de volver es tan grande que muchos vuelven, abandonando mujer e hijos.

Ricote no se va a tierra de moros sino que se dirige hacia el Norte y llega hasta Alemania, donde cada uno vive “con libertad de conciencia”. ¡Qué atrevimiento escribir esto en la España de la Inquisición! Pero Cervantes se atreve a dejarlo caer...

En tierra libre, en la ciudad de Augsburgo, Ricote deja tomada una casa y, para volver a España, se une a unos peregrinos que toman el peregrinaje a los santuarios españoles, no como una devoción sino como un oficio. Recorren casi toda España, no sólo Compostela, y en todos los pueblos hay gente devota que los alimenta y les da buenos dineros. Pasan a su tierra con el oro camuflado en sus bordones o en sus esclavinas. Peregrinos profesionales y devoción santurrona que choca con el cristianismo erasmista de Cervantes, el cual se las apaña para asomar, muy tímidamente, un poco de lo que predicó el maestro de Rotterdam.

Ricote tiene enterradas sus riquezas cerca de la aldea, la suya y la de Sancho. Desea volver para desenterrarlas, después irá en busca de su mujer y su hija, católicas cristianas. Él no lo es tanto, tiene un poco de moro todavía; pero Dios abrirá su entendimiento. Lo que no entiende es por qué su mujer no tomó el camino de Francia, donde podría vivir como cristiana.
Ricote enterró sus riquezas cerca de la aldea, la suya y la de Sancho. Desea volver para desenterrarlas; después irá en busca de su mujer y su hija, católicas cristianas. Él no lo es tanto, reconoce que tiene un poco de moro todavía; pero confía en que Dios abra su entendimiento. Lo que no entiende es por qué su mujer no tomó el camino de Francia, donde podría vivir como cristiana.

Sancho le da noticias. Ricota no fue hacia el norte porque se la llevó su hermano, un “fino” moro. En su cultura,en la cristiana de entonces también, siempre hay un hombre que decide sobre la mujer; ya sea padre, marido o hermano.

En cuanto a lo de las riquezas enterradas, es en balde porque en la aldea todo se sabe. Y se comenta largamente que quitaron oro y perlas al susodicho cuñado.

No, Ricote está seguro de que lo suyo está a salvo, tan en secreto lo llevó. Si le ayuda a sacarlo y encubrirlo, recibirá doscientos escudos, para cubrir necesidades. Ricote es rico y conoce la pobreza de Sancho.
Atónito se queda ante la respuesta. Acaba de dejar un oficio con el que emparedaría su casa de oro y comería en vajilla de plata. No, no es nada codicioso. Y, además, nunca traicionaría a su rey. Ni doscientos ni cuatrocientos…

El morisco pregunta qué oficio es ése y cuando le contesta que ha sido gobernador de una ínsula, considera que el buenazo de su vecino se ha vuelto loco.

A dos leguas, se llama Barataria, la ínsula está en tierra firme, ha ganado el saber que no sirve para gobernar…y ni descanso, ni sueño, ni sustento.

¡Qué sarta de disparates! ¿Dar una ínsula a Panza? ¿Faltan gobernadores más hábiles que él? Le pide que calle, que vuelva en sí y le ayude con su tesoro escondido. Se le ha debido secar el celebro.

Sancho se niega , ha de contentarse Ricote con no ser descubierto. Cada uno siga su camino. El morisco no insiste pero desea saber si se hallaba en la aldea cuando partieron su mujer, su hija y su cuñado.

¡Qué bien le va a pintar la despedida de su hermosa hija! Salen a verla todos y todos dicen de su belleza. Llora y abraza a sus amigas. A todas pide la encomienden a Dios y a la Virgen. Todos derraman lágrimas, incluso los no llorones, como Sancho.

Alguno tiene la tentación de esconder a la bella morisca pero los detiene el miedo, no es sensato ir contra una orden real.

Don Pedro Gregorio, un mancebo mayorazgo rico, ha desaparecido del lugar. Todos piensan que va tras ella, para robarla. ¡Quién lo sabe!

Ricote siempre sospechó de ese caballero, pero confiaba en el valor de su hija; porque las moriscas no se enamoran de cristianos viejos, así como así.

Sancho tampoco es partidario de esa unión, mal para los dos. Y pide a su amigo que le deje partir, para reunirse pronto con su señor don Quijote.

Ambos han de seguir su camino. Ya despiertan los borrachines…Dos buenos amigos se abrazan y se apartan.

Un abrazo de María Ángeles Merino, en un difícil día.

Copiado de "La arañita campeña", de la entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/06/sancho-y-seis-peregrinos-desviados-del.html

viernes, 2 de enero de 2015

"Abrid camino, señores míos, y dejadme volver a mi antigua libertad..."



Segunda parte del comentario al capítulo 2.53 del Quijote, publicado en "La acequia", en la entrada titulada "Un gobernador galápago y un fracaso exitoso"correspondiente al día 10 de junio de 2010. 

Sancho enalbarda el asno y…ventana emergente en mi pantalla, no es publicidad, es un viejo conocido. ¡El mayordomo! Le saludo, me imagino que viene a contarme cómo se despide, de su gobierno, el gobernador.

