domingo, 31 de agosto de 2014

"...créame Sancho que la villana brincadora era y es Dulcinea del Toboso" (2)



¿Cómo se imaginaría Cervantes el castillo palacio de los duques? ¿Algo así?
Esta mañana he conocido este castillo, restaurado y convertido en establecimiento hotelero, en Olmillos de Sasamón (Burgos).

Segunda parte del comentario al capítulo 2.33, del Quijote. Publicado en "La acequia", en la entrada titulada "Como obtener información de un simple", correspondiente al día 21 de enero de 2010.


Sigue hablando la dueña Rodríguez.

No sé por qué se dirige a mi señora con el absurdo tratamiento de “vuestra altanería”. Querrá decir alteza…Aunque ha recibido un jarro de agua fría, se muestra cristianamente resignado, tal vez suba mejor al cielo como escudero…

Y empieza a ensartar refranes, que si el pan francés, que si los gatos pardos, los estómagos, las avecitas, el paño de Cuenca...el Papa, el sacristán y al meternos en tierra, todos iguales. ¡Qué revoltijo de refranes!

Y si no le dan la ínsula por tonto, no le importa, que podría ser para su mal. ¡Y sabe de reyes godos! Que si Wamba pasó de labrador a rey, don Rodrigo pasó del trono al agujero de las culebras. Demasiado para un labriego, aunque los romances cuentan todo eso…y no mienten. Hablando de esto, intervengo yo, para insistir en que el romance no miente e incluso recito un par de versos. No sé por qué me gusta tanto de eso de “ya me comen por do más pecado había”.

Y hago reír a mi duquesa, cuando afirmo que mejor ser labrador que rey, puesto que a los reyes les han de comer bichos repugnantes. Ahora, tras el varapalo, quiere tranquilizar al escudero y le asegura que el duque es un caballero no andante que cumple con su palabra y, así, cumplirá con lo de la ínsula. Sancho empuñará su gobierno y ella le encarga que mire cómo ha de gobernar a sus vasallos.

Eso de gobernarlos bien, no le parece difícil. Cree que basta con ser caritativo y tener compasión con los pobres. Muy blandito le veo yo. Suelta más refranes, que si es perro viejo y entiende los tus tus…. A los malos no les dará ni pie ni entrada, menos mal. Piensa que todo es comenzar y, a los quince días, pan comido. Cómo puede creerse que va a ser gobernador de verdad, qué habrán preparado para este pardillo…

La duquesa le da la razón, que nadie nace enseñado…Y le hace volver al encanto de Dulcinea, que es de lo que desea hablar. Y deja caer algo que le deja con la boca abierta: la villana brincadora era realmente Dulcinea del Toboso. Si Sancho cree que ha sido una invención suya, es por las malas artes de los encantadores que persiguen a don Quijote. Los duques tienen encantadores benéficos que les informan y por ellos lo han sabido. A los ricos no les falta de nada, incluso tienen encantadores a su servicio.


A la del Toboso, la veremos en su verdadero estado y el escudero saldrá del engaño en que vive. Pero ¿qué majaderías estoy diciendo?

Sancho relaciona lo que le está diciendo la duquesa con el suceso de la cueva de Montesinos, que si don Quijote decía que Dulcinea llevaba el mismo traje y hábito que Sancho dijo… que llevaba… cuando la encantó…por su gusto…No entiendo a este villano. Luego dice que fingió aquello por escapar de una riña, no por ofenderle…

Mi señora pide que le cuente lo de la cueva de Montesinos. Y punto por punto se lo cuenta. Y la duquesa saca en conclusión que era la misma y verdadera Dulcinea, la de la cueva y la de la salida del Toboso.

Esta mujer va a volver loco al villano, el cual se defiende como gato panza arriba. Que si Dulcinea está encantada, peor para ella. Con encantadores no ha de meterse, que son gente peligrosa, allá su amo… Él vio una labradora y si era la del Toboso metamorfoseada…no es culpa suya; que le dejen en paz y no anden con dimes y diretes. Que Sancho no es un “quienquiera”, que anda ya en libros, según le dijo un tal Sansón, bachillerado por Salamanca.

Se me hace difícil creer que haya un libro que se ocupe de este majagranzas, aunque mi señora me lo asegura y la he visto con uno titulado “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha “. Creo que todo este teatro que han montado viene de ese maldito libro…Y el duque nunca le vi reír con tanta gana…

El villano vuelve al punto de su interés, puesto que posee buena fama, que le encajen ese gobierno y verán maravillas.

La duquesa suelta algunos latinajos de ésos que aprendió con el dómine. Mi padre, aunque hidalgo, no me proporcionó instrucción…Que si sentencias catonianas, que si un tal Verino que era florentino…

Las apariencias engañan y “debajo de mala capa suele haber buen bebedor”, pero lo entiende como si la duquesa le estuviera llamando borracho. Y se defiende, sólo bebe por sed o cuando se lo ofrecen, por cortesía. Además, yendo por ahí, de escudero andante, agua y gracias. Buenos tragos dará a la bota, como si lo viera…

Tras asegurarle que lo cree así, le manda a descansar, que ya hablarán de encajar el gobierno. El escudero le besa las manos de nuevo y le suplica que tenga buena cuenta con…su rucio. ¿Qué tendrá este hombre con su asno? La duquesa pregunta por el animalito, ya no se acuerda de cuando me llamó vieja por no atender a su rucio. O si se acuerda…

Sancho le cuenta lo de mi enfado y añade que lo de pensar jumentos es algo propio y natural de las dueñas. Pero…qué sabrá este borrico, nunca mejor dicho, de dueñas, la autoridad en las salas de la nobleza. Y que un hidalgo de su lugar…¡majadero!

Mi señora me manda callar, amén. Y para que se sosiegue el señor Panza, el rucio queda ¡a cargo de ella misma! Dice que lo pondrá sobre las niñas de sus ojos.

Todavía le queda un poco de juicio en esa cabezota y declara que eso no lo consentiría, de ninguna manera. Y, como le recuerda la de las niñas, cuando sea gobernador podrá llevarle con él, regalarle e incluso dejarlo descansar.

Y la última que suelta, produce el efecto de hacerla casi estallar de la risa. Va y dice que él ha visto “ir más de dos asnos a los gobiernos, y que llevase yo el mío no sería cosa nueva.”. En esto sí que anda atinado…lo reconozco.

Mi señor y mi señora preparan otra burla, le contaré a vuestra merced.

Un abrazo a Pedro, preciosa voz, y a los que pasáis por aquí.


María Ángeles Merino

Copiado de "La arañita campeña", de la entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/01/creame-sancho-que-la-villana-brincadora_24.html

"...créame Sancho que la villana brincadora era y es Dulcinea del Toboso" (1)




Encantadores dibujos infantiles, sacados de un "Resumen ilustrado del Quijote"


¡Otra vez la dueña Rodríguez!  A ver qué me dice esta vez.

Saludo a vuestra merced y le cuento…que el limbo de los secundarios es muy aburrido y tengo ganas de hablar.

Mi señora, la duquesa se ha vuelto tan mentecata como esta pareja, doctorada ciertamente en mentecatería; la cual tiene a bien honrarnos con su presencia, en este señorial palacio. Hablo, ya me entienden vuestras mercedes, del que se hace llamar don Quijote, al cual, por orden de mi señor, hay que tratarle como a un antiguo caballero andante, tal y como lo cuentan esos librotes  que merecían ser quemados. Y hablo de su escudero, ese ignorante que tuvo la osadía de ordenarme a mí, una Rodríguez de Grijalva, que cuidara de su sucio asno.

Me quedo de piedra cuando le oigo decir, dirigiéndose al llamado Sancho Panza, que “si no tenía mucha gana de dormir” , viniese a pasar la tarde con ella y con sus doncellas en una muy fresca sala”. Y el osado labriego responde que, privándose de sus cinco horas de siesta, por servirla, acudiría a su mandado.

Sancho termina de comer en el tinelo, junto a los pícaros de la cocina, me cuentan que éstos no le dejaban en paz con sus gracias de mal gusto, y se presenta en el estrado de la duquesa, una sala muy fresca. Allí nos reunimos doncellas y dueñas de la casa, con nuestra labor en la mano y la lengua suelta, en las calurosas tardes del estío, para la acompañar, como las damas que acompañaban a doña Alda, aunque no seamos trescientas y lo que hilamos sea lana, que no oro.

El falso escudero no se atreve a sentarse en la silla baja que se le ofrece; pero “accede a sentarse como gobernador y hablar como escudero”, según le indica mi señora que sentaría a este destripaterrones en el escaño del Cid. ¡Lo que hay que oír!

Todas, doncellas y dueñas, le rodeamos en silencio. La duquesa toma la palabra y se dirige al “señor gobernador” para que le “asolviese”  ciertas dudas que tiene sobre la historia del gran don Quijote impresa. Una gran dama imitando las disparates de un iletrado, qué ganas de burla tiene mi niña, perdón… mi señora. Para mí, sigue siendo aquella chiquilla que se escondía debajo de mis tres sayas. Y sigue con sus chiquilladas…

El buen embustero Sancho cambia la color cuando mi señora le plantea que, si nunca vio a Dulcinea, si nunca le llevó la carta de don Quijote, cómo pudo contar que la halló cribando trigo; siendo todo mentira y daño para la buena fama de la del Toboso, además de incompatible con la fidelidad escuderil.

El fingido escudero, como respuesta, se levanta despacito y, con el dedo sobre los labios, levanta los doseles, para asegurarse de que no nos escucha nadie a escondidas. Parece un cómico de esas disparatadas comedias, tan alabadas hoy en día.

