jueves, 28 de agosto de 2014

"Advertid, Sancho amigo, que doña Rodríguez es muy moza y que aquellas tocas más las trae por autoridad y por la usanza que por los años."




A la dueña Rodríguez me la imagino así como la reina Mariana de Austria, vestida con las tocas monjiles propias de las viudas.

Segunda parte del comentario al capítulo 2.31 del Quijote, publicado en "La acequia"en la entrada titulada "Comienza la burla cortesana", correspondiente al día 7 de enero de 2010.


Miro la pantalla de mi ordenador y veo algo muy extraño. ¿Qué imagen es ésa? ¿Alguna extraña publicidad de esas que emergen en Internet? ¿La de un detergente para lavar prendas de color negro? ¿Un disco de música gregoriana? No, no es un anuncio ¡Es una mujer vestida monjilmente, con ropajes negros y enorme toca blanca ! ¡Es tal y como yo me imagino a doña Rodríguez, la “reverenda dueña” ! ¡Está ahí dentro, en la pantalla de mi ordenador! Parece que quiere decirme algo, así que subo el volumen del altavoz y escucho lo siguiente:

“Ruego a vuestra merced, mujer amanuense, deje de mover los dedos sobre ese extraño artefacto y me escuche atentamente porque vengo del limbo en que viven los personajes secundarios de aquel libro, dado a la estampa con el nombre de “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha”. Sé que vuestra merced ha prestado atención a otros personajes secundarios, por eso me presento aquí. No me conceden mucho tiempo y no podré repetirlo.

Mi nombre es doña Rodríguez de Grijalba, aunque ese escudero majagranzas se haya dirigido a mí como señora González. Le pregunto: ¿Qué es lo que mandáis, hermano? Y el mentecato me pide la merced de salir a buscar a su borrico y mandarle poner ¡o ponerle! en la caballeriza, que el pobrecito no se halla a estar solo. Yo, una Rodríguez de Grijalba, hidalga de la cabeza a los pies, acarreando el burro de un villano, con mis blancas y cuidadas manos. Con las mejillas encendidas, no me puedo contener, lo despacho con palabras destempladas, y le hago saber que las dueñas de esta casa, aunque dirigimos y vigilamos a la servidumbre, no estamos acostumbradas a tan serviles ejercicios.

Mas este labriego analfabeto me responde, el muy insolente, con el romance de Lanzarote, que “damas curaban del y dueñas del su rocino”. Y que su rocín no ha de ser menos. Parece ser que su amo lo recita a menudo, ese loco al que mis señores, los duques, han recibido con cortejo de aguas olorosas. Y tenemos órdenes de tratarlo como a un caballero andante, los de esos disparatados libros de caballerías que, a veces, alguien nos lee en voz alta, para pasar mejor las largas tardes de invierno.

Yo no sirvo para estos fingimientos, que me perdone mi señora la duquesita. Aquella hermosísima criaturita a la que, tantas veces, tuve en mis brazos. Entonces era reciente mi viudedad. Al morir mi esposo, capitán de los Tercios Viejos, quedé sola y sin recursos. Dios confunda a quien urde las guerras. Tuve que aceptar el generoso ofrecimiento de mi señora. Desde entonces soy una dueña más, arrastrando mi hábito negro y mis blancas tocas por los salones del palacio ducal, vigilando a los criados, murmurando…Dios me perdone.

Le replico a este escudero, si es un juglar ha de guardar sus gracias para quien se las pague, que yo lo haré con una higa. Me contesta que ésta “aún bien…será bien madura”. Vamos que me la convierte en breva y mi “quínola” es la que suma más puntos…me llama vieja.

Ya no soy la pacífica dueña Rodríguez, la que pasa sus horas dándole a la aguja, y a la lengua, sentada en un cojín del estrado. Soy un basilisco, echo fuego por los ojos. Pronuncio algo impropio de una linajuda y cristiana hidalga, le llamo… “hijo de puta”. Dios me perdone. La cuenta de mis años es cosa de Dios y no de este bellaco, harto de ajos.

Así se lo digo en voz tan alta que me oye mi señora. Me pregunta con quién las he. Bajo el tono y le contesto que las he con “este buen hombre”, el cual me ha pedido que lleve a su asno a la caballeriza, como al rocino de Lanzarote que fui cuidado por unas dueñas. Y, sobre todo, me ha llamado vieja. Cincuenta y dos...

La duquesa habla con Sancho y le dice que, siendo yo muy moza, no llevo las tocas por los años sino por autoridad y usanza. Un punto de socarronería siempre ha tenido esta mi señora…si la conoceré yo.

El escudero se disculpa, el cariño que tiene a su jumento es tan grande que no podía encomendarlo a persona más caritativa que yo. Al amo del escudero le parecen fuera de lugar las pláticas, en el lugar en que estamos. El rústico responde que si aquí se acordó del rucio, aquí habló de él.

Mi señor, el duque, sale en defensa de Sancho. Yo no sé qué pasa aquí, éste no es el amo que yo conozco. Dice que el escudero está en lo cierto y no hay que culparle. Al rucio “se le dará recado a pedir de boca”, no sé de qué boca habla, si de la boca del de cuatro patas o del de dos. Que ande Sancho sin cuidado, “como a su misma persona “dice mi señor que se le tratará. Me pareció percibir un tono de burla en sus palabras.

Me despido de vuestra merced, volveré…

(Continúa)

Un abrazo de María Ángeles Merino

Copiado de "La arañita campeña", de la entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/01/advertid-sancho-amigo-que-dona.html

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