domingo, 20 de julio de 2014

“Avive y despierte”



"vuestra merced se reporte, y vuelva en sí, y coja las riendas a Rocinante, y avive y despierte"
 (Cervantes acordándose, quizás, de Jorge Manrique)

Primera parte del comentario al capítulo 2.11 del Quijote, publicado en "La acequia", en la entrada titulada "La Muerte siempre vence", correspondiente al día 20 de agosto de 2009.

He dividido este capítulo en dos partes:


En la primera, que he titulado “Avive y despierte”, tenemos a un Sancho, psicólogo de pacotilla, que intenta sacar a su señor del abatimiento, tras la visión pollinesca de Dulcinea. Ay, Sancho, que provocaste la enfermedad y ahora quieres curarla.


En la segunda, auténtico homenaje de Cervantes al teatro ambulante, caballero y escudero tienen un encuentro con una carreta- escenario que transporta a los comediantes de una compañía teatral. La he titulado “Sopa de piedras”, título que da pistas cerca del desenlace de dicho encuentro.



“Avive y despierte”

Don Quijote está tan absorto en sus pensamientos que Rocinante va sin riendas y se da un atracón de jugosa hierba. ¡Ay, que tuvo delante a Dulcinea y no la pudo ver en su bellísimo ser! ¡Qué brinco dio la labradora de la carita redonda y la nariz chata! ¡Qué olor a ajos crudos!

Sus tristes pensamientos lo llevan fuera de sí. Recordemos que, en el capítulo anterior, rogaba a su escudero: “Mira no me engañes, ni quieras con falsas alegrías alegrar mis verdaderas tristezas”. En éste, Sancho parece contestar, con estas sabias y serenas palabras: “Señor, las tristezas no se hicieron para las bestias, sino para los hombres, pero si los hombres las sienten demasiado, se vuelven bestias”.

No, al buen Sancho no le conviene que su amo caiga en el pozo de la desesperación y le pide que “avive y despierte”, como el poeta Jorge Manrique lo hiciera con “el alma dormida”. Empieza a enfadarse, pero con cariño: “¿Qué diablos es esto?... ¿Estamos aquí, o en Francia?”Más tarde, el enojo sube de tono y el muy blasfemo manda al diablo a Dulcinea. La salud de su amo ante todo y… las tres crías prometidas que no vienen nada mal.




Antes se coge a un mentiroso que a un cojo y Sancho mete la pata con aquello de “quien la vido y la vee ahora”. Olvida que él no vio a la aldeana de la pollina sino a la bellísima princesa de la hacanea, con “la entereza cabal de su hermosura”. Don Quijote no se da cuenta del patinazo; mas sí recuerda a Sancho, puntillosamente, que describió equivocadamente su hermosura. Los ojos de su dama no pueden ser de perlas, parecería un besugo, sino de verdes esmeraldas. Las perlas para los dientes…

El escudero admite su equivocación en lo de los ojos y, de paso enmienda el gazapo anterior: es que le turbó tanta hermosura. Y con una socarronería increíble, sólo superada por la del bachiller Carrasco, expone a su señor la preocupación por esos pobrecitos gigantes o caballeros que, tras haber sido vencidos por su señor, busquen a Dulcinea en el Toboso, para presentarse ante ella. Tal vez anden alelados, recorriendo todo el pueblo, dando tumbos, como ellos mismos en aquella larga noche y, aunque la tengan delante de sus narices, no la conozcan.

Pero don Quijote se niega a creer lo que no quiere creer y responde que el encantamiento no afectará a los vencidos. Y lo comprobarán fácilmente, en lo que toca a su locura siempre posee recursos, por medio de uno solo de los derrotados que tendrá la obligación de presentarse ante la dama tobosina; pues se le ordenará que regrese después, para contar lo sucedido.

Tal vez, Sancho se esté riendo por dentro, sí seguro que alguno vuelve… pero manifiesta su conformidad con el “artificio”. Él va a lo que va: Dulcinea bien, ellos bien, alguna aventura que le permita ganar lo prometido y el tiempo dirá.


Un abrazo para todos de:

María Ángeles Merino


Copiado de aquí.
http://aranitacampena.blogspot.com.es/2009/08/avive-y-despierte.html

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