A continuación, nos revela que, aunque algunas veces diga cosas sensatísimas, tiene a su señor “por loco rematado”. Y, a pesar de ello, le hace creer cosas sin sentido como la respuesta de la carta o lo de Dulcinea encantada. ¡Qué poca vergüenza gasta este villano!

Ruega mi señora que le cuente la novedad del encantamiento y Sancho obedece. ¡Con qué gusto lo escuchamos doncellas y dueñas! ¡Y no es menor el regocijo de nuestra ama!

En sus ojos brilla una chispa de malicia y pasa a exponer, al desvergonzado escudero, un escrúpulo de conciencia que le habla al oído: si don Quijote es mentecato, Sancho lo conoce y, con todo, le sigue y va atenido a sus vanas promesas, debe de ser más loco que su amo. Y pone el dedo en la llaga cuando concluye que si no sabe gobernarse a sí mismo ¿cómo gobernará a otros?

Sancho reconoce que el razonamiento duquesil es correcto, pero…es de su pueblo, ha comido su pan, le quiere bien, le dio sus pollinos ¿Qué va a hacer este estómago agradecido sino seguirle hasta la muerte? Bueno…reconozco que asoma el cariño hacia su amo, en las palabras de este bruto.


(Continúa)


Un saludo de María Ángeles Merino a los que pasáis por aquí.


Copiado de "La arañita campeña", de la entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/01/creame-sancho-que-la-villana-brincadora.html

sábado, 30 de agosto de 2014

"...la doncella del jabón le manoseó las barbas con mucha priesa, levantando copos de nieve, que no eran menos blancas las jabonaduras..."



Segunda  parte del comentario al capítulo 2.32, del Quijote. Publicado en "La acequia", en la entrada titulada "En eso hay mucho que decir ", correspondiente al día 14 de enero de 2010.

El duque acaba ya su larga risa y se dirige al de los Leones, ya ha aprendido su nuevo apelativo, para dar por cerrada la confrontación con el eclesiástico. Su respuesta ha sido “altísima” y completa, para un agravio sólo aparente que, al igual que las mujeres, no agravian los eclesiásticos. ¡Otra vez con lo mismo!

Y don Quijote responde que así es: mujeres, niños y eclesiásticos no pueden defenderse, aunque sean ofendidos, por lo tanto no pueden ser afrentados. Parece ser que, entre el agravio y la afrenta, hay una diferencia que nos ha de explicar con sesudos y bien traídos ejemplos. A estas alturas, el lector se pregunta cuándo dejará, nuestro querido hidalgo, el asunto éste de las afrentas. Menos mal que no se siente agraviado en su persona “porque quien no puede recebir afrenta, menos la puede dar”. Eso sí, quisiera haberle podido sacado del error garrafal en que se encuentra, pensando que no han existido ni existen los caballeros andantes. Mal lo hubiera pasado el sermoneador si se entera Amadís u otro de su linaje.

El escudero confirma lo que dice su señor, especificando lo que hubiera hecho un Amadís o similar: rajarle como a una granada o melón. Buenos son esos para aguantar “semejantes cosquillas”. Y si lo oye Reinaldos de Montalbán, la que se arma. Pero Sancho… ¿cómo sabes tanto de libros de caballerías? ¿No eras labriego, analfabeto y con poca sal en la mollera? También es verdad que has hecho un curso intensivo, al lado de tu señor.

La duquesa “perece” de la risa y su favorito es el escudero, al que tiene por más gracioso y más loco que su señor. Su parecer es compartido por “muchos”… ¿Quiénes son esos “muchos”?

Al fin de la comida, el de los Leones se sosiega. Ya no ruge, digo ya no tiembla ni se le enreda la lengua. Cuatro doncellas llevan lo necesario para lavar las manos. La fuente y el aguamanil es de plata, las toallas son blanquísimas y riquísimas, el jabón redondo y napolitano. La de la fuente, muy desenvuelta ella, la encaja debajo de la barba de don Quijote y éste, un hidalgo de aldea al fin y al cabo, supone que será usanza de la tierra el lavar las barbas, en vez de las manos. Tiende la suya todo lo que puede, llueve del aguamanil y la doncella del jabón le manosea las barbas. Se las enjabona con rapidez, formando mucha espuma. No sólo las barbas, enjabona también la cara y los ojos. Tanto jabón le entra en éstos que le obligan a cerrarlos.

Los duques esperan en qué ha de pagar el extraño lavatorio, no saben nada de ello. La “doncella barbera” finge que se le ha acabado el agua y manda por ella. Deja a don Quijote cegado por el jabón. Los presentes disimulan, con gran esfuerzo, la risa. Las doncellas de la burla tenían los ojos bajos, no se atreven a mirar a sus señores. La cólera y la risa libran una batalla en el cuerpo de estos odiosos duques. No saben si castigar el atrevimiento de las muchachas o premiarlas, por haberles hecho reír tantísimo.

Por fin, la del aguamanil aparece con el agua y aclara las barbas y la cara a don Quijote, devolviéndole el sentido de la vista. Le limpian y le secan despacio, muy despacio; que así es más divertido. No acaba ahí la burla, falta una grande y profunda reverencia para retirarse. Pero el duque no quiere que el enjabonado caiga en la burla, llama a la de la fuente y le ordena que también a él le lave las barbas; pero que no se le acabe el agua.

Así lo hace la “aguda y diligente” doncella. Lava, enjabona la ducal barba y se retira con reverencias. El duque hubiera castigado “su desenvoltura”, menudo era el duque…

Sancho mira atónito los lavatorios y piensa, como su señor, que será usanza de la tierra. En Dios y en su ánima que lo ha de menester, una buena jabonadura y si se las rapasen, miel sobre hojuelas. Pero, al muy pardillo, se le ocurre decir, en voz alta, que pasar por un lavatorio así “antes es gusto que trabajo”.

La duquesa, qué más quiere. Está dispuesta a ordenar que lo laven y que le metan en colada. Sancho, de momento, se contenta con las barbas, más adelante…

El maestresala se lleva a Sancho, quedándose en la mesa los duques y don Quijote, hablando de diversas cosas. Es el momento de tirar de la lengua al caballero respecto a su Dulcinea…

Están con su coloquio en torno a la del Toboso cuando se oyen voces y ruido. Entra Sancho asustado, con un trapo sucio a manera de babero. Tras él, una comparsa de pícaros de cocina y gente menuda. Uno trae una artesa pequeña llena de agua de fregar, grasienta y maloliente. Persigue al escudero y pretende encajarle la batea debajo de la barba. Otro se la quiere lavar.

La duquesa pregunta con sorna qué quieren con ese buen hombre, si no consideran “que está electo gobernador”. El pícaro barbero contesta que no quiere dejarse lavar como lo hizo el señor duque y el señor su amo.

Sancho, colérico, contesta que querría sí, pero con toallas limpias, lejía clara y manos menos sucias. Que tanta diferencia no hay de él a su amo, que a él le lavan con “agua de ángeles” y a él con “lejía de diablos”. Él tiene las barbas limpias y está dispuesto a dar un puñetazo a quien le toque un pelo. Menudos agasajos los de este palacio…

La duquesa no puede más de risa de oír a Sancho; pero don Quijote viendo tan mal aliñado a su criado, sale en su defensa. Hace una profunda reverencia a los duques y, con voz reposada, pide a la comparsa del sucio lavatorio que le dejen y se vuelvan, que su escudero limpio es. Y “ni él ni yo sabemos de achaques de burlas”.


Sancho manifiesta que no aguanta más burlas, que traigan un peine y le almohacen la barba y que le trasquilen, si sacan alguna cosa…debe referirse a aquellos bichillos que emigraban al llegar al ecuador. ¿Os acordáis de lo que se extrajo del muslo, a orillas del Ebro?

La duquesa, riéndose, le da la razón y “reprende” a los de la artesa guarra, “ministros de la limpieza”. Han sido descuidados, en vez de traer fuentes y aguamaniles de oro puro con toallas alemanas, han usado artesas, dornajos…Les dice que son malos y mal nacidos, son unos malandrines que no saben disimular la ojeriza que tienen a los escuderos de los caballeros andantes.

Los apicarados y el maestresala creen que la señora habla de veras y se retiran, confusos y avergonzados.

Sancho se arrodilla, agradecido, ante la duquesa. La gran merced que la gran señora le ha hecho no puede pagarse sino con desear verse armado ¡caballero andante! Así podrá dedicarse a servir atan gran señora. Quijotizado del todo está nuestro escudero. Aunque, a continuación, desciende a la realidad y declara ser labrador, casado, con hijos y escudero. Mande la señora lo que quiera, que él tardará menos en obedecer que ella en mandar.

Un abrazo a todos los que pasáis por aquí, de María Ángeles Merino.


Copiado de "La arañita campeña", de la entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/01/la-doncella-del-jabon-le-manoseo-las.html

viernes, 29 de agosto de 2014

"...yo, inclinado de mi estrella, voy por la angosta senda de la caballería andante..."




 "Una angosta senda", tomada en Palacios de Benaver, por María Ángeles Merino.

Primera parte del comentario al capítulo 2.32, del Quijote. Publicado en "La acequia", en la entrada titulada "En eso hay mucho que decir ", correspondiente al día 14 de enero de 2010.