Así es, saludo a vuestra merced, mujer amanuense. Deseo transmitirle mi visión de aquellos hechos. Estoy con el secretario vizcaíno, el maestresala, Pedro Recio y otros muchos. Nadie dice nada, todos estamos con la boca abierta escuchándolo.
“Con gran pena y pesar” sube sobre su rucio, ya con su albarda. Nos encamina unas sabias palabras, quién lo iba a decir de aquel villano harto de ajos.

Nos pide que le dejemos volver a su libertad, a buscar su vida pasada, que la de aquí es muerte y no vida. Gobernar, dar leyes, defender ínsulas, ciudades, reinos…qué locura. No nació sino para arar, cavar, podar…Mejor le sienta la hoz que el cetro. Y cuánto mejor hartarse de gazpachos que someterse a un falso médico que le recete morirse de hambre, Lo de falso no lo dice Sancho, se me escapó de la boca, el duque sea benévolo con la indiscreción. Es capaz de mandarme apalear si se entera de que le privo de un átomo de diversión.

En verano desea acostarse a la sombra de una encina y, en invierno, bien arropadito con un zamarro de oveja sin esquilar en dos años . ¡Toma, y yo también! No quiere dormir entre finas sábanas ni vestir de martas cebollinas, qué gracioso el rústico. No, si a cambio, ha de estar a la sujeción del gobierno. No es tonto, no.

Así que nos quedamos con Dios y hemos de decirle al duque que…desnudo nació, desnudo se halla, sin blanca entró en el gobierno, sin blanca sale. Muy al contrario, ciertamente, de lo que suele ser usual por ahí.

Va a que el coloquen emplastos, para sus brumadas costillas, tan pateadas. Los escudos eran muy endebles…clavados hasta las asaduras. Pardiez qué cuchilladas le atizaron, gracias al cielo que se encogía, se encogía, como caracol en su concha.
Pedro Recio, doctor o lo que sea, le ofrece una medicina contra los golpes y le promete dejarle comer mucho y de todo. Sancho no admite la enmienda del Tirteafuera. Le contesta con un ¡Tarde piache! , a buenas horas. Se va y no quiere más gobiernos. Los Panza son linaje testarudo y no cambian de opinión.

Muy acertadamente compara su gobierno con las alas que para su mal, le nacieron a la hormiga. Ahora ha de bajar y andar por tierra firme, con sus modestas alpargatas. Cada uno en su sitio y que nadie se estire, en la cama, de lo que da de sí la sábana. Cómo se explica ése que yo llamaba el majagranzas. Y que le dejemos pasar.

Yo le digo, con la mayor cortesía, que de buena gana le dejamos ir, mas nos pesa mucho perderle, por su “ingenio y su cristiano proceder”. Y le recuerdo que todo gobernador ha de “dar residencia”, rendir cuentas públicamente,. Le animo a hacerlo y puede ir en paz.

Me contesta que puesto que va a verse con mi señor el duque, a él se la dará “de molde”. Y, saliendo desnudo como sale, no hay mejor señal para dar a entender que ha gobernado bien.

Recio también es de parecer que le dejemos ir, que al duque le ha de gustar infinito. Y si el duque está contento, nosotros también…Todos los presentes estamos de acuerdo y le ofrecemos todo lo que quiera para su regalo y comodidad.

Sólo quiere un poco de cebada para su rucio y, para él, medio queso y medio pan. Suficiente para un camino tan corto. Todos le abrazamos y él, llorando, nos abraza. Quedamos admirados de sus razonamientos y de su determinación. ¡Qué lección nos ha dado el señor gobernador! Esto último, con mis mayores respetos.

Un abrazo de María Ángeles Merino.


Copiado de "La arañita campeña", de la entrada con el mismo título.

jueves, 1 de enero de 2015

"...anda todo en redondo..."






Tapia del monasterio benedictino de San Salvador, en Palacios de Benaver, en diferentes estaciones.

«Pensar que en esta vida las cosas della han de durar siempre en un estado es pensar en lo escusado, antes parece que ella anda todo en redondo, digo, a la redonda: la primavera sigue al verano , el verano al estío, el estío al otoño, y el otoño al invierno, y el invierno a la primavera , y así torna a andarse el tiempo con esta rueda continua; sola la vida humana corre a su fin ligera más que el viento , sin esperar renovarse si no es en la otra, que no tiene términos que la limiten.» .

Cervantes sabe que no va a vivir mucho. Existe un reconocimiento generalizado de los amplios conocimientos médicos que poseía para su época...

Primera parte del comentario al capítulo 2.53 del Quijote, publicado en "La acequia", en la entrada titulada "Un gobernador galápago y un fracaso exitoso"correspondiente al día 10 de junio de 2010.

Del fatigado fin y remate que tuvo el gobierno de Sancho Panza

Comienza el capítulo con una reflexión entrecomillada de Cide Hamete, que ha de desembocar en el fin del gobierno de Sancho Panza, deshecho “como en sombra y humo”. 

