martes, 19 de agosto de 2014

"Vuestras mercedes me disculparán si sufro una metamorfosis y vuelvo a ser la criatura de ojos nuevos que fui."


Don Gaiferos con una espada de su propiedad , que el primo no quiso prestarle la Durandana. Hay cosas que no se prestan.

Melisendra con su faldellín, se le quedó así de corto, tras engancharse en el hierro del balcón.

El emperador Carlomagno con su cetro de dar coscorrones al yerno amnésico.


Primera parte del comentario al capítulo 2,26 del Quijote, publicado en "La acequia", en la entrada titulada "Un teatrillo de títeres que no acaba nada bien" correspondiente al día 3 de diciembre de 2009.


Sigo siendo el primo, al que atribuyo esta frase apócrifa: "Vuestras mercedes me disculparán si sufro una metamorfosis y vuelvo a ser la criatura de ojos nuevos que fui."

"Donde se prosigue la graciosa aventura del titerero, con otras cosas en verdad harto buenas".

Callamos todos, tanto tirios como troyanos estamos pendientes del teatrillo. Atabales, trompetas y mucha, mucha artillería.

De nuevo estoy aquí, soy el primo del señor licenciado, el maestro de esgrima; aquel que condujo a don Quijote, hasta la mismísima cueva de Montesinos. Vuestras mercedes saben de mi gran afición a dar a la estampa ciertos volúmenes que desentrañan grandes misterios y alumbran a la humanidad. Un esforzado humanista, como yo, embobado ante un teatrillo de títeres. Mas, he de confesar que estos muñequillos movidos por una mano oculta, atraen mi voluntad cual piedra imán.

Maese Pedro, ahí dentro, alterna los atabales, rataplán rataplán, con la trompeta, tararí tararí, o con las cargas huecas de un cañón de juguete, bum bum. Coge uno, suelta otro; los espectadores no sabemos nada de esa actividad apremiante que existe detrás del telón.

¿Qué cómo lo sé yo? Pues…no lo sé, pero mi imaginación me lleva hasta mi infancia, allá en el pueblo, el de Basilio. ¿Recuerdan? Muy niño era, efectivamente, cuando, un día de mercado, un artista ambulante montó su retablo de títeres, junto a los puestos de venta. Allí los campesinos vendían o compraban animales y, ya de paso, se abastecían de lo que no daba la tierra; pero, en ese momento de mi recuerdo, la atención de las buenas gentes ya no se centraba en la vaca coja o en el bonito retal floreado que iban a comprar. En ese momento, todos los ojos permanecían clavados en la humilde función.

Todos los ojos menos los míos. Escapado de las manos de mi distraída aya y, agazapado, en los entresijos del teatrillo, miraba embobado como aquel titiritero , tirando de unos hilos, insuflaba vida a unos toscos muñecones con corona, cetro, espada o garrote. Vuestras mercedes me disculparán si sufro una metamorfosis y vuelvo a ser la criatura de ojos nuevos que fui.

Volvamos al de Maese Pedro. Alza la voz el muchacho de la varita y nos presenta la historia. Los personajes son los de siempre: el rey, la bella princesa, el héroe y el malvado. El trujamán nos asegura que sigue al pie de la letra las “corónicas” francesas y esos romances españoles que, transmitidos de padres a hijos, viajan de boca en boca, sin necesidad de estampa ni manuscrito. Les diré, con la autoridad que me da mi erudición, que sigue mucho más lo español que lo francés. Y al Carolo le dan un toque muy de aquí…

El héroe, don Gaiferos, yerno del emperador Carlomagno, ha de liberar a la bella princesa, su esposa Melisendra, cautiva por los moros en España, en una Zaragoza a la que llamaban Sansueña. En una relación de antiguos topónimos que compuso un amigo mío, tan docto como yo, no figura Sansueña como Zaragoza. Lo más parecido a Sansueña es Sansoigne o Sajonia…qué más da.

Mas don Gaiferos, jugando a las tablas, no tiene prisa en liberar a su esposa, un tanto olvidada la tiene y ha de ser el emperador Carlomagno, padre putativo de Melisendra, el que ha de recordárselo. La gente se ríe al oír la palabra “putativo” y sigue riéndose cuando el emperador amenaza con el cetro y el yerno recibe su ración de coscorrones para refrescar la memoria y que se entere de lo que vale una honra perdida. Toma, toma…y la chiquillería: bieeeeeeen. En realidad, no hay chiquillos en esta venta, pero estoy recordando el escándalo que se montaba en funciones como ésta, en mi pueblo.

Enrabietado, tira el tablero, le entra una prisa de mil demonios, pide prestada la espada Durandana a su primo Roldán. No se la presta, mas se presta a acompañarlo. Gaiferos. se basta él solo, además …no quiere testigos si hay cuernos. Así que coge el caballo y tocotó, tocotó, Mira, allí está Melisendra, asomada al balcón de una torre de la Aljafería. Vestida a lo moro, mira el camino de Francia y piensa en su esposo.


Por ahí viene el malo, un moro que a sus espaldas llega “callandico y pasito a paso”. Tiene la desfachatez de pedirnos silencio, con el dedo en la boca. Me veo, de chico, pataleando y chillando para llevar la contraria al del dedo. “La* da un beso en mitad de los labios”, ella escupe, se limpia con la manga, se lamenta y se arranca algunos cabellos.

Entre los malos, también hay buenos o…menos malos. Aparece otro rey, éste con turbante y más oscuro, el rey Marsilio de Sansueña. Ha visto la insolencia del besucón y, aunque sea de la familia, le manda detener y que le den doscientos azotes, llevándole por las calles, pregonando su delito. La sentencia se cumple enseguida, que en la justicia los moros no hay fórmulas jurídicas que dilaten el proceso.

Don Quijote protesta, bien está la justicia cristiana con sus alargamientos. Aconseja al niño no desviarse, seguir la historia en línea recta. Maese Pedro, desde dentro, le ordena que haga lo que el caballero manda. Así lo hará, que el que paga, manda.

Don Gaiferos aparece a caballo, habla con su esposa. Ay, que no le conoce. ¿Tan viejo está? Melisendra cree estar hablando con un pasajero y le dice aquello de “si a Francia ides, por Gaiferos preguntad”. Éste se descubre, Melisendra se descuelga del balcón para saltar sobre el caballo. Mas ¡ay! que el faldellín se engancha en un hierro y la dama queda ondeando al viento, como una bandera. Los espectadores ríen ante la embarazosa situación de la damisela. Se le ve el ... La chiquillería de mi pueblo se hubiera mostrado mucho más ruidosa.

Un abrazo:


María Ángeles Merino

(Continuará)


Copiado de "La arañita campeña", de la entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2009/12/estoy-con-el-comentario-al-capitulo-226.html

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