De la respuesta que dio don Quijote a su reprehensor, con otros graves y graciosos sucesos

Don Quijote tiembla de pies a cabeza y se le traba la lengua. Ha de dar la réplica a su grave y eclesiástico reprehensor, con todos los respetos, los pasados y los presentes, a la sacratísima institución que representa. Y con todos los acatamientos hacia el lugar en que se halla, un palacio propiedad de la más alta nobleza. Ante estos dos estamentos, no nos extrañe la tiritona y la lengua impedida.

Los “togados”, al igual que las mujeres, no empuñan más arma que la lengua. Con ella entrará don Quijote en batalla, en justa reciprocidad. No es un arma tan inofensiva, puede ser de doble filo…

El primer disparo: “de un religioso antes se esperan buenos consejos que infames vituperios”. A continuación le recuerda, es de suponer que no lo ignora, que las reprehensiones “santas y bien intencionadas” han de realizarse en privado y teniendo conocimiento del “pecado” por el que se reprehende, asentándose mejor sobre blandura que aspereza. Ninguna de estos tres “puntos” fueron cumplidos por el severo religioso que le llamó públicamente, “sin más ni más”, mentecato y tonto.

Tres circunstancias, por cierto, que debieran tenerlas en cuenta todos los educadores que , en este mundo, son y serán. Nunca en público , con conocimiento de la falta y mejor sobre blandura que aspereza. ¿Figuran estas palabras de don Quijote en algún cursillo, curso, cursazo , mastercillo, máster o masterazo de esos que capacitan pedagógicamente a profesores? Debieran …aunque parezcan obvias.

Don Quijote quiere saber por cuál de sus “mentecaterías” se le vitupera, mandándole a su casa a gobernar casa, mujer e hijos. ¿Mujer e hijos? ¿Por qué no pregunta primero si los tiene o los deja de tener?

Nuestro caballero no puede sufrir a este "togado" que se mete, sin consideración alguna, como quien tiene el derecho, en las vidas ajenas. Y se atreve a dar leyes a los caballeros andantes, él, el que no ha andado más allá de treinta leguas.

¿Y le parece mal buscar las asperezas del mundo para ganarse un asiento en la inmortalidad? Es lo que predican sus colegas en los púlpitos.

Tonto, le ha llamado tonto. Sería una afrenta que le tuvieran por sandio “los caballeros, los magníficos, los generosos, los altamente nacidos”. Escuche bien el de la sotana: ni magnifico, ni generoso ni altamente nacido. ¿En qué categoría lo incluye? En la de los estudiantes, esos “criados en estrecho pupilaje” que jamás han pisado las sendas de la caballería. No le concede don Quijote una categoría superior a la de bisoño estudiantillo. Y eso, a pesar de que el grave eclesiástico debe tener una grave edad…

Apunte, apunte el severo religioso. “Ambición soberbia”, “adulación servil”, “hipocresía engañosa”...esos caminos siguen algunos. ¿Todos? No, menos mal, algunos van “por el de la verdadera religión”.

Mas don Quijote, inclinado de su estrella, va “por la angosta senda de la caballería andante”, acrecentando su honra y no su hacienda. Agravios, tuertos, insolencias, gigantes, vestiglos…con todo eso ha cumplido.

Y enamorado porque “es forzoso que los caballeros andantes lo sean”. ¡Ay Dulcinea! Ahora resulta que se enamora de ti porque de alguien se tenía que enamorar, que era obligatorio. Y frío como un pez, nada de vicio…Platónico y continente. Menos mal, tobosina, que no existes porque un enamorado así…

Y nuestro caballero andante concluye la réplica. Sus intenciones siempre han sido” hacer bien a todos y mal a ninguno”. El que obra así no merece ser llamado bobo. De todas maneras, si fuera así, díganlo los excelentes duque y duquesa. Como son tan excelentes pueden decir incluso que la noche es día.

Sancho aplaude, con un ¡Bien, por Dios!, las palabras de su señor. Le pide que no insista más, que si el reprehensor niega que haya caballeros andantes…qué va a saber.

Y, entonces, repara el estirado eclesiástico en la presencia del escudero. Le pregunta si es el tal Sancho Panza, al que su amo tiene prometida una ínsula. Él, siguiendo sus refranes, se arrima a un buen señor y será como él. Y junto a él, no le faltarán ínsulas que gobernar.

El duque ve llegado el momento de seguir con la broma y, ¡faltaría más!, le ordena el gobierno de una ínsula que le sobra por ahí, una de las buenas...

Don Quijote le ordena hincarse de rodillas y besar los pies al duque, por la merced concedida. Sancho lo hace así y el grave eclesiástico no puede más, se levante mohíno de la mesa. Está por decir, pero no lo dice, que es tan sandio “Vuestra Excelencia” como los dos “pecadores”, amo y señor. Y amonesta a la pareja ducal por canonizar las locuras de los locos, siendo ellos cuerdos. Ya no come más y se va a su casa, así no tendrá que reprehender en vano. No consiguen detenerle los ruegos. Pocos ruegos los del duque, puesto que la risa se lo impedía.

(Continúa)


Un abrazo de:

María Ángeles Merino

Copiado de "La arañita campeña", de la entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/01/yo-inclinado-de-mi-estrella-voy-por-la.html

jueves, 28 de agosto de 2014

Muchas y grandes cosas: doncellas, una camisa, una bronca, un cuento, un grave eclesiástico…


Un grave eclesiástico, en mi ciudad hay muchos, de piedra y de carne y hueso...

Tercera parte del comentario al capítulo 2.31 del Quijote, publicado en "La acequia"en la entrada titulada "Comienza la burla cortesana", correspondiente al día 7 de enero de 2010.

Una vez que el duque deja zanjado el tema del rucio, introducen a don Quijote en una riquísima sala donde seis doncellas, bien aleccionadas, lo desarman. Saben bien cómo le han de tratar, para que se sienta como un auténtico caballero andante, algo que ni él mismo se cree. Están obligadas a reprimir la risa, por orden de sus altísimos señores. Un hidalgo avejentado, sequísimo, flaquísimo y larguísimo, con sus escasos greguescos y su jubón, con sus quijadas prognáticas que se besan por dentro…Si las muchachas pudieran, darían rienda suelta a sus carcajadas.

Le ruegan que se deje desnudar, han de ponerle una camisa. El honestísimo y castísimo Don Quijote no lo consiente, delante de seis mujeres, jamás. Solicita que se la entreguen a Sancho y se encierra con él, no sólo por la camisa…ahora a ver ese deslenguado.

El escudero ignora el chaparrón que le va a caer encima, menuda filípica. Lo del burro no va a quedar así. Don Quijote está indignadísimo: en ese preciso y dulce momento en que, ¡por fin! , es tratado como un caballero andante, al truhán y majadero de Sancho sólo se le ocurre acordarse ¡del rucio!

Por Dios le pide que se reporte, que no descubra su villana y grosera hilaza. Porque si califican mal al criado, calificarán mal al señor; pensarán que es un caballero de mohatra, o sea de mentira. Ay, que sus inseguridades le delatan.

Don Quijote pulsa la tecla adecuada, le advierte que han de mejorar en tercio y quinto en hacienda. Para ello, ha de enfrenar la lengua y rumiar las palabras antes de soltarlas. Y Sancho lo promete “con muchas veras”, “que nunca por él se descubriría quién ellos eran.” Lo curioso es que, ante estas palabras de complicidad, el viejo hidalgo calla… ¿Amo y criado conchabados?

Se viste y se adorna. El tahalí y la espada, imprescindibles a la hora de la comida. También, el mantón y la montera. En la gran sala, las doncellas le ofrecen aguamanos con reverencias y ceremonias. Luego doce pajes con el maestresala han de llevarlo a comer, lleno de pompa y majestad, donde los duques le aguardan. Un cortejo de trece personas para un caballero andante de guardarropía. Ya está dispuesta una rica mesa, con cuatro servicios. Sancho, como criado que es, no se sentará a la mesa.

La duquesa y el duque salen a recibirlo, y con ellos un nuevo y siniestro personaje: un grave eclesiástico. Y, de golpe y porrazo, el autor, nos sorprende con unas valentísimas pinceladas, cinco “destos que”, para darnos una rápida visión crítica, de como es éste y como suelen ser los religiosos que gobiernan las casas los “príncipes”. Ineptos en su labor educativa sobre la nobleza, convierten a sus nobles educandos en miserables, estrechos de ánimo…no se calla, no, este Cervantes. Aunque, tal vez, debiera, que el Santo Oficio siempre está afilándose las uñas. Seguro que el escritor piensa en un eclesiástico concreto, muy concreto.

Después de muchas finezas, se sientan a la mesa. Don Quijote rehúsa sentarse a la cabecera, pero el duque insiste y el de los Leones ha de aceptar. Sancho contempla atónito tanta ceremonia y, ante los ruegos del duque para hacer sentar en la cabecera a don Quijote, le viene a la memoria un cuento y no se aguanta sin decirlo. Sonríe maliciosamente, va a ver su amo lo bien que encaja…

Sancho pide licencia para contarlo y don Quijote tiembla, teme que suelte alguna necedad inconveniente. Sancho entiende la preocupación de su amo e intenta tranquilizarlo, asegurando que no ha olvidado sus consejos sobre hablar bien o mal…


Don Quijote dice que no se acuerda de nada de eso, que diga lo que quiera, pero rápido. Caballero y escudero discuten: digo verdad, miente lo que quieras, pero mira lo que dices, remirado lo tengo y, al final, “echen de aquí a ese tonto que dirá mil patochadas”.

La duquesa tiene ganas de diversión y no consiente que se aparte al “discreto” Sancho, su personaje favorito y si dice patochadas, mejor que mejor.

