domingo, 6 de julio de 2014

Mi nombre es Antonia Quijana


Para las personas solteras, como yo, los sobrinos son parte importante y muy querida de nuestra vida. Don Quijote es un viejo hidalgo solterón que vive con su sobrina, Antonia Quijana,que se desespera con la locura caballeresca de su tío. 

Yo también tengo una sobrina extrañadísima de ver a su tía tantas horas con el ordenador y el Quijote!¡Mirad como contempla el libro! Algún día lo leerá...No desespero. 


Comentario introducción al capítulo 2, 6 del Quijote, publicado en "La acequia", en la entrada titulada "Afirmación del camino personal", correspondiente al día 16 de julio de 2009.

Mi nombre es Antonia Quijana y soy la sobrina de Alonso Quijano, al que conocéis, sin duda, por el disparatado nombre de don Quijote de la Mancha. Cide Hamete Benengeli os ha contado poco de mi persona. Sabéis que vivo en la casa de mi tío, el hermano de mi difunta madre, en una aldea de la Mancha, que no llego a los veinte años y que siempre aparezco con mi querida ama, a la que me unen fuertes vínculos afectivos pues, aunque ese maldito libro de la imprenta de Juan de la Cuesta no lo diga, fue mi nodriza. Si mi tío cobró fama por embestir a un molino de viento, mi ama pasó a la estampa por haber emulado al Santo Oficio, quemando aquellos malditos libros de caballerías. ¡Hizo bien! De haberlos achicharrado antes, no habrían sido vendidas tantas hanegas de tierra de sembradura y no hubiera mermado mi futura herencia.

Cuando mi tío se fue por esos campos a deshacer entuertos, en compañía del monstrenco de Sancho Panza, la casa se quedó solitaria y silenciosa, sólo de vez en cuando se oía el aullido lastimero del galgo. Siempre habíamos aborrecido sus lecturas pero ¡cuánto añorábamos entonces al tío Alonso leyendo en voz alta aquello de “La razón de la sinrazón…”! Una hidalga de diecinueve años encerrada en un caserón manchego, sin más compañía y conversación que la de una mujer mayor que pasa de los cuarenta. ¡Y todo el día recordándome que “la doncella honesta, el hacer algo es su fiesta"! Y, algo hago, ocupo mis horas en menear doce palillos de randas, que ya no sé qué hacer con tantos encajes… También ayudo a mi ama en los trabajos de la casa y la cocina, que la pobre mujer no puede con todo… no, ociosas no estamos ¡La envidia que siento cuando, a través de una celosía, veo a las muchachas del pueblo que van juntas al río o a la era! ¡Qué alegres suenan sus charlas y sus risas! Y soy hidalga que hidalga era mi madre…

Cosa de lástima fue oír los gritos que alzamos cuando aquel muchacho acudió corriendo a darnos nuevas de que nuestro tío y señor “venía flaco y amarillo, y tendido sobre un montón de heno y sobre un carro de bueyes”. Fueron gritos de lástima por el estado en que venía pero también eran de alegría. Ingenuamente pensábamos: ¡Ahora no se irá!

(Seguiré hablando en el comentario al capítulo VI que toca este jueves)

María Ángeles Merino 

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