domingo, 17 de agosto de 2014

Dice Pedro Ojeda que el capítulo XXIV "es un zurcido" (2)



"No lejos de aquí -respondió el primo- está una ermita..." 




"-¿Tiene por ventura gallinas el tal ermitaño? -preguntó Sancho. 
-Pocos ermitaños están sin ellas -respondió don Quijote-"



"—Si yo la tuviera de agua —respondió Sancho—, pozos hay en el camino, donde la hubiera satisfecho" 


Estamos cerca de una ermita. El ermitaño tiene buena fama: ha sido soldado, es discreto y buen cristiano. Se lo digo así a don Quijote, aunque no sé si, como caballero andante, tendrá tan buen concepto de la soldadesca. A Sancho le interesa saber si el eremita tiene gallinas, tal vez añora aquellas espumas gallináceas de las bodas de Camacho. Su señor le contesta que los ermitaños de ahora las tienen, no son como los de antaño que se alimentaban de raíces. Algunas cosas que dice este hombre me recuerdan a los libros, con un punto de herejía, de los erasmistas, los seguidores del de Rotterdam.

Estando en esto, vemos a un hombre a pie que camina deprisa, arreando a un macho cargado de lanzas y alabardas. Nos saluda y pasa de largo. Don Quijote mira las lanzas y alabardas, le pica la curiosidad; le pide que se detenga pero, según sus palabras, las armas que lleva han de cumplir, al día siguiente, su misión. Piensa alojarse en la venta, un poco más allá de la ermita. Promete contarnos maravillas si vamos allí y nos adelanta, con muchísima prisa. El caballero andante desiste de pasar la noche en la casa del ermitaño y decide ir a la venta, que él no se queda sin saber para qué son las lanzas. Así que seguimos hasta la venta, a la que llegamos con la escasa luz del anochecer. 

El vino de la venta es muy malo y pienso que el ermitaño tendrá del bueno. Le digo a don Quijote que lleguemos a ella, a la ermita y no a la venta, a beber un trago. Sancho oye la palabra vino y no se hace de rogar. Pero el ermitaño no está y nos atiende la “criada” del ermitaño, la sotaermitaño. No, estos ermitaños no son los del desierto. Los del desierto no disponían de criada ni…de barragana. Pedimos vino de lo caro, uno de Arganda o Valdepeñas no estarían mal, y nos dice que su señor no tiene. Nos ofrece agua barata, o sea que agua y pagando. Sancho, no es tu día, tu sed no es de agua y añoras la abundancia de las bodas de Camacho y de la silenciosa, pero nutritiva, casa de don Diego.

En el camino de vuelta hacia la venta, nos topamos con un mancebito con la espada al hombro y el hatillo con sus vestidos, colgando de la misma. Asoman fuera del envoltorio los greguescos o calzones, el herreruelo o capa corta y una camisa. Lleva puesta sólo una ropilla, camisa y medias. Va alegre y ágil, cantando seguidillas para entretenerse. Al alcanzarle, iba con aquella que dice: “a la guerra me lleva mi necesidad; si tuviera dineros, no fuera, en verdad”. Va a la guerra, ligerito, sin los calzones a juego, que se le estropean y no tiene para otros. Desea alcanzar a unas compañías de infantería, cerca de allí. Desea sentar plaza, embarcar en Cartagena y servir al rey en la guerra, mucho mejor que hacerlo con un cortesano pelón. Está harto de cortesanos… 

Le pregunto si lleva alguna ventaja, es decir alguna prebenda o sobresueldo. Me dice que si hubiera servido a un grande o principal, algo llevaría; pero él siempre sirvió a advenedizos “catarriberas”, gente de ración mísera que bastante tienen con almidonarse la lechuguilla. Y ni siquiera pudo quedarse como criado permanente de algún noble y, de esta forma, llevar librea. Sólo lo fue ocasionalmente y, una vez acabado el servicio, fuera la librea. 

Tal vez, este don Quijote haya vivido en Italia. Lo digo porque suelta italianismos como “espirlochería” y “felice”. Y, para nuestro héroe de la cueva, a “felice” ventura ha de tener el jovenzuelo el salir de la corte para servir a Dios y a “su rey y señor natural”, en el “ejercicio de las armas”. Y se le nota, le place enormemente el trillado tema de las armas y las letras. Si con las armas se alcanza, si no más riquezas, más honra que con las letras. Que han fundado más mayorazgos las letras, con su toquecito de esplendor. Qué me va a contar a mí, un humanista que ha imprimido tantos libros imprescindibles para la humanidad, los cuales no me han dado un maravedí…El dinero de mi padre me permite no fenecer de inanición… 

Y, a continuación, para elevar el ánimo del zangolotino le habla de sucesos adversos, de la buena muerte, la muerte con honra, el olor a pólvora como perfume, la necesidad de remediar a los soldados viejos y estropeados, esclavos de el hambre si no se les asiste… 

Para alegrarle la cara, que había mudado de color, le invita a subir en las ancas de Rocinante y a cenar. Acepta lo de la cena, no lo de las ancas. 

Llegamos a la vente al anochecer. Sancho dice no sé qué de un castillo. Don Quijote pregunta por el de las lanzas y albardas. El ventero le responde que está en las caballerizas. Y a las caballerizas vamos todos para atender a nuestros jumentos y el mejor atendido, Rocinante. 

Y se acabó el comentario al capítulo zurcido. 

Un abrazo para todos 

María Ángeles Merino

Copiado de "La arañita campeña", de la entrada con el mismo título.

http://aranitacampena.blogspot.com.es/2009/11/dice-pedro-ojeda-que-el-capitulo-xxiv_21.html

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