sábado, 26 de abril de 2014

¿Se le rompió el cántaro a Leandra?



"EL CÁNTARO ROTO" DE GREUZE , 1772-73 (MUSEO DEL LOUVRE)

Comentario al capítulo 1.51 del Quijote, publicado en "La acequia", en la entrada titulada "
El cuento del cabrero y la moza burlada", correspondiente al día 30 de abril de 2009.

Que trata de lo que contó el cabrero a todos los que llevaban al valiente don Quijote.

¡Qué poco nos queda! La primera entrega del Quijote se está acabando y Cervantes nos tiene ya enganchados, atentos a esa inminente llegada del “valiente don Quijote” a su aldea, acompañado del peculiar séquito que lo lleva enjaulado.

El escritor solía montar sus capítulos ensamblando dos, tres o más partes de diferentes historias, para que cada lector encontrara algo de su agrado. Ahora no hay “puzzle “y nos extraña un poco este capítulo monotemático. La fértil imaginación de Cervantes se ha ido por los cerros, como tantas veces, tras la cabra cerrera. Reza el título “lo que contó el cabrero” y el pastor cariñoso nos va a relatar un cuento folklórico, de esos superlativos y “de fuerte raíz misógina”, como dice Pedro Ojeda. Algo que sea del gusto de todos.

En una aldea había un labrador muy honrado, muy rico y muy virtuoso. Tenía una hija hermosíiiisima, discretíiiiisima y virtuosíiiiisima. La fama de su belleza llegó lejos, lejos, hasta el palacio real. De todas partes llegaban gentes a verla como “a imagen de milagros”. ¡Santa Leandra! Su padre la guardaba y se guardaba ella…Recatadísima Leandra. Y los lectores de la época, babeando de gusto…que este don Miguel sabe las debilidades de su público.

Muchos pretendientes solicitaban a Leandra y el padre no sabía a quién adjudicar la preciada joya. Entre los que echaron la solicitud estaba Eugenio, el cabrero de la cabra Manchada.” Conocido, natural del pueblo, ni judío ni moro, joven florido, rico e ingenioso. ¡Seis puntos! Hubo  empate con otro pretendiente llamado Anselmo. Con los dos quedaba bien colocada a la muchacha, así que este padre, de ideas tan avanzadas, decidió preguntar a la niña. Parece ser que el gusto de Leandrita no se inclinó por ninguno de los candidatos.

Pero llegó al pueblo un soldado, hijo de un pobre labrador del mismo lugar, procedente de las Italias. El llamativo atuendo soldadesco, emperejilado a base de lujo barato, atrajo a la nena. Aquí don Miguel se detiene a describirnos a un soldado fanfarrón, personaje que él conoce muy bien y no sólo por haber leído a Plauto…Sentado en la plaza del pueblo, contaba hazañas a la boquiabierta gente del pueblo. Llegó, vio y venció en todas las guerras, sin derramar una gota de sangre pero con cicatrices… bla, bla, bla. Ram, ram, ram… un poco de guitarra. Algo poetastro, componía larguísimos romances como churros…Leandra cayó en