domingo, 1 de junio de 2014

Esto de los versos no puede quedar así! ¡Por todos los demonios! ¡Académicos de Argamasilla!

Aquí dormía Sor Austringiliana su sueño eterno (Palacios de Benaver, Burgos)


Para este comentario, Abejita de la Vega cede la palabra a Sor Austringiliana que posee la capacidad de viajar a través del túnel del tiempo. Se trata de un personaje ficticio que nada tiene que ver con don Quijote, pero que nació como fruto de mi imaginación en momentos difíciles para mí.

Alabado sea nuestro Señor Jesucristo, tal vez sus caridades no me conozcan. Soy una humilde hermana que dormía su sueño eterno de ocho siglos, en mi monasterio castellano, bajo un pequeño ciprés. No sé cómo fue, pero acabé transportada hasta el pecador siglo XXI. Allí, una fuerza misteriosa, me introdujo en unos infernales canalículos que llaman Internete. Allí soy forzada a penetrar en unas luminosas cajitas.


Compartí uno de esos canalículos, con otra monja, Sor Leandra; la cual tuvo a bien darme cuenta de su vida terrenal, en un siglo que llamaron de Oro, con el XVI como número. Se lamentaba de que su padre la hubiera encerrado a la fuerza en un monasterio, con tan solo quince años, por haber seguido los pasos a un seductor soldado llamado Miguel de Cervantes que luego fue renombrado escritor.


Solicitome la ayudase que ansiaba encontrar al ectoplasma de aquel a quien tanto amó. Sospechaba que, al igual que nosotras, había sido capturado por los canalículos del satánico invento, ¡Y lo hallamos! Permanecía inmóvil y silencioso, agazapado junto a una cajita luminosa que, diabólicamente, alternaba la villa del Pisuerga con la del Arlanzón. Hubo un fantasmal abrazo entre los dos viejos amantes. Abrazo y…algo más. Que aunque no tengamos cuerpo…


El del brazo enfermo nos informó de que, por allí, escribían constantemente acerca de su don Quijote y de otras sus criaturas, hijas de su pluma. Los mensajes eran muy extraños, hablaban de acequias, blogs, entradas, comentarios… Alzó la voz para decir: ¡Pero esto de los versos no puede quedar así! ¡Por todos los demonios! ¡Académicos de Argamasilla! ¡Hoy quiero ser yo el que se comunique con ese dómine que declara llamarse Pedro Ojeda Escudero!

El comentario propiamente dicho comienza aquí:

Mi nombre es Miguel de Cervantes Saavedra, autor del renombrado, traducido e impreso libro del que vuesa merced comenta: “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha”. Mi vida era la propia de un fantasma vagando por aquellos conocidos lugares, los cuales fueron escenario de mi desdichada y azarosa vida terrenal: Compluto, Madrid, Nápoles, Lepanto, Argel, Madrid, Valladolid…También acudía a las más lejanas poblaciones del orbe donde hablaban de mí y de mi obra, mas caí atrapado en estos canalillos donde bullen las www, habiendo elegido éste que llaman “La acequia”, el cual me es especialmente grato por lo que dejan escrito en torno a mis capítulos.

Mas al llegar al último de mi primera parte, mi vista ha topado con unos versos que son dignos de una recta interpretación.¡Académicos de Argamasilla! ¡Académicos de tabernas donde escancian el buen vinillo de Arganda! ¡Y yo era uno de ellos! Monicongo, Caprichoso, Paniaguado, Burlador, Cachidiablo, Tiquitoc y yo. Los siete habíamos sido camaradas, puesto que asistimos a las mismas clases del gramático López de Hoyos, en el Estudio de la Villa de Madrid. Nos denominábamos académicos de la Argamasilla y, en torno a una mesa de taberna y una jarra de vino, competíamos por ver quién acertaba a escribir el mejor soneto, burlesco o amoroso, con o sin estrambote. Los míos eran los más loados por el maestro y ello me convertía, en muchas ocasiones, en blanco de sus pullas.

Al cabo de muchos años, cuando ya éramos hombres maduros, la academia de Argamasilla volvió a reunirse en uno de sus locales habituales. Me encontraba finalizando el capítulo LII del Quijote, deseaba rematarlo de forma adecuada, dejando la puerta entreabierta. Compartí mis dudas con mis viejos compañeros de estudios ,a los cuales había leído fragmentos de mi libro. Uno de ellos mandó a un criado que trajera lo necesario para escribir, en ese mismo lugar, entre vasos de vino. Alguien, no recuerdo quién, ideó la historia de la caja de plomo enterrada en los cimientos de una ermita, con unos pergaminos. Entre todos redactamos lo del hallazgo. Cada uno escribió el epitafio o soneto que figura encabezado con su sobrenombre. Escribí las últimas líneas, ya conocen vuestras mercedes lo de los versos con letra carcomida, el académico que los sacará a la luz…

¡Qué versos más malos! ¡Llamar calvatrueno a don Quijote! ¡Hasta el mismo Aranjuez lo conducen!¡O hasta Catay!¡Rolliza y amondongada a Dulcinea! ¡Sancho majadero! ¡Qué rimas más forzadas! Deposité lo escrito en la taberna encima de mi mesa, al lado de mi manuscrito, casi finalizado.¡Mañana tendría tiempo de escribir otro final mejor para el capítulo!

Al día siguiente, permanecí en el lecho toda la mañana, con la cabeza como golpeada con un batán. Cuando me levanté, mi sobrina me dijo que el chico del impresor había estado en casa, pidiendo el manuscrito para imprimirlo y, siguiendo las instrucciones de su padre, se había llevado todos los papeles que yo había colocado encima de la mesa. ¡Los cincuenta y dos capítulos más lo de la taberna! Fui a explicárselo al impresor, pero a éste le había parecido de perlas ese remate final y yo… cosí la boca.

Cuatro siglos después he confesado mi falta de autoría en ese final, forjado entre jarras de vino tinto y blanco. Por último, he de decirles que he aprendido la lengua de estos castellanos del siglo XXI y los imito ya bastante bien. ¡Como que soy un genio de las letras!

Creo que me están apagando...

María Ángeles Merino

Un saludo para todos


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