sábado, 30 de agosto de 2014

"...la doncella del jabón le manoseó las barbas con mucha priesa, levantando copos de nieve, que no eran menos blancas las jabonaduras..."



Segunda  parte del comentario al capítulo 2.32, del Quijote. Publicado en "La acequia", en la entrada titulada "En eso hay mucho que decir ", correspondiente al día 14 de enero de 2010.

El duque acaba ya su larga risa y se dirige al de los Leones, ya ha aprendido su nuevo apelativo, para dar por cerrada la confrontación con el eclesiástico. Su respuesta ha sido “altísima” y completa, para un agravio sólo aparente que, al igual que las mujeres, no agravian los eclesiásticos. ¡Otra vez con lo mismo!

Y don Quijote responde que así es: mujeres, niños y eclesiásticos no pueden defenderse, aunque sean ofendidos, por lo tanto no pueden ser afrentados. Parece ser que, entre el agravio y la afrenta, hay una diferencia que nos ha de explicar con sesudos y bien traídos ejemplos. A estas alturas, el lector se pregunta cuándo dejará, nuestro querido hidalgo, el asunto éste de las afrentas. Menos mal que no se siente agraviado en su persona “porque quien no puede recebir afrenta, menos la puede dar”. Eso sí, quisiera haberle podido sacado del error garrafal en que se encuentra, pensando que no han existido ni existen los caballeros andantes. Mal lo hubiera pasado el sermoneador si se entera Amadís u otro de su linaje.

El escudero confirma lo que dice su señor, especificando lo que hubiera hecho un Amadís o similar: rajarle como a una granada o melón. Buenos son esos para aguantar “semejantes cosquillas”. Y si lo oye Reinaldos de Montalbán, la que se arma. Pero Sancho… ¿cómo sabes tanto de libros de caballerías? ¿No eras labriego, analfabeto y con poca sal en la mollera? También es verdad que has hecho un curso intensivo, al lado de tu señor.

La duquesa “perece” de la risa y su favorito es el escudero, al que tiene por más gracioso y más loco que su señor. Su parecer es compartido por “muchos”… ¿Quiénes son esos “muchos”?

Al fin de la comida, el de los Leones se sosiega. Ya no ruge, digo ya no tiembla ni se le enreda la lengua. Cuatro doncellas llevan lo necesario para lavar las manos. La fuente y el aguamanil es de plata, las toallas son blanquísimas y riquísimas, el jabón redondo y napolitano. La de la fuente, muy desenvuelta ella, la encaja debajo de la barba de don Quijote y éste, un hidalgo de aldea al fin y al cabo, supone que será usanza de la tierra el lavar las barbas, en vez de las manos. Tiende la suya todo lo que puede, llueve del aguamanil y la doncella del jabón le manosea las barbas. Se las enjabona con rapidez, formando mucha espuma. No sólo las barbas, enjabona también la cara y los ojos. Tanto jabón le entra en éstos que le obligan a cerrarlos.

Los duques esperan en qué ha de pagar el extraño lavatorio, no saben nada de ello. La “doncella barbera” finge que se le ha acabado el agua y manda por ella. Deja a don Quijote cegado por el jabón. Los presentes disimulan, con gran esfuerzo, la risa. Las doncellas de la burla tenían los ojos bajos, no se atreven a mirar a sus señores. La cólera y la risa libran una batalla en el cuerpo de estos odiosos duques. No saben si castigar el atrevimiento de las muchachas o premiarlas, por haberles hecho reír tantísimo.

Por fin, la del aguamanil aparece con el agua y aclara las barbas y la cara a don Quijote, devolviéndole el sentido de la vista. Le limpian y le secan despacio, muy despacio; que así es más divertido. No acaba ahí la burla, falta una grande y profunda reverencia para retirarse. Pero el duque no quiere que el enjabonado caiga en la burla, llama a la de la fuente y le ordena que también a él le lave las barbas; pero que no se le acabe el agua.

Así lo hace la “aguda y diligente” doncella. Lava, enjabona la ducal barba y se retira con reverencias. El duque hubiera castigado “su desenvoltura”, menudo era el duque…

Sancho mira atónito los lavatorios y piensa, como su señor, que será usanza de la tierra. En Dios y en su ánima que lo ha de menester, una buena jabonadura y si se las rapasen, miel sobre hojuelas. Pero, al muy pardillo, se le ocurre decir, en voz alta, que pasar por un lavatorio así “antes es gusto que trabajo”.

La duquesa, qué más quiere. Está dispuesta a ordenar que lo laven y que le metan en colada. Sancho, de momento, se contenta con las barbas, más adelante…

El maestresala se lleva a Sancho, quedándose en la mesa los duques y don Quijote, hablando de diversas cosas. Es el momento de tirar de la lengua al caballero respecto a su Dulcinea…

Están con su coloquio en torno a la del Toboso cuando se oyen voces y ruido. Entra Sancho asustado, con un trapo sucio a manera de babero. Tras él, una comparsa de pícaros de cocina y gente menuda. Uno trae una artesa pequeña llena de agua de fregar, grasienta y maloliente. Persigue al escudero y pretende encajarle la batea debajo de la barba. Otro se la quiere lavar.

La duquesa pregunta con sorna qué quieren con ese buen hombre, si no consideran “que está electo gobernador”. El pícaro barbero contesta que no quiere dejarse lavar como lo hizo el señor duque y el señor su amo.

Sancho, colérico, contesta que querría sí, pero con toallas limpias, lejía clara y manos menos sucias. Que tanta diferencia no hay de él a su amo, que a él le lavan con “agua de ángeles” y a él con “lejía de diablos”. Él tiene las barbas limpias y está dispuesto a dar un puñetazo a quien le toque un pelo. Menudos agasajos los de este palacio…

La duquesa no puede más de risa de oír a Sancho; pero don Quijote viendo tan mal aliñado a su criado, sale en su defensa. Hace una profunda reverencia a los duques y, con voz reposada, pide a la comparsa del sucio lavatorio que le dejen y se vuelvan, que su escudero limpio es. Y “ni él ni yo sabemos de achaques de burlas”.


Sancho manifiesta que no aguanta más burlas, que traigan un peine y le almohacen la barba y que le trasquilen, si sacan alguna cosa…debe referirse a aquellos bichillos que emigraban al llegar al ecuador. ¿Os acordáis de lo que se extrajo del muslo, a orillas del Ebro?

La duquesa, riéndose, le da la razón y “reprende” a los de la artesa guarra, “ministros de la limpieza”. Han sido descuidados, en vez de traer fuentes y aguamaniles de oro puro con toallas alemanas, han usado artesas, dornajos…Les dice que son malos y mal nacidos, son unos malandrines que no saben disimular la ojeriza que tienen a los escuderos de los caballeros andantes.

Los apicarados y el maestresala creen que la señora habla de veras y se retiran, confusos y avergonzados.

Sancho se arrodilla, agradecido, ante la duquesa. La gran merced que la gran señora le ha hecho no puede pagarse sino con desear verse armado ¡caballero andante! Así podrá dedicarse a servir atan gran señora. Quijotizado del todo está nuestro escudero. Aunque, a continuación, desciende a la realidad y declara ser labrador, casado, con hijos y escudero. Mande la señora lo que quiera, que él tardará menos en obedecer que ella en mandar.

Un abrazo a todos los que pasáis por aquí, de María Ángeles Merino.


Copiado de "La arañita campeña", de la entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/01/la-doncella-del-jabon-le-manoseo-las.html

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