domingo, 10 de agosto de 2014

Soy el cura que los casó... ¿a Camacho y Quiteria? (3)




Los funestos cipreses cuyas ramas servían de corona funeraria a Basilio. Son unos árboles muy literarios: su "sombra es alargada"," creen en Dios" y alguno, incluso, es un "enhiesto surtidor de sombra y sueño". Para Cervantes es "funesto ciprés".

Continuación al comentario del capítulo 2.21 del Quijote, publicado en "La acequia", en la entrada "Una boda por industria", correspondiente al día 29 de octubre de 2009.
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Muda y afligida se acerca a su moribundo enamorado que murmura entre dientes: Quiteriaaaa. Por señas, le pide la mano. Éste no se ha de morir como gentil, que para eso estoy aquí, para que sea un muerto como Dios manda. La mira ¡con unos ojos! y habla, ¡cómo habla! , a pesar de su aliento corto y apresurado. Dice cosas como: “Tu piedad ha de servir de cuchillo… la gloria que me das… la espantosa sombra de la muerte, oh fatal estrella mía”. Y le pide que manifieste la libertad con que actúa…

Se desmaya. ¡Ay que se nos muere! La “vergonzosa” Quiteria coge la mano del agonizante y dice que, con libre voluntad, da su mano de legítima esposa y recibe la que él le da de su libre albedrío. Basilio se entrega por esposo, ella por esposa y añade: “ahora vivas largos años, ahora te lleven de mis brazos a la sepultura”.

Ese tal Sancho Panza me ha leído el pensamiento: cómo le da a la lengua este malherido. El sensato rústico me pide que le haga atender a su alma y “se deje de requiebros”. Así que se me saltan las lágrimas, soy un sentimental, les doy la bendición y pido al cielo que dé buen alojamiento al nuevo desposado. Pero el cielo no debe desear, de momento, recibir a tal huésped…El agónico se pone en pie de un brinco y extrae limpiamente el estoque de su cuerpo. Ya me parecía a mí…La parejita estaba conchabada. ¡Ay, Camacho, macho! 



Todos los presentes quedan con la boca abierta y los simplones gritan: ¡Milagro! A lo que Basilio replica que no hay milagro sino industria. Lo compruebo, soy un nuevo Santo Tomás que ha de tentar la herida. La cuchilla no había atravesado el cuerpo de Basilio sino un cañón hueco de hierro que, lleno de sangre, habíase colocado en el lugar preciso. Parece ser que se lo prestaron unos cómicos ambulantes que andaban por allí. Ya decía yo que en qué comedia había visto esto…

El rico Camacho, los invitados y yo…todos burlados. Muchos dicen que el matrimonio por engañoso no es verdadero; pero la flemática esposa dice que ella le confirma de nuevo; de lo cual deducen el consentimiento y sabiduría de los dos.

Camacho y sus valedores, qué vergüenza, remiten su venganza a las manos y las manos, a las espadas. Y muchas espadas se dirigen hacia Basilio, aunque Inmediatamente se desenvainan otras que le defienden.

No habíamos tenido en cuenta a don Quijote que toma la delantera a caballo, con su lanza y su escudo. Sancho corre a esconderse tras las olorosas tinajas, las que contienen gallinas y gansos en pepitoria, qué pena de comida…

Don Quijote, a grandes voces, nos exhorta a guardar las armas, con el razonamiento de que el amor y la guerra son una misma cosa y en la guerra se usan estratagemas. Por lo tanto, en las contiendas amorosas se han de tener por buenos los embustes y marañas. Este loco no habla tan desatinado…

Nos dice que, “por favorable disposición de los cielos”, Quiteria era de Basilio y Basilio de Quiteria. Que Camacho es rico y se puede comprar lo que quiera., que Basilio sólo tiene una oveja, que lo que Dios ha unido… ¿Pero cuándo lo unió Dios? No entiendo nada…Y lo de comparar mujeres con ovejas…No dejan de ser seres humanos, aunque sometidas al varón.

El caballero andante blande su lanza con tal fuerza y destreza que causa pavor a los de las espadas. A Camacho se le fija tan intensamente el desdén de Quiteria que se le borra de la memoria, se le acabó el caprichito. Le hablo como sacerdote prudente y bien intencionado, que esa fama tengo.

Las espadas vuelven a sus vainas y Camacho culpa ahora más a la facilidad de Quiteria que a la industria de Basilio. Estas mujeres…E incluso razona que debe dar gracias al cielo por habérsela quitado. Consolado y pacificado, el rico ordena que siga la fiesta, aunque no haya boda.

Como es natural, ni Basilio, ni su esposa, ni sus secuaces, se quedan a celebrar las no bodas. Se van a la aldea de Basilio proclamando a voces el triunfo del Amor. Se llevan consigo al caballero andante, ahora muy estimado por su valor. A su lado va Sancho, algo triste, diciendo no sé qué de las “ollas de Egipto”. La locura se contagia…


Y este cura acabó su relato.

Un abrazo a todos...


María Ángeles Merino

Copiado de http://aranitacampena.blogspot.com.es/2009/10/soy-el-cura-que-los-casoa-camacho-y.html

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