Tras lanzar un “viva” a la duquesa, a “su santidad”, por lo bien considerado que le tiene; el escudero se pone a contar, de forma enrevesada y larga, dando detalles innecesarios, un cuento muy simple y muy corto; pero tan mal contado que irrita y se presta a confusión. Trata de un hidalgo de su pueblo, el de Sancho, que invita a comer a un labrador pobre. Éste insiste en que el hidalgo ocupe la cabecera de la mesa y, a su vez, el hidalgo desea que el labrador la tome, porque en su casa se hace lo que él manda. Al invitado le parece una descortesía y se niega. El cuento acaba cuando el hidalgo le pone la mano en los hombros y le dice: “Sentaos, majagranzas, que adondequiera que yo me siente será vuestra cabecera”.» O sea, te pongas como te pongas, mando yo.

Don Quijote se pone de mil colores, qué mal le sienta el cuentecito, tan a propósito. Los señores entienden la malicia del escudero y disimulan la risa. Es preciso cambiar de tema y la duquesa se interesa por la señora Dulcinea y si le había enviado presentes de gigantes o malandrines vencidos. Don Quijote se lamenta de sus infortunios, Dulcinea está encantada y vuelta en feísima labradora, los vencidos no la pueden encontrar.

Sancho da su versión de los hechos, para satisfacer a esta duquesa que aprecia su “discreción”. Dice que a él le pareció la más hermosa, que, al menos, en el brincar no le gana un volteador, ni un gato…No sabe mentir, la imagen de la labriega saltarina es la que conoce y a ella se rinde.

El duque, buen lector del libro, le pregunta si la ha visto encantada y responde que la vio el primero; para luego exclamar ambiguamente: “¡Tan encantada está como mi padre!”

El grave eclesiástico cae en la cuenta de que estaba ante el mismísimo don Quijote de la Mancha, cuya historia tanto leía el duque y él le decía “que era disparate leer tales disparates”. Colérico, se dirige al duque en un tono de sermón, le hace responsable ante “Nuestro Señor” de lo que hace “don Tonto”, así lo llama. Le está convirtiendo en más mentecato de lo que verdaderamente es, dándole ocasiones…

Y se dirige a don Quijote, llamándole “alma de cántaro”. Le pregunta quién le “ha encajado en el celebro” eso del caballero andante y demás. Debe volver a su casa y cuidar de hacienda e hijos. Debe dejar de vagar por ahí, dando que reír. ¿Dónde hay caballeros andantes, gigantes, malandrines, Dulcineas y todas esas “simplicidades”?

Atento está nuestro héroe a las razones del venerable, ay venerable, mi palabra favorita…Pero va  a explotar, se pone de pie, airado y dice…lo que dice en el siguiente capítulo.

Un abrazo para los que pasáis por aquí de:

María Ángeles Merino


Copiado de "La arañita campeña", de la entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/01/muchas-y-grandes-cosas-doncellas-una.html

"Advertid, Sancho amigo, que doña Rodríguez es muy moza y que aquellas tocas más las trae por autoridad y por la usanza que por los años."




A la dueña Rodríguez me la imagino así como la reina Mariana de Austria, vestida con las tocas monjiles propias de las viudas.

Segunda parte del comentario al capítulo 2.31 del Quijote, publicado en "La acequia"en la entrada titulada "Comienza la burla cortesana", correspondiente al día 7 de enero de 2010.


Miro la pantalla de mi ordenador y veo algo muy extraño. ¿Qué imagen es ésa? ¿Alguna extraña publicidad de esas que emergen en Internet? ¿La de un detergente para lavar prendas de color negro? ¿Un disco de música gregoriana? No, no es un anuncio ¡Es una mujer vestida monjilmente, con ropajes negros y enorme toca blanca ! ¡Es tal y como yo me imagino a doña Rodríguez, la “reverenda dueña” ! ¡Está ahí dentro, en la pantalla de mi ordenador! Parece que quiere decirme algo, así que subo el volumen del altavoz y escucho lo siguiente:

“Ruego a vuestra merced, mujer amanuense, deje de mover los dedos sobre ese extraño artefacto y me escuche atentamente porque vengo del limbo en que viven los personajes secundarios de aquel libro, dado a la estampa con el nombre de “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha”. Sé que vuestra merced ha prestado atención a otros personajes secundarios, por eso me presento aquí. No me conceden mucho tiempo y no podré repetirlo.

Mi nombre es doña Rodríguez de Grijalba, aunque ese escudero majagranzas se haya dirigido a mí como señora González. Le pregunto: ¿Qué es lo que mandáis, hermano? Y el mentecato me pide la merced de salir a buscar a su borrico y mandarle poner ¡o ponerle! en la caballeriza, que el pobrecito no se halla a estar solo. Yo, una Rodríguez de Grijalba, hidalga de la cabeza a los pies, acarreando el burro de un villano, con mis blancas y cuidadas manos. Con las mejillas encendidas, no me puedo contener, lo despacho con palabras destempladas, y le hago saber que las dueñas de esta casa, aunque dirigimos y vigilamos a la servidumbre, no estamos acostumbradas a tan serviles ejercicios.

Mas este labriego analfabeto me responde, el muy insolente, con el romance de Lanzarote, que “damas curaban del y dueñas del su rocino”. Y que su rocín no ha de ser menos. Parece ser que su amo lo recita a menudo, ese loco al que mis señores, los duques, han recibido con cortejo de aguas olorosas. Y tenemos órdenes de tratarlo como a un caballero andante, los de esos disparatados libros de caballerías que, a veces, alguien nos lee en voz alta, para pasar mejor las largas tardes de invierno.

Yo no sirvo para estos fingimientos, que me perdone mi señora la duquesita. Aquella hermosísima criaturita a la que, tantas veces, tuve en mis brazos. Entonces era reciente mi viudedad. Al morir mi esposo, capitán de los Tercios Viejos, quedé sola y sin recursos. Dios confunda a quien urde las guerras. Tuve que aceptar el generoso ofrecimiento de mi señora. Desde entonces soy una dueña más, arrastrando mi hábito negro y mis blancas tocas por los salones del palacio ducal, vigilando a los criados, murmurando…Dios me perdone.

Le replico a este escudero, si es un juglar ha de guardar sus gracias para quien se las pague, que yo lo haré con una higa. Me contesta que ésta “aún bien…será bien madura”. Vamos que me la convierte en breva y mi “quínola” es la que suma más puntos…me llama vieja.

Ya no soy la pacífica dueña Rodríguez, la que pasa sus horas dándole a la aguja, y a la lengua, sentada en un cojín del estrado. Soy un basilisco, echo fuego por los ojos. Pronuncio algo impropio de una linajuda y cristiana hidalga, le llamo… “hijo de puta”. Dios me perdone. La cuenta de mis años es cosa de Dios y no de este bellaco, harto de ajos.

Así se lo digo en voz tan alta que me oye mi señora. Me pregunta con quién las he. Bajo el tono y le contesto que las he con “este buen hombre”, el cual me ha pedido que lleve a su asno a la caballeriza, como al rocino de Lanzarote que fui cuidado por unas dueñas. Y, sobre todo, me ha llamado vieja. Cincuenta y dos...

La duquesa habla con Sancho y le dice que, siendo yo muy moza, no llevo las tocas por los años sino por autoridad y usanza. Un punto de socarronería siempre ha tenido esta mi señora…si la conoceré yo.

El escudero se disculpa, el cariño que tiene a su jumento es tan grande que no podía encomendarlo a persona más caritativa que yo. Al amo del escudero le parecen fuera de lugar las pláticas, en el lugar en que estamos. El rústico responde que si aquí se acordó del rucio, aquí habló de él.

Mi señor, el duque, sale en defensa de Sancho. Yo no sé qué pasa aquí, éste no es el amo que yo conozco. Dice que el escudero está en lo cierto y no hay que culparle. Al rucio “se le dará recado a pedir de boca”, no sé de qué boca habla, si de la boca del de cuatro patas o del de dos. Que ande Sancho sin cuidado, “como a su misma persona “dice mi señor que se le tratará. Me pareció percibir un tono de burla en sus palabras.

Me despido de vuestra merced, volveré…

(Continúa)

Un abrazo de María Ángeles Merino

Copiado de "La arañita campeña", de la entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/01/advertid-sancho-amigo-que-dona.html

martes, 26 de agosto de 2014

"Y todos o los más derramaban pomos de aguas olorosas sobre don Quijote"



Cervantes dice, en este capítulo 2.31 : "Y todos o los más derramaban pomos de aguas olorosas sobre don Quijote"

Esta comentarista dice: " No es mala idea lo de las aguas olorosas; teniendo en cuenta que llevamos treinta capítulos de esta segunda salida, en los cuales, seguramente, habrán divisado alguna fuentecilla, manantial, riachuelo o laguna donde darse un chapuzón o, al menos, remojarse un poco."

Primera parte del comentario al capítulo 2.31 del Quijote, publicado en "La acequia", en la entrada titulada 
"Comienza la burla cortesana", correspondiente al día 7 de enero de 2010.

Que trata de muchas y grandes cosas

¿De qué trata este capítulo? El título poco o nada nos dice: “Que trata de muchas y grandes cosas”.

¿Quiere el autor que lo leamos sin ideas preconcebidas? ¿Pensará que la intriga nos hará leerlo con más interés? ¿Puso el título cuando no sabía lo que le iba a salir? ¿Es, en realidad, un capítulo de pocas y pequeñas cosas?

Para el personaje del escudero es un capitulo de grandes cosas: “Suma era la alegría que llevaba consigo Sancho”. En su imaginación, se ve a sí mismo gozando de la gracia y confianza de la duquesa que, de momento, ya manifiesta gustar de sus “discreciones”.

