martes, 12 de agosto de 2014

"...llegaron a la cueva, cuya boca es espaciosa y ancha, pero llena de cambroneras y cabrahígos, de zarzas y malezas..."



Tercera parte del  comentario al capítulo 2.22 del Quijote, publicado en "La acequia", en la entrada titulada "El amor con pan, un erudito loco y una cueva", correspondiente al día 5 de noviembre de 2009.

Aunque la distancia desde mi aldea, la misma de Basilio, no es grande, pasamos el resto del día en camino porque mi pollina, vieja pero preñada, preñada pero vieja, no me permite correr. A las quejas de Sancho contesto que el rucio no es un hipogrifo, aunque del rocín no digo nada, que el que paga...

La conversación con don Quijote es gustosa y amena, Ya dice mi diestro primo que su locura aparece y desaparece, como el cercano Guadiana. Brota cuando de caballerías y caballeros andantes se trata. Llama mi atención el buen juicio y amplia cultura que muestra en temas no caballerescos.

Pasamos la noche en una pequeña aldea, a dos leguas de la cueva de Montesinos. La paso bajo techo, que ya sabía yo donde podían darme un alojamiento decente, sin demasiadas chinches en el lecho…bueno, alguna pequeñita. Don Quijote, sigue las costumbres de la caballería andante y pasa la noche al aire libre, velando las armas. Sancho, resignado, le acompaña, arrebujado en la olorosa manta de su borrico.

No sé cómo pensaba don Quijote bajar a la sima. Se quedó sorprendido cuando le hablé de la necesidad de proveerse de sogas, para atarse y descolgarse por la cueva. Entra en razón y compra nada menos que cien brazas de soga, ante la cara asombrada del cordelero- soguero.

Al día siguiente, a las dos de la tarde, llegamos a la boca de la cueva. Es difícil distinguirla porque está cegada por zarzas y malezas.

Atamos fortísimamente al valiente caballero. Mientras le fajamos y ceñimos, Sancho se esfuerza para que su amo desista de “sepultarse en vida”, de convertirse en frasco a enfriar, de meterse en una mazmorra… Y su amo le ordena atar y callar, que “tal empresa para mí está guardada”, al más puro estilo del cerco de Granada.

Yo, siempre a lo mío, le suplico que mire bien y luego me lo cuente, que quizá haya cosas que encajen en mi producción literaria.

A Don Quijote , una vez preparado, le viene al pensamiento que hubiera sido conveniente tener un esquilón, para avisarnos de que continúa con vida.

Se hinca de rodillas, pide la ayuda divina y se encomienda a una tal Dulcinea del Toboso, dama por la cual se empoza… ¿Quién será tal señora? Este loco se siente capaz de todo si ella le favorece.


Ni corto ni perezoso se acerca a la sima, corta las malezas con la espada y empiezan a salir infinidad de enormes grajos, cuervos y murciélagos . La estampida le tira al suelo.

Nos da la soga y entra en la cueva mientras el rústico lo bendice y le echa cruces. Le dedica una extraña oración, la salmantina Virgen de la Peña de Francia, la napolitana Trinidad de Gaeta… ¿Cuándo ha estado este destripaterrones en Nápoles? Y qué palabras le dedica: flor, nata, espuma de los caballeros andantes, valentón que no valiente…Yo no voy a ser menos y también rezo lo mismo.

Le vamos dando soga y más soga, ya no se oye su voz, tenemos descolgadas cien brazas de soga, ya no hay más cuerda. Nos detenemos media hora y recogemos soga sin peso. Pensamos que don Quijote se queda dentro. Sancho llora, qué lagrimones como garbanzos, y tira apresuradamente. Pero después volvemos a sentir peso y nos alegramos mucho.

Al ver de nuevo a su amo, Sancho le da la bienvenida pero el caballero no responde, está profundamente dormido. Lo tendemos en el suelo, le quitamos las ligaduras y no despierta. Lo meneamos tanto que vuelve en sí y mira a todas partes como si despertara de un profundo sueño.

Nos cuenta que le hemos privado “de la más sabrosa y agradable vida y vista que ningún humano ha visto ni pasado”, que acaba de experimentar que los contentos pasan…y empieza a soltar dolientes exclamaciones dedicadas a personajes novelescos como Montesinos, Durandarte, Belerma, Guadiana, Ruidera. Palabras como extraídas con dolor, como si estuviera en el sillón de un sacamuelas.

Pide que le den de comer, que trae hambre. Extendemos la arpillera de colorines, sacamos de las alforjas pan, queso, sardinas arenques. carne fiambre,nueces,membrillo, vino de la tierra... Merendamos y cenamos, todo junto. ¡Parecemos tres lobos!

Una vez levantada la arpillera-mantel, nos pide atención. A ver si nos enteramos de lo que pasó allá abajo, que estamos sobre ascuas.

Un abrazo:


María Ángeles Merino


Copiado de "La arañita campeña", de la entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2009/11/llegaron-la-cueva-cuya-boca-es.html

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