martes, 5 de agosto de 2014

Soy doña Cristina, esposa de don Diego de Miranda.




Comentario al capítulo 2.18 del Quijote, publicado en "La acequia", en la entrada "Cuatro días de silencio, un examen de locura y unpoeta al uso", correspondiente al día 8 de octubre de 2009.

Alguien, con un libro en la mano y un extraño y luminoso artefacto al que llaman ordenador, se ha interesado por mí, sacándome del limbo en que habitamos los personajes secundarios del Quijote.

"Soy doña Cristina, esposa de don Diego de Miranda, ése que aparece como Caballero del Verde Gabán. Nací en casa solariega, linajuda e hidalga, mejor blasonada, y con escudo de armas menos tosco que la de mi señor esposo. El nombre de mi linaje no interesa al autor; aunque aparezco, casi como un mueble de mi amplia casa, en el último de los tres capítulos dedicados a mi don Diego, en su famoso libro. Sí, el del Verde Gabán...mi trabajo me cuesta su impecable y armoniosa apariencia; siempre detrás de sastres, costureras, bordadoras, lavanderas, planchadoras…

Aquel día volvió mi marido de cierto viaje, mas iba acompañado de un extraño caballero. Flaco, seco, avellanado, armado como los caballeros de mis novelas, ésas que escondo bajo los almohadones del estrado. Cuando salimos a recibirle, mi hijo y yo, tenía los ojos clavados en las tinajas de la entrada. Me pareció oír suspiros y algo del Toboso y de unas dulces prendas mal halladas. Se apeó de un viejo rocín y me pidió, muy cortésmente, las manos para besarlas. Solicitó recibiera con agrado, al caballero andante don Quijote de la Mancha. Mi hijo Lorenzo y yo, tras superar nuestro asombro, le hicimos el recibimiento, con amor y cortesía; ante lo cual, él se nos ofreció discreta y comedidamente.

El escritor no quiso ofrecer detalles de mi bien equipada y adornada casa, cosas de mujeres…

El caballero iba acompañado de un rústico criado, al que llamaba Sancho. Éste se ocupó de desarmarle y ayudarle en su aseo. Los valones y el jubón hubieran precisado de una enérgica y hábil lavandera, capaz de eliminar la mugre y ¡el óxido! de las armas. Se lavó la cabeza y, cuando iba por el sexto y último caldero, todavía el agua salía de color oscuro y con un olor como de queso rancio. Su espada, su tahalí y…a la sala, donde mi estudiosos hijo le estaba esperando, para entretenerle mientras ponían las mesas. Me precio de ser una excelente anfitriona y, ante tal noble huésped, quería mostrar que sabía y podía hacerlo.

Mi Lorenzo había tenido ocasión, mientras se desarmaba el tal don Quijote, de preguntar a su padre por la condición de caballero andante de nuestro huésped. Mi esposo no sabía contestar con precisión, más loco que cuerdo era el balance. Hablaba discretamente; mas hacía cosas propias del mayor loco del mundo.

Don Quijote dedicó a mi muchacho unas palabras que dieron en el blanco de su vanidad. Es mi hijo, pero reconozco que, desde chico, es algo vanidosillo y gusta de las palabras que le regalan los oídos. Su “rara habilidad”, su “sutil ingenio”, “un gran poeta”… Lorenzo se declaró aficionado a la poesía y a los buenos poetas. Protestó modestamente por lo de “gran poeta”, menos mal, de algo le valen las buenas maneras que yo le he enseñado.

Don Quijote aprobó su humildad porque, bajo su punto de vista, la arrogancia de todo poeta le hace considerarse el mejor. Tras admitir que, como excepción, hay unos pocos grandes que no se lo creen, se interesó por los versos que inquietaban a mi Lorencito. Tenía noticias de que existía cierta glosa, para una justa literaria, que le traía de cabeza. Tenía razón mi don Diego, con qué sensatez le aconsejó que procurase llevar el segundo premio que, en realidad, es el primero. El primero, ya sabemos, es para alguien muy conocido o muy favorecido. Y, de todos modos, el primero es el primero… ¡Cuánto sentido común en un personaje tan poco común!