Imaginamos al escritor, mojando perezosamente la pluma, acosado por las molestias de su enfermedad, apartándose momentáneamente de la ínsula Barataria para pensar en esa muerte, que intuye tan cercana. Intuye… y sabe, que algo aprendió de ver trabajar a su padre y de aquellos buenos libros heredados. 

Que nadie se engañe: las cosas de esta vida no han de durar siempre. El tiempo con su rueda continua anda en redondo: la primavera persigue al verano, el verano al estío, el estío al otoño, el otoño al invierno y vuelta a empezar. Pero “la vida humana corre a su fin ligera más que el tiempo, sin esperar renovarse si no es en la otra”, algo que incluso el “mahomético”  Cide Hamete entiende, guiado sólo por sus luces naturales. Cervantes se muestra como muy creyente en la última etapa de su vida, al menos, en cuanto a religiosidad externa. ¿O escribe esto, precisamente, porque le asaltan las dudas?

Sancho le ha cogido gusto al oficio, a pesar del escaso condumio. Está ahíto de pragmáticas, agotado, siente los párpados como de plomo; mas lo espabila un gran estruendo de voces y campanadas. Pone atención para poder adivinar la causa del alboroto, al que se añaden trompetas y tambores. Confuso y asustado, en camisa,se levanta, se calza unas chinelas y sale a la puerta de su aposento. Ve venir a más de veinte personas, con hachas encendidas y espadas desenvainadas. Van dando gritos. El señor gobernador ha de armarse, infinitos enemigos han entrado en la ínsula, le necesitan. 

Les responde que él no sabe nada de armas ni socorros, eso déjenlo para su amo don Quijote, que en dos paletas las despachará. Pero los de las voces no le hacen ni caso y le traen armas. Ha de salir para ser guía y capitán, como gobernador que es. 



Se deja armar mansamente y lo convierten en lo más parecido a un galápago. Sin más ropa que la camisa, con un escudo delante y otro detrás. Le sacan los brazos fuera del caparazón y le lían bien con cordeles. Emparedado, entablado, sin poder doblar ninguna parte de su cuerpo. Le ponen en las manos una lanza, gracias a la cual se tiene de pie. 

Y, estos desalmados, le dicen que camine , que sea su guía, su norte, su linterna y su lucero. ¿Cómo ha de hacerlo si no puede doblar las rodillas? Cosido a los paveses, como no lo lleven en brazos y lo coloquen atravesado o en pie… 

Qué mala sombra ése que le dice que si no puede andar es por el miedo, que se mueva…El pobre gobernador persuadido prueba a moverse y cae al suelo, dándose un golpe tan tremendo que cree haberse hecho pedazos. 

Queda como un galápago encerrado en sus conchas, como un tocino entre artesas, como una barca volcada en la arena. Y el coro burlón no tiene compasión alguna sino que se ceban en su desgracia. Apagan las antorchas, gritan todavía más, pasan por encima de él y acuchillan los escudos. El pobre Sancho, trocado en tortuga, se encoge y se esconde entre los paveses, para no ser herido. Suda y se encomienda a Dios. 

Los energúmenos tropiezan y caen. El más atrevido se sube encima del montículo que forma el el gobernador empavesado y lo usa de atalaya, desde donde dirigir aquel enloquecido ejército. Vocea como si estuvieran defendiéndose de un asalto a la ciudad, se sabe lo que se dice en esas circunstancias. Que el enemigo carga más por esta parte, guardad el portillo, cerrad la puerta, trancad las escalas, alcancías, pez, resina ardiendo, colchones...Conoce bien la lección que ha de recitar; pero, por su padre, que se baje de una vez, que el escudo se le está clavando en las carnes. 

Sancho sólo anhela acabar, le da igual perder la ínsula. Pide al cielo y el cielo oye su petición.

Oye voces declarando la victoria sobre los enemigos. Le animan a levantarse y a celebrarla. Todo gracias al valor de su invencible brazo. Y a repartir despojos, a troche y moche.

Han de levantarle. Ay, cómo le duele todo el cuerpo. Lo que no esperan los defensores de Barataria es la reacción de Sancho.No saben dónde mirar cuando declara que, al enemigo que él haya podido vencer, se lo claven en la frente.

Y de repartir despojos de enemigos, nada de nada. Sólo pide que algún amigo, si alguno hay, le dé un trago de vino y le enjugue el sudor. 

Lo limpian, le dan vino, lo desatan y…se desmaya. A los de la burla ya les pesa, se les ha ido la mano un poquitín. Menos mal que vuelve en sí y respiran aliviados. Mira que si se les muere...

Amanece y comienza a vestirse con mucha prisa. Todos guardan silencio, esperando acontecimientos.

“Poco a poco” va Sancho a la caballeriza porque está molido y no puede ir “mucho a mucho”. 

Abraza y besa a su rucio, se le caen los lagrimones. Se dirige a él como “compañero mío y amigo mío”. Feliz era Sancho cuando sólo cuidaba de sus aparejos y de su corpezuelo. Desde que subió a “las torres de la ambición”, sólo ha habido miserias, trabajos y desasosiegos. Así lo siente y así lo dice. 

(Sigue)

Un abrazo de María Ángeles Merino