Aficionado a la buena vida, dice el narrador. ¿Quién lo es a la mala? Este castillo será tan cómodo y bien abastecido como la casa de don Diego o la de Basilio…más confortable, mejor proveído. Como a la ocasión la pintan calva, él la agarra por la melena. Y cuando te dieren la vaquilla, corre con la soguilla.

El duque se adelanta para dar órdenes a sus criados, han de saber cómo tratar a don Quijote. El recibimiento ha de ser como una novela de caballerías, han de recrear su irreal ambiente.

Cuando llega con la duquesa a las puertas del castillo, salen dos lacayos cubiertos de raso carmesí y cogen en brazos al de los Leones. Disimuladamente, le indican que “vuestra grandeza” vaya a apear a la señora duquesa.

La señora duquesa comienza a representar su papel. No, no se halla digna de dar tan inútil carga a tan gran caballero. Descenderá en brazos de su ducal esposo.

En el patio, dos hermosas doncellas, bien aleccionadas, cubren a don Quijote con un mantón escarlata. En los corredores, criados y criadas están apostados para dar, a grandes voces, la bienvenida a la flor y la nata de los caballeros andantes. Cada uno lleva un pomo de agua olorosa, lo han de derramar al paso de don Quijote y los duques.

No es mala idea lo de los perfumes, teniendo en cuenta que llevamos treinta capítulos de esta segunda salida en los cuales, seguramente, habrán divisado alguna fuentecilla, manantial, riachuelo o laguna donde darse un chapuzón o, al menos, remojarse un poco. Pero no, su hidrofobia queda demostrada. Bueno, ya quedó demostrada en la primera parte. Por no hablar de la ropa…Allá por el capítulo 3,1, aquel ventero, el que le armó caballero con un “gentil espaldarazo”, entre otras cosas, le aconsejó ir provisto de camisas limpias. Y el recién armado caballero le prometió “de hacer lo que se le aconsejaba”. No tenemos constancia de que, en las alforjas de Sancho, vayan las “mudas” pertinentes.

Don Quijote de todo se admira y vive su primer día “que de todo en todo conoció y creyó ser caballero andante verdadero, y no fantástico”. Ahora que se ve tratado como los caballeros de sus lecturas, ahora se lo cree del todo. Pero… ¿se lo cree de verdad? Ay, que hemos pillado a vuestra merced.

Sancho desampara al rucio y se cose a la duquesa. Le remuerde la conciencia de haberlo dejado solo y se dirige a Doña Rodríguez, una reverenda dueña que, con otras, salía a recibir a su ducal señora.

(Continúa)


Un abrazo de:

María Ángeles Merino

Copiado de "La arañita campeña" de la entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2010/01/y-todos-o-los-mas-derramaban-pomos-de.html

"...vio una gallarda señora sobre un palafrén o hacanea blanquísima, adornada de guarniciones verdes y con un sillón de plata."



Me imagino a "la bella cazadora" como a esta reina consorte, pintada por el gran Velázquez, unos veinte años después.
Isabel de Borbón a caballo (1635-36). Museo del Prado, Madrid.


Comentario al capítulo 2.30 del Quijote, publicado en "La acequia", en la entrada titulada "Con los duques", correspondiente al día 31 de diciembre de 2009.


Al final del capítulo anterior, leemos: “Volvieron a sus bestias, y a ser bestias, don Quijote y Sancho”. En mi comentario anterior, no entendía por qué Cervantes decía eso. Una anotación resuelve mi duda: vuelven a ser bestias porque se dejan dominar por la tristeza. Y, a su vez, la anotación remite a otra que nos dirige hasta aquellas palabras de Sancho: «Señor, las tristezas no se hicieron para las bestias, sino para los hombres, pero si los hombres las sienten demasiado, se vuelven bestias».

Y con aquella tristeza comienza este capítulo: “asaz melancólicos y de mal talante “. Tristeza y mal humor. Triste don Quijote que, por primera vez, desiste, abandona…De pésimo humor, Sancho puesto que menguar el caudal era “quitárselo a él de las niñas de sus ojos”. Silenciosos, en sus jumentos, se apartan del famoso río. Sepultado el caballero en sus amores y enterrado el escudero en sus dineros. Las acciones de don Quijote, todas o las más, son disparates y Sancho lo tiene presente, poco o nada va a sacar. Si un día su señor se “desgarra” y decide irse a casa, será la ocasión que busca: ni cuentas ni despedidas. Pero la fortuna enreda las cosas…

Al día siguiente, al atardecer, don Quijote sale de un bosque y divisa un verde prado. Ve gente y conoce que son unos altaneros cazadores de altanería. Se acerca y ve a una altanera y elegantísima señora sobre una blanquísima hacanea, con guarniciones verdes y sillón de plata. ¡Una gran señora vestida de verde- verde y más bizarra que la misma bizarría! En la mano, un azor, ave de altísimos vuelos. No hay duda, grande de España. ¿Osuna? ¿Infantado? ¿Medina Sidonia? No nos lo van a decir…

Don Quijote ordena, corre hijo Sancho y dile a la del palafrén y el azor que el de los Leones besa sus manos. Si me da licencia, iré a besárselas y a ponerme a su servicio. Mira cómo hablas, no metas la pata, no sueltes tu rosario de refranes. Vamos, como si fuera ésta la primera vez que Sancho lleva embajadas “a altas crecidas señoras”. Su amo no tiene noticia de que haya llevado otra que no fuera la de Dulcinea. Bien cumplió con aquella embajada, por cierto…

Sancho admite que la de Dulcinea fue la única y suelta dos refranes que no viene a cuento, o sí…quiere decir que no hay que advertirle de nada, que de todo es capaz. Don Quijote lo cree así, puede ir donde la bella cazadora, lo hará correctísimamente.

Puesto de hinojos, presenta a su señor y a sí mismo. Y, en el alambicado estilo caballeresco, solicita que le dé licencia para poner en obra su deseo, el cual no es otro que servir a “vuestra encumbrada altanería y fermosura”, cosa que le beneficiará y le contentará. ¡Sancho mete la pata y da en el blanco! ¡Altanera es esta duquesa, además de practicar la altanería!

La señora felicita a Sancho, ha dado la embajada en el estilo retórico adecuado y debe levantarse, que “escudero de tan gran caballero, como es el de la Triste Figura”, no ha de estar arrodillado. Que venga a servirse de la pareja ducal, “en su casa de placer”. La duquesa sonríe para sus adentros, piensa en la oportunidad única que se les presenta, lo que se van a reír ¡los auténticos don Quijote y Sancho, los de ese libro tan divertido, en carne y hueso!

El escudero admira su hermosura, sus exquisitos modales y, sobre todo, el que tenga noticia de su señor, del Caballero de la Triste Figura. La pregunta siguiente ya le deja estupefacto, si es uno cuya historia anda impresa con el título “del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha “, que tiene por señora a Dulcinea…

Sancho se lo confirma y añade que el escudero que anda en tal historia es él mismo, si no es que le “trocaron en la estampa”. La sombra de Avellaneda planea sobre estas palabras…

Don Quijote es bien venido a los “estados” de esta duquesa, tan contenta, que habla como una señora feudal del Medievo. El señorío pervive… ¿no estamos en el siglo XVII?
Con grandísimo gusto vuelve Sancho a su amo y le cuenta cómo se había expresado la gran señora, exagerando su hermosura, donaire y cortesía.

El caballero, todo hueco, y muy bien plantado sobre Rocinante, fue a besar elegantemente las manos a la duquesa.

El duque ya ha sido informado y tiene gran deseo de conocerlo. Lo planean: le seguirán el humor, le tratarán como a un caballero andante, no escatimarán en todas las ceremonias, las habituales en esos novelones caballerescos, que tan vorazmente leen.

En el momento de apearse del rucio, Sancho se enreda con una soga, quedando colgado y en el suelo. Don Quijote piensa que Sancho ya está sujetándole el estribo y cae, con silla y todo. Avergonzado, maldiciente y maltrecho; le auxilian los cazadores, por orden del duque.
Renqueando, va a hincarse de rodillas ante los dos señores, noooo por Dios…El duque se apea y ¡lo abraza! Cuánto le pesa tan mal comienzo en su tierra, casi besándola.

Sucesos de escuderos, los hay peores que éste, dice el duque. Don Quijote es un hidalgo, el escalón más bajo de la nobleza y se derrite ante la gran nobleza. Aunque hubiera caído a un abismo, qué gloria haberlos visto, siempre a su servicio. Y riza el rizo hablando de la “digna consorte vuestra, y digna señora de la hermosura y universal princesa de la cortesía “


El duque comienza la artillería socarrona llevándole la contraria, hermosa es su señora esposa, pero donde esté Dulcinea no se puede hablar de hermosura… Y Sancho se adelanta para lisonjear a la duquesa: si la naturaleza es un alfarero que sabe hacer un vaso hermoso, bien puede hacer alguno más. Y la mujer del duque “no va en zaga” a Dulcinea. Ay, que las palabras le traicionan…Muérdete la lengua, escudero. No se te escape que nunca viste a tal belleza…

Don Quijote se vuelve hacia “su grandeza” para contarle que no tuvo caballero andante escudero más gracioso, hablador y sincero retratista de su amo. Lo sacará verdadero.
La lectora defiende a este personaje que ha llenado muchas horas de su ociosa vida. No es un tonto gracioso como sus bufones, es gracioso maguer discreto. Y, maguer rústico, qué bonito lo que ha dicho de su hermosura.

