sábado, 16 de agosto de 2014

Dice Pedro Ojeda que el capítulo XXIV "es un zurcido" (1)


Pedro Ojeda Escudero dice en "La acequia", en su entrada de ayer, acerca del capítulo 2.24, que "es un zurcido". 


Primera parte del comentario al capítulo 2,24 del Quijote, publicado en "La acequia", en la entrada titulada "En el camino, tras la cueva", correspondiente al día 19 de noviembre de 2009.

Sigo siendo el primo, aunque esto del perspectivismo complica la cosa...

Vuestras mercedes ya me conocen: soy aquel que se me identifica como “el primo del licenciado”, el que guió a don Quijote, hasta la mismísima entrada de la cueva de Montesinos.

Poco tiempo después de acompañarle en la aventura, llega a mis manos una pequeña parte de cierto libro, el autor es Miguel de Cervantes Saavedra, de quien tengo algunas referencias, no muchas. Os cuento cómo tuve la oportunidad de leerlo.

Visito la imprenta de Juan de la Cuesta, en el taller de la calle San Eugenio, cerca de la madrileña calle de Atocha, para ultimar la impresión de uno de mis transcendentales y humanistas libros. Esperando al maestro impresor, me entretengo en ojear unos folios depositados encima de una mesa. Se trata de unos capítulos señalados con los números XXII y XXIII, que alguien ha dejado allí. ¡Ah y el inicio del XXIV!

Cuál sería mi sorpresa cuando tropiezo con nuestra aventura, la de la famosa cueva. Disfruto con su lectura y vuelvo a ver al caballero andante internándose en una tenebrosa cueva, con mi valiosa y valiente ayuda. Las zarzas, los cuervos… Y qué me dicen de la fabulosa descripción de sus visiones allá abajo, la incredulidad de Sancho y mi fe en tan noble caballero. Todo, tal y como sucedió…y allí estaba yo. Lo devoré, digo que lo leí todo. Ya recuerdan vuestras mercedes: un Montesinos abrigado con su barba, un Durandarte yacente y parlante, una Belerma menopáusica y ajada, con el corazón de su amante en salazón…

Cervantes, en el título, nos anuncia que vamos a tropezar con mil zarandajas, impertinentes pero necesarias. ¿Zarandajas? Consultando mi biblioteca, he llegado a la conclusión, tras varias consultas, de que se trata de tonterías. Bueno, si las tonterías son necesarias, ya no lo son tanto.

Mi lectura va como la seda pero, al llegar al comienzo del XXIV, el traductor morisco de esta “grande historia” dice que su primer autor, el moro Cide Hamete, dejó escritas, en el margen, unas objeciones sorprendentes. Este Cide no se puede creer que al valeroso don Quijote le ocurra lo escrito. Don Quijote es incapaz de mentir y, además, en una hora, no pudo fabricar tal cantidad de disparates. El moro se cura en salud y nos advierte que, si esta historia parece apócrifa, no es culpa suya. Deja al lector prudente para que juzgue por sí mismo. Por si el asunto es poco complicado, se da la circunstancia de que, poco antes de morir, Hamete se retractase de ella, confesando que la había inventado porque cuadraba bien con las aventuras que había leído en sus historias.

Como era sencillo el asunto de los narradores, aquí estoy yo, el primo, sumándome a ellos para complicar más el juego de espejos.*

Sigo con la historia y tengo que manifestar que no sé lo que me maravilló más, si fue el atrevimiento de Sancho o la paciencia de su amo. Es un momento dulce para don Quijote, ha visto a Dulcinea, aunque encantada y pidiendo prestados unos míseros reales. De eso se aprovecha Sancho…

La verdad es que doy por bien empleado el tiempo gastado y así se lo quiero manifestar al caballero andante. Sólo el hecho de conocer a un andante resucitado, es una gran felicidad. Muy útil, para mi Ovidio español, es el haberme revelado el secreto de la cueva de Montesinos, con las metamorfosis del río y las lagunas. Por no hablar de dos grandes descubrimientos, ni más ni menos que la verdadera antigüedad de los naipes y el verdadero nacimiento del río que aparece y desaparece. Durandarte, resignado, pronuncia las palabras clave: “paciencia y barajar”, de lo que se deduce que ya se usaban en tiempos de Carlomagno. Aprovecho esta averiguación para mi otro libro, el de la invención de las antigüedades. Lo del río es algo desconocido por la gente, esto también me sirve para otro libro, se titulará…

Don Quijote quiere saber a quién voy a dedicar mis libros, si Dios me ayuda y consigo la licencia. Pienso que no faltan en España señores y grandes de España a quien dirigirlos. Y este caballero que de todo entiende, incluidas impresiones, licencias y dedicatorias, me advierte que muchos no quieren admitir dedicatorias. No se van a tomar la molestia de agradecer una cortesía…pero, aunque haya grandes tacaños, hay un príncipe que suple la falta de los demás. Lo tendré en cuenta, dedicaré mi libro al de Lemos, como Cervantes, y no al de Béjar…

Tras aludir a la envidia de algunos, corta la conversación porque hay que buscar alojamiento, que se hace de noche.

*El autor, el traductor, el narrador y el personaje narrador protagonista se desmienten entre sí. El perspectivismo es aquí muy complejo.

Continúa...


Un abrazo de:

María Ángeles Merino

Copiado de "La arañita campeña" de la entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2009/11/dice-pedro-ojeda-que-el-capitulo-xxiv.html

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