Mi estudiante se animó a preguntarle por las ciencias cursadas. Al llegar aquí, ya empezó a desvariar. Manifestó haber cursado la ciencia de la caballería andante que encierra a todas las demás porque el caballero ha de saber Leyes, Teología, Medicina, Herboristería, Astrología, Matemáticas, nadar, herrar al caballo…cuánto disparate dice este hombre. Y ha de ser casto, honesto, liberal, valiente, sufrido, caritativo, sincero…Que haya habido y haya caballeros adornados con tantas virtudes le parece dudoso a mi hijo y así se lo manifiesta a su interlocutor.

Lorencito había hurgado en la llaga de la inexistencia de tales caballeros. Temí que don Quijote se enojase; pero no fue así sino que, con gran flema le contestó que pensaba rogar al cielo para sacarle de su error. ¡Por un momento vi la cabeza del niño abierta como una sandía! Pero dieron fin a su plática y mi esposo tuvo ocasión, antes de comer, de preguntar la opinión de nuestro vástago. ¡Un entreverado loco! Esa fue la definición que dio. Entreverado, como el buen jamón y el lomo que guardamos en nuestra cueva. Y no hay galeno que lo pueda sanar.

Comimos y la comida fue tal yo acostumbro a agasajar a mis convidados: limpia, abundante y sabrosa. No faltaron ni la enjundiosa sopa, ni el cabrito asado, ni las verduras de nuestro huerto, ni las frutas de árbol y de sartén. Todo regado con vino de nuestra bodega. Y, en silencio, que no permito yo a los sirvientes el que alboroten.

Levantados los manteles, don Quijote insistió en escuchar los versos de la justa literaria, a lo que accedió Lorencillo, sin hacerse rogar. Y, antes del recitado, ya nos dejó claro el loco caballero que sabía de la dificultad que entrañaba la glosa, con unas leyes demasiado estrechas.

Los versos hablaban de lo imposible de volver al pasado, cuántas vueltas para algo que es de sentido común. Pero cómo lo dice este hijo mío, incluso parece que dice algo nuevo…No, no soy una mujer ignorante. Que mi padre se preocupó de mi educación, ordenando que el dómine de mis hermanos también se ocupase de mi instrucción.

Mi hijo se sintió halagado ante los comentarios elogiosos de don Quijote. “El mejor poeta del orbe” accedió a recitar algo de sus versos mayores. Un soneto vino a continuación, uno dedicado a Píramo y Tisbe, los amantes que se comunicaban a través de una grieta en el muro…¡Qué historia más triste!

El loco caballero hizo un juego de palabras muy ingenioso para alabar, todavía más, a mi bisoño poeta: “Bendito sea Dios…, que entre los infinitos poetas consumidos que hay he visto un consumado poeta”. ¡Oh fuerza de la adulación! Baja hijo de ese pedestal en el que te han subido, con cuidado, no vayas a besar el suelo…

Cuatro días estuvo don Quijote regaladísimo, en nuestra casa. Yo procuré que no le faltara de nada, n a él, ni al rústico criado, menudo comilón, que decía ser su escudero.

Don Quijote pidió licencia para irse a mi señor esposo, agradeciendo el buen trato recibido; pero que los caballeros andantes no deben estar ociosos ni regalados mucho tiempo. Debía cumplir con su oficio, buscar aventuras…que si Zaragoza, que si la cueva de Montesinos, las lagunas de Ruidera…no oí bien. Los que se despedían eran el padre y el hijo que, por supuesto, eran los que habían trabajado para regalar al huésped…

Furiosa, me fui al estrado y saqué mi Amadís, escondido bajo un almohadón. Puse el libro encima del bastidor. Si se acerca Diego, lo escondo y hago como que bordo.."

Un abrazo a todos de:

María Ángeles Merino

Copiado de "La arañita campeña"
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2009/10/soy-dona-cristina-esposa-de-don-diego.html

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