Y también el duque lo defiende. Si es hablador, tanto que mejor; que hay gracias que no se pueden decir con pocas palabras.

Los duques invitan al señor Caballero de los Leones, antes de la Triste Figura. Se le acogerá en su cercano castillo, tal y como se debe a tan alta persona, tal y como esta noble pareja suele recibir a los caballeros andantes.

Ya se van los tres a caballo: don Quijote, la duquesa en medio y el duque. Pero a la de en medio lo que le gusta infinito es oír las “discreciones” del escudero. El discreto se entreteje y ya es el cuarto. Los duques tienen “a gran ventura “acogerles, menuda acogida. El castillo de los duques va a dar mucho de sí.

Feliz Año Nuevo 2010

Un abrazo de:

María Ángeles Merino

Copiado de "La arañita campeña"de la entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2009/12/vio-una-gallarda-senora-sobre-un.html

domingo, 24 de agosto de 2014

"...la amenidad de sus riberas, la claridad de sus aguas, el sosiego de su curso y la abundancia de sus líquidos cristales"(2)


Vieja aceña en el río Ruyales (Burgos)

Segunda parte del comentario al capítulo 2.29 del Quijote, publicado en "La acequia", en la entrada titulada "A las orillas del Ebro", correspondiente al día 24 de diciembre de 2009.


"De la famosa aventura del barco encantado"

Desde los amorosos pensamientos que el Ebro inspira a don Quijote hasta los piojos que se esfuman, al llegar al ecuador. Así de brusco es el contraste, barroco contraste.

Con lo de los hematófagos estaban, cuando descubren unas grandes aceñas, en mitad del río. No sé qué tienen los molinos harineros para don Quijote, eólicos o hidráulicos… Lo cierto es que tienen la virtud de activar sus fantasías caballerescas.

Las aceñas no son aceñas, sino” ciudad, castillo o fortaleza “.Caballero oprimido o dama real malparada, sea quien sea, espera el socorro de su valeroso brazo.

Qué sabrá este majadero. Aceña dice, aceña `para moler trigo. Si sabrá nuestro caballero de las malas artes que se gastan estos encantadores. Follones, malandrines, vestiglos…que no metamorfosean la realidad sino tan sólo su apariencia. ¡Ay, su Dulcinea, refugio de sus esperanzas, trocada en rústica brincadora!

Los molineros ven al barco caminar hacia las ruedas de su aceña. Fantasmalmente blancos, rostros y vestidos enharinados, salen con varas largas para detenerlos. Vocean a esos dos del barco, tal vez sean unos desesperados que buscan ser despedazados por las ruedas. Extraños suicidas.

Don Quijote, desafiante, se pone de pie en el barco y les exige que dejen en libertad al oprimido. No sabe de qué “oprimido” u “oprimida” se trata, pero es igual. A su persona está reservada dar final feliz a esta aventura,” por orden de los altos cielos”. Y este escudero que no se lo cree, ahora verá.

Echa mano a su espada y la esgrime contra los molineros. El barco ya está entrando en el canal de las ruedas. Sancho pide devotamente al cielo que le libre del peligro que se le echa encima. El cielo le salva “por la industria y presteza de los molineros”. A Dios rogando…

Pero el barco vuelca y tienen que sacarles del agua los molineros. Don Quijote nada “como un ganso”, mas los gansos no llevan pesadas armas.

Ya están en tierra, han tragado mucha agua y están empapados. Sancho, devotísimo, sigue rezando, pidiendo fervorosamente a Dios que le libre de las ocurrencias de su señor. Le desnudan…

Llegan los pescadores, les han hecho pedazos las ruedas de las aceñas y piden que don Quijote pague el destrozo. Sosegadamente, dice que pagará, pero tienen que dejar libre al oprimido u oprimidos del castillo.

¿Castillo? ¡Oprimidos? ¿Qué dice este hombre? Aquí sólo tienen a los que vienen a moler su trigo.

Sorprendentemente, don Quijote se da por vencido. Han debido encontrarse dos encantadores que se estorban mutuamente. Uno le da el barco y otro lo arroja al agua. Y ante estas trazas contrarias, se rinde, no puede más. Y que le perdonen los que quedan encerrados, para otro caballero debe de estar reservada esta aventura.

El de la Triste Figura llega a un acuerdo con los pescadores y desembolsa cincuenta reales por el barco, que Sancho paga muy a su pesar.

Pescadores y molineros admirados, no entienden nada de la palabrería quijotesca. A estos locos, mejor dejarlos en paz y, además, han pagado. Cada mochuelo a su olivo
.
Don Quijote y Sancho vuelven a sus bestias y a ser bestias. ¿Por qué esto último? No sé. Eso dice...

Lo que si sabemos es que nuestro héroe ha arrojado la toalla.

Un abrazo a todos de:


María Ángeles Merino

Copiado de "La arañita campeña", de la entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2009/12/la-amenidad-de-sus-riberas-la-claridad_27.html

"...la amenidad de sus riberas, la claridad de sus aguas, el sosiego de su curso y la abundancia de sus líquidos cristales"(1)


No es el Ebro, pero también merece palabras bonitas. Es mi río...

Primera parte del comentario al capítulo 2.29 del Quijote, publicado en "La acequia", en la entrada titulada "A las orillas del Ebro", correspondiente al día 24 de diciembre de 2009.

"De la famosa aventura del barco encantado"

Este capítulo comienza con ecos de Garcilaso de la Vega. Don Quijote cual Nemoroso, pero eufórico, no apesadumbrado. Mil amorosos pensamientos se renuevan en su memoria. El Ebro con su alegre vista y don Quijote. El viejo hidalgo contempla las amenas riberas, el curso sosegado, las abundantes y cristalinas aguas.

Feliz, así se siente, así se quiere sentir. ¿Verdad o mentira lo de la cueva de Montesinos? Verdad, se atiene a la parte de verdad, la de los dulcísimos pensamientos. La parte mentirosa no interesa, ésa es toda para Sancho que vive en la tosca realidad.

A la vista se le ofrece un barquito sin remos, ni jarcias, ni dueño. Está atado a un tronco y tiene la virtud de activar su locura caballeresca. Ni corto ni perezoso, se apea de su jumento. Vamos Sancho, subamos, ata a las bestias en ese tronco.

No es un barco cualquiera, es un barco de socorro para caballeros andantes. Debe ir a auxiliar a algún cuitado caballero. Y ¿por qué? Porque es lo que se usa en las disparatados novelas caballerescas.

Cuando un caballero andante está en peligro no puede ser salvado sino por otro, de su misma condición. Y como están un poquitín lejos, dos o tres mil leguas de nada; el salvador viaja en una nube o en un mágico barco mágico. Y a gran velocidad, “en menos de un abrir y cerrar de ojos”, caballero y escudero serán transportados por “longicuos caminos”. ¿Logicuos? No es maravilla que el escudero no entienda el latinajo.

Ay, Sancho acata resignado la orden, pero callarse... ni debajo del agua: el barco no es de encantadores sino de pescadores. Menudas sabogas pescan. ¿Y qué pasará con su rucio, tan propenso a desaparecer? ¿Y al sufrido Rocinante? Ay, que las bestezuelas tendrán que esperar a algún “encantador” que baje de una nube y les dé su paja y cebada.

A santiguarse y a “levar ferro”. No, señor caballero andante, basta con cortar la amarra, que éste es un barco pequeñito.

El barquito se aparta de la ribera, ya está a dos varas, y Sancho tiembla. Oye rebuznar al rucio y ve a Rocinante intentando desatarse, para seguirlos a nado. Dios mío, esto es demasiado. Aguantad ahí ,carísimos amigos, hasta que este loco entre en razón y podamos volver.

Comienza a llorar amargamente y don Quijote, colérico, desgrana un rosario de improperios. Qué temerá este cobarde, por qué llorará este corazón de mantequillas, quién persigue a este ánimo de ratón casero, qué le falta a este menesteroso en la abundancia. El señorito no va a pie ni descalzo, viaja sentado en una comodísima tabla, navegando por este agradabilísimo río que pronto se abrirá al mar.

Como en la cueva de Montesinos, el tiempo se estira. Aquí mucho más. Don Quijote acaba de salir y ya le parece que ha caminado ochocientas leguas, por lo menos. Caballero andante, navegante y geógrafo. Si tuviera un astrolabio con que tomar la altura del polo, nos diría lo caminado. De todas maneras, están ya cerca de la línea equinoccial y habrán recorrido 180 grados del globo terráqueo.

Ante la erudición geográfica que despliega don Quijote, Sancho no entiende nada y cambia risiblemente las palabras. La línea es leña, el cómputo es puto, el cosmógrafo es gafo y Ptolomeo es un meón que todo lo mea. Cervantes siempre reserva algo para los que buscan un libro para reír. Si, a continuación de la carcajada, rascan un poco más, se sorprenderán.

Ante la enorme ignorancia escuderil, el caballero se ríe y decide explicar lo de la línea equinoccial con algo más facilito, más de andar por casa. Le cuenta que los embarcados para las Indias conocen enseguida que han pasado la línea equinoccial. Lo saben porque los piojos se les mueren, no queda ni un hematófago. Las cabezas, la ropa y las partes pudendas se quedan libres de tanto bichillo polizón.

Así puede Sancho comprobarlo. Le dice que se pasee la mano por el muslo, en busca de esos animalejos que acompañaban, lo más natural, a los seres humanos de hace cuatro siglos. Si topan “cosa viva”, no han pasado la famosa línea imaginaria.

