martes, 2 de septiembre de 2014

"se les pasó el día y se les vino la noche... pero un cierto claroescuro que trujo consigo ayudó mucho a la intención de los duques"




"se les pasó el día y se les vino la noche... pero un cierto claroescuro que trujo consigo ayudó mucho a la intención de los duques"

Segunda parte del comentario al capítulo 2.34, del Quijote. Publicado en "La acequia", en la entrada titulada "Un día de campo para iniciar la burla", correspondiente al día 28 de enero de 2010.

La noche se echa encima. Noche de verano, con un claroscuro aliado de las intenciones burlonas de los duques.

Pasó el crepúsculo, ya no es momento de nubes encendidas. Sin embargo, el bosque arde o lo parece. Se oyen cornetas y otros instrumentos bélicos. ¿Pasa la caballería? El resplandor ciega los ojos, el ruido atruena los oídos. Agarenos lelilíes trompetas, clarines, tambores y pífaros. Para poner de punta los nervios más templados.

Pasmado el duque y suspendida la duquesa. Excelentes actores. Don Quijote se admira, Sancho tiembla.

Y, de repente, silencio, un terrorífico silencio. Aparece un espantajo vestido de demonio que hace sonar un cuerno, cuyo ronco sonido espanta a los presentes no conchabados.

Con toda naturalidad, el duque le llama “hermano correo” y le pregunta quién es, dónde va y qué gente de guerra es ésta. Contesta, con voz de dar miedo, que es el Diablo y va a buscar a don Quijote de la Mancha. Los de la guerra son seis tropas de encantadores que traen, sobre un carro triunfante, a Dulcinea encantada que no encantadora. Viene con Montesinos, que dará las instrucciones, a Don Quijote, para desencantar a su dama y volverla encantadora.

Don Quijote pone en duda que sea de verdad diablo. Si lo fuera, hubiera conocido, de un vistazo, al caballero de la Mancha, puesto que lo tiene delante. El del cuerno se disculpa, andaba despistado.

A Sancho le extraña que un demonio diga “En Dios y en mi conciencia”. Con ironía, apunta que es buen cristiano; lo cual demuestra que, incluso en el infierno, hay buena gente. La perspicacia de Sancho es intermitente...

El de los tres cuernos trae un recado del descorazonado Montesinos, para el Caballero de los Leones. Que le espere aquí mismo, que trae a Dulcinea, con orden de darle la receta del desencanto. Toca el cuerno, tutu tutú, y se va.

No sabemos quién queda más escamado, si Sancho o Don Quijote. El escudero, de ver cómo se empeñan en el embuste de una Dulcinea encantada. El caballero porque no puede asegurarse, a sí mismo, si es verdad lo de la cueva de Montesinos. Y ambos esperarán: intrépidamente el caballero y Sancho con reservas, que diablos y cuernos no le hacen ninguna gracia.

Se cierra la noche y, por el cielo, discurren luces como estrellas fugaces. ¿Fuegos de artificio?

Se oyen espantosos chirridos de ruedas macizas, como las que llevan los carros de bueyes; a ellos se unen ruidos de artillería, escopetas, voces de combatientes, lelilíes moros…Parece, que en el bosque, se estuvieran dando cuatro batallas, una en cada punto cardinal. Los duques non han reparado en gastos…

Don Quijote, tan valiente, ha de valerse “de todo su corazón” para sufrir aquel son tan horrendo. En cuanto a Sancho, se desmaya en las faldas de la duquesa, buen lugar para desmayarse. La gran dama recibe al desmayado Muy humana la señora duquesa. Mas “a gran priesa” manda que le echen agua en el rostro. Se espabila coincidiendo con la llegada del primer carro. ¡Qué mujer esta! ¡Lástima haber nacido villano!

Tiran del carro cuatro cachazudos bueyes, vestidos de luto y con un hacha de cera encendida en cada cuerno. Como toros embolaos, más o menos.

Y sobre un asiento alto, un venerable anciano, con luengas barbas blancas y ropa negra de bocací. Será buen tejido…

Lo guían dos feos demonios, tan feos que Sancho cierra los ojos para no verlos. Van a juego con el venerable, ay este adjetivo *.

Bueno, a lo que vamos, se levanta el viejo y se presenta como el sabio Lirgandeo, modestia aparte.

El siguiente carro lleva a otro anciano , igualmente modesto: el sabio Alquife. Nos da el dato de ser “el grande amigo de Urganda la Desconocida”.

El que llega a continuación no transporta a otro venerable sino a un “hombrón robusto y de mala catadura”. Qué miedo, dice ser Arcalaús el encantador. Si los otros dos van de sabios, éste se presenta como “enemigo mortal de Amadís de Gaula y de toda su parentela”.

Pasan los carros y paran un poquito más allá. Cesa el horrendo chirrido y se oye ¡música! Música suave y concertada. Sancho se alegra y opina que “donde hay música no puede haber cosa mala”.

Su venerada duquesa añade que “tampoco donde hay luces y claridad”. El escudero replica que” luz da el fuego y claridad las hogueras”, pero pueden abrasarnos. Muy fino hila el futuro gobernador.

Sancho relaciona siempre la música con la fiesta. No conoce otra…

Veremos, en el próximo capítulo, lo que va tras la música.“Ello dirá” dice don Quijote.

Un abrazo, a los que pasáis por aquí, de María Ángeles Merino.


Copiado de "La arañita campeña", de la entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/01/se-les-paso-el-dia-y-se-les-vino-la.html

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