El escudero no cree nada de lo que le dice, ahí están Rocinante y el rucio, a cinco varas de distancia.

¡Otra vez la erudición geográfica! Exhorta a Sancho para que haga la averiguación, él que ignora qué cosa son coluros, líneas, paralelos, clíticas… La hace, se tienta y llega, con la mano, a la corva izquierda. No han llegado a donde su señor dice, no ha topado uno, sino algunos…Se sacude los dedos, se lava la mano en el río y nos imaginamos al puñadito de piojos. No sé si nadan o se hunden en el Ebro. ¡Piojos al agua! 


(Continúa)


Feliz Navidad a todos:

María Ángeles Merino

Copiado de "La arañita campeña", de la entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2009/12/la-amenidad-de-sus-riberas-la-claridad.html

sábado, 23 de agosto de 2014

"...desde la punta del espinazo hasta la nuca del celebro le dolía de manera que le sacaba de sentido."(1)


Lámina que explica lo que le duele a Sancho.

Tomo mis hojas desgajadas de mi viejo Quijote de Austral, ya estaba viejecito y, al abrirlo, me he quedado con varios capítulos en las manos. ¡Qué idea! Ya tengo un Quijote portátil, algo que pueda llevar a todas partes, en mi bolso. Que el de Rico pesa...

Primera parte del comentario al capítulo 2.28 del Quijote, publicado en "La acequia", en la entrada titulada "El diálogo y el sueldo del escudero", correspondiente al día 17 de diciembre de 2009.

De cosas que dice Benengeli que las sabrá quien le leyere, si las lee con atención.

Tomo mis hojas desgajadas de mi viejo Quijote de Austral, ya estaba viejecito y, al abrirlo, me he quedado con varios capítulos en las manos. ¡Qué idea! Ya tengo un Quijote portátil, algo que pueda llevar a todas partes, en mi bolso. Así que hago la primera lectura del capítulo en un autobús... En casa, consultaré la versión digital del Centro Virtual Cervantes, me gusta “pinchar” en las anotaciones…

Leo el título, son las cosas que dice Benengeli, las sabremos si las leemos con atención. Comienza en tono sentencioso: “Cuando el valiente huye, la superchería está descubierta y es de varones prudentes guardarse para mejor ocasión.”. *Aquí el texto de CVC lleva una anotación que remite, con un asterisco, a otra. Y me encuentro lo siguiente: “Eisenberg conjetura que este recurso a la sentencia para abrir capítulo supone que C. retomó la redacción del Q. aquí, después de abandonarla durante varios años. “ 


Así que, según ese especialista, me encuentro ante la línea del dobladillo. Imaginemos: Cervantes recupera sus manuscritos arrumbados en un cajón, echa un vistazo sobre ellos, coge la pluma y escribe la frase sentenciosa, ahora te vas a enterar, Avellaneda…

Y tropiezo con la palabra superchería, no me cuadra aquí. El diccionario de la RAL, da un significado en desuso: “Injuria o violencia hecha con abuso manifiesto o alevoso de fuerza”. ¡Eso es! Que el “indignado escuadrón” ha abusado manifiestamente, y alevosamente, de su fuerza. Ya lo creo que sí, me lo “santiguan “con un palo, en sus ya vapuleadas espaldas. Me lo colocan atravesado sobre su jumento, casi desmayado y me lo mandan con su fugitivo amo. Gracias a Dios, el buen rucio está acostumbrado a seguir al sufrido Rocinante.

Llega junto a su señor y se deja caer del rucio. Se apea don Quijote y, al no encontrar heridas visibles, incomprensiblemente monta en cólera y lo reprende por rebuznar, en un ambiente tan hostil a los rebuznos. Y sigue con unas ingeniosidades verbales algo crueles, dadas las circunstancias: el alfanje haciendo el “per signum crucis” y el palo como contrapunto musical al roznido. ¿Era aficionado Cervantes a la música?

Sancho no está para hablar, no rebuznará más pero no dejará de recriminarle la cobarde huida, dejándole en manos de sus moledores.

¿Y cómo se defiende don Quijote de los justos reproches? El caballero andante manifiesta que “no huye el que se retira”, siendo temeridad la valentía imprudente, que las hazañas del temerario son producto más de la buena suerte que de sus méritos. Él no ha huido, se ha retirado como tantos valientes que han esperado mejor ocasión.

Este Cide Hamete quiere defender lo indefendible ¿Valiente? ¿Dónde está nuestro don Quijote que arremetía contra unos desaforados gigantes? Cobarde, tacaño, carente de empatía y chantajista emocional. Así lo vemos en este capítulo. Sigamos, que se van a emboscar.

(Continúa)

*Para ser mujer y prudente, en aquellos tiempos, había que ser la María de Molina de "La prudencia en la mujer", de ese fraile jovencillo: Tirso de Molina.

Un abrazo de:


María Ángeles Merino

Copiado de "La arañita campeña", de la entrada con el mismo título.

viernes, 22 de agosto de 2014

"Cuando la cólera sale de madre, no tiene la lengua padre, ayo ni freno que la corrija."



Don Quijote y Sancho en una tienda de "souvenirs", en Burgos, en la plaza del Rey San Fernando, junto a la Catedral.

Tercera  
parte del comentario al capítulo 2.27 del Quijote, publicado en "La acequia", en la entrada titulada "Ginés de Pasamonte en medio de un prodigioso juego de escritura", correspondiente al día 10 de diciembre de 2009.

Comienza el discurso, se presenta como caballero andante que toma las armas para defender a necesitados y menesterosos.

Les dice que conoce la causa que les mueve a pelear armados y, tras haberlo discurrido, llega a la conclusión de que están equivocados, al sentirse afrentados.


Que les quede claro que ningún particular puede afrentar a un pueblo entero. Y toma un ejemplo del viejo romance del cerco de Zamora: el que retó a todos los zamoranos porque no sabía que el asesino del rey era sólo Vellido Dolfos. Retó a todos y no se conformó con los vivos, también implicó a los muertos. Y a las aguas, a los panes y…a los no nacidos.

Y qué bien dice nuestro caballero eso de “cuando la cólera sale de madre, no tiene la lengua padre, ayo ni freno que la corrija”.

Que sepan que uno solo no puede afrentar a un pueblo entero, que no hay razón para vengar esas afrentas. Y suelta un rosario de motes que se han colgado a algunos pueblos de España: los de la Reloja que parió relojes son de Espartinas, cazoleros los vallisoletanos, ballenatos los madrileños, etc. Y si todas las localidades rebautizadas tuvieran que vengarse de apelativos con mala leche…Lo de cazoleros, no salió de los de Burgos ¿o sí?

Para don Quijote, sólo por cuatro cosas han de tomarse las armas: la primera, por la fe católica; la segunda, en defensa de su vida; la tercera, en defensa de su honra, de su familia y hacienda; la cuarta, sirviendo al rey, en guerra justa. En defensa de la patria, sería la quinta. A estas cinco se pueden añadir otras justas y razonables, que no sean tontunas.

Y la venganza siempre es injusta, que el mandamiento divino nos ordena hacer bien a nuestros enemigos y amar a los que nos aborrecen. Mandamiento difícil pero no imposible, puesto que lo mandó Jesucristo; el cual dijo que su yugo era suave y, como Dios y hombre verdadero, no pudo mentir.

Ante estas palabras, Sancho proclama que si su amo no es teólogo, lo parece mucho. Aprovecha don Quijote para descansar un poquito; pero ahora el sermoneador es Sancho, que va a dar su discursito, no va a ser menos.

Su señor don Quijote es un hidalgo muy prudente, que sabe lo que sabe un bachiller más lo que sabe un buen soldado. Y las leyes del duelo las tiene en la uña, así que a obedecerle tocan.

Y tiene la ocurrencia Sancho de recordar como, de muchacho, rebuznaba con gracia y salero, tan propiamente que le contestaban todos los burros del pueblo, los de cuatro patas. Y para demostrarlo, se coloca la mano en las narices y rebuzna tan reciamente que los valles retumban. En qué hora lo hace, porque hay uno que se lo toma a burla y le arrea, con un palo , tal golpetazo que besa el suelo.

Don Quijote quiere vengar a su escudero, pero no puede con tantos, es imposible. Llueve la sopa de arroyo, amenazan las ballestas y arcabuces. Y, arre arre , huye a galope, a todo el galope que permite el pobre Rocinante, pidiendo a Dios no ser traspasado por alguna bala que le produzca un mortal boquete.

Los enemigos se contentan con dejarlo huir, sin dispararle. A Sancho lo colocan en su jumento y lo dejan ir. El rucio sigue a Rocinante, sin que su amo intervenga. Don Quijote, a una distancia más que prudente, le espera, viendo que no van detrás.

Los del escuadrón esperan a los del otro pueblo, hasta la noche. Se vuelven a su casa, al no haber fichado, en el campo de batalla, sus enemigos. Si fueran griegos, de los antiguos, levantarían allí un monumento que conmemorase la huida del enemigo.


Un abrazo para todos los que pasáis por aquí:

María Ángeles Merino

Copiado de "La arañita campeña"
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2009/12/cuando-la-colera-sale-de-madre-no-tiene.html

"Don Quijote de la Mancha...determinó de ver primero las riberas del río Ebro"


El río Ebro


Segunda parte del comentario al capítulo 2.27 del Quijote, publicado en "La acequia", en la entrada titulada "Ginés de Pasamonte en medio de un prodigioso juego de escritura", correspondiente al día 10 de diciembre de 2009.

De repente, el titiritero desaparece. Maese Galeote: ¿volverás algún día? ¿Acaso adoptarás, en un próximo capítulo, una tercera personalidad?

Vuelvo a ser María Ángeles Merino y vuelvo con don Quijote que sale de la venta y decide que todavía falta mucho para las justas de Zaragoza. Como dispone de tiempo, determina ver las riberas del río Ebro.

Durante dos días de camino, el 8 y el 9 de julio de 1614, no le acontece nada digno de ponerse por escrito.

El 10 de julio sube a una loma y desde la cumbre ve a más de doscientos hombres armados hasta los dientes: lanzones, ballestas, partesanas, alabardas, picas, arcabuces y rodelas. ¿Algún Tercio Viejo? No, a juzgar por las extrañísimas banderas. En una de ellas, está pintado un burrito, con la lengua fuera, en actitud de rebuznar. Su leyenda dice: “no rebuznaron en balde, el uno y el otro alcalde”.

Deduce don Quijote que aquella era la gente del pueblo del rebuzno y se lo cuenta todo a Sancho. Recuerda a aquel muchacho, el que llevaba tanta prisa, cargadito de armas. Le habló de dos regidores y no de dos alcaldes. Sancho no da importancia al detalle, que el que empieza de regidor suele trepar hasta la alcaldía. Y tan dispuesto al rebuzno puede estar el alcalde como el regidor. Tan burro puede ser un alcalde como un concejal, o más. ¿No estarán pensando en alguien concreto? Yo, no…Dios me libre.

Más tarde se enteran de como el pueblo sale a pelear con el otro porque se burla de él, tomándole a chacota más de lo que es razonable entre buenos vecinos.

Va acercándose a ellos don Quijote, con gran disgusto de Sancho, poco amigo de estas situaciones, en las que sus doloridos huesos podrían salir mal parados. Los del escuadrón lo recogen como a uno de los suyos y nuestro caballero andante se coloca al lado del pollinesco estandarte, rodeado de los más principales del extraño ejército; los cuales le miran como se suele mirar al de la Triste Figura, por primera vez.

El silencio reina y don Quijote lo aprovecha para dirigirse a estos “buenos señores”. Les suplica que no le interrumpan su razonamiento, si sus palabras son motivo de disgusto o enfado, pueden hacer una señal y él callará.

Todos le dicen que dijese lo que quisiese, que le escucharían. No saben lo que les espera, si estuvieran aquí aquellos pacientes cabreros ¿os acordáis? Salían corriendo, sin preocuparse de sus cabras, seguro.

Continúa en la siguiente entrada.


Un abrazo de María Ángeles Merino

Copiado de "La arañita campeña", de la entrada con el mismo título.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2009/12/don-quijote-de-la-manchadetermino-de.html

jueves, 21 de agosto de 2014

Sancho, como Sacripante, no se enteró de que le faltaba su jumento.


Los Reyes Magos no se han enterado de que les faltan los camellos ; al igual que Sancho y Sacripante, con sus jumentos.

Comentario al capítulo 2.27 del Quijote, publicado en "La acequia", en la entrada titulada "Ginés de Pasamonte en medio de un prodigioso juego de escritura", correspondiente al día 10 de diciembre de 2009.

Saludo a todos los que pasáis por aquí. De momento voy a hablar con mi propia voz, la de María Ángeles Merino. Tal vez luego se la ceda a algún secundario, quién sabe. Me han llegado noticias, desde el limbo de los secundarios, con las quejas de uno de ellos, que además aparece con tres personalidades diferentes. Y no soporta que, estando él presente en el 2.25 y en el 2.26, haya elegido yo la voz del “primo” para narrarlo; siendo él parte tan importante, en los dos últimos capítulos.

Comienzo a leer el capítulo 2.27 y me encuentro a un Cide Hamete que jura ¡como “católico cristiano”! ¿Ha renegado de su fe? No, un musulmán jamás.

Cuando Cervantes toma la pluma para escribir este juramento, está llenito de alifafes, sabe que su muerte no está lejos, traspasa su cansancio vital a la obra y, de manera evidente, a su don Quijote. Esos “así es la verdad”, “así es” ...a secas.

Este Cervantes apagado se espabila a si mismo y, de paso, lo hace con los lectores, ahí nos arroja un Cide católico cristiano. Una vez escrito, ¿cómo sale del berenjenal? Lo hace por un camino tortuoso: Cide Hamete ha de decir verdad, sobre el Maese y su mono adivino, de la misma manera que lo haría un católico, obligado por su religión, a no mentir en sus juramentos. ¡Acabáramos!

A continuación, nos invita a retroceder hasta los capítulos del primer libro y recordar a aquel Ginés de Pasamonte, liberado por don Quijote con otros galeotes, en Sierra Morena. Recordad, aquella “gente maligna”, que apedreó a su libertador. Y ¿qué veo? ¡Cielos! ¡Está aquí, al lado de mi ordenador! ¡Va vestido todo de gamuza y con su mono adivino, encima de los hombros! Ya decía yo que la cara del titiritero me era familiar. Me hace señas, desea utilizar este infernal artefacto. Será mejor permitírselo…

Siéntese, siéntese, vuestra merced. Escriba lo que desee, que yo no le pondré impedimento alguno. Ya he dado voz a unos cuantos secundarios; recuerde a Tomé Cecial, a doña Cristina, al primo del licenciado…

¿Secundario dice, amiga mía? Principal de los más principales. Sepa, mujer amanuense , que mi nombre es Ginés de Pasamonte. Ese hidalgüelo, el caballero andante resucitado, tiene la desfachatez de apodarme Ginés de Parapilla. Aunque la culpa no es suya, es de ese Cervantes, ése que moja la pluma y la desliza sobre el papel.


Que advierta, el signor Miguel, que su biografía no está exenta de ciertos asuntillos que le hicieron dar con sus huesos en la cárcel. Así que, no hay ningún Parapilla aquí, que todos somos mitad pillos, mitad santos.

Lo confieso, fui yo el que hurtó el rucio a Sancho Panza. El de la pluma no puso "el cómo ni el cuándo". Tal vez fue falta de memoria del autor, tal vez fue falta de imprenta, no lo sabemos. Aquellos impresores que trabajaban para Juan de la Cuesta tendrían mucho que decir aquí.

Lo más extraordinario del robo fue la traza y modo que usé: le saqué el rucio de entre las piernas, mientras dormía como un bendito. ¿No me creen? Pueden creérselo, el secreto está en la agilidad de mis dedos habilidad, adquirida cuando la necesidad me obligó a extraer las bolsas de monedas de muchas incautas faltriqueras. Como Brunelo sacó a Sacripante el caballo de entre las piernas, así lo hice yo. Como ven, aunque no soy tan erudito como el primo aquel, tengo mi cultura humanística y conozco la obra de Ariosto. Aunque haya acabado de titiritero, fui estudiante en Salamanca ¿No me creen?

Ya, ya sé que tengo fama de mentir como un bellaco…Incluso compuse un gran volumen contando mis hazañas, que algunos llaman bellaquerías y delitos. Fui perseguido por la justicia y determiné pasarme al reino de Aragón., donde no se podían aplicar las sentencias dadas en Castilla. Como ven, soy un “perseguido por causa de la justicia”, soy uno de los que el Maestro llamó bienaventurados.

Me cubrí el ojo izquierdo y un viejo titiritero me enseñó su oficio y, al morir, me dejó su retablo con sus títeres de pasta. Ya saben: el rey, el príncipe, la princesa, el rey moro…Se me dio bien este oficio , que en lo de “jugar de manos” ya tenía yo el doctorado.

¿Y el mono? El mono lo compré a unos ex cautivos que venían de Berbería. El animalillo estaba sin amaestrar, la emprendía a mordiscos con todo el que se acercaba. Con paciencia, y algún coscorrón, conseguí convertir al salvaje en doméstico y enseñarle que, ante cierto gesto mío, se subiese en mi hombro y simulase que me murmuraba al oído. Pero el mono ha de parecer adivino y, para eso, yo me informo, previamente, de lo sucedido en el lugar y a qué personas. Con la ayuda de estas pesquisas, todos creen en la capacidad adivinatoria de Melisendro, que así llamo yo al mico.

Lo primero que hago es mostrar el retablo, con la historia de Gaiferos o con otra de mi repertorio, ninguna triste ni desconocida. Después de los títeres, propongo las maestrías del simio, anunciando que adivino el presente y el pasado, mas no el futuro. No deseo yo problemas con el Santo Oficio. Aunque por la consulta cobro dos reales, rebajo el precio según calibro yo a los preguntantes. En ocasiones, demuestro saber los sucesos de quien no ha preguntado ni pagado, con lo que gano fama de infalible y mis bolsas están llenas a reventar.

En cuanto a don Quijote y Sancho, los reconocí enseguida, al entrar en la venta. Y, como sabía de qué pie cojeaban, me fue fácil ponerles en admiración. Qué cara puso don Quijote cuando dije aquello de “resucitador insigne de la ya puesta en olvido andante caballería”. ¿O tal vez me reconoció? Me miraba con nos ojos…

Ya saben vuestras mercedes que estuve a punto de ser decapitado, cundo don Quijote quiso ayudar a Gaiferos y Melisendra, cortando la cabeza del rey Marsilio. Un poco más y hubiera sido yo otro títere descabezado.

Continúa en la siguiente entrada.


Un abrazo de:

María Ángeles Merino

Copiado de "La arañita campeña", de la entrada con el título: Los Reyes Magos no se han enterado de que les faltan los camellos ; al igual que Sancho y Sacripante, con sus jumentos.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2009/12/los-reyes-magos-no-se-han-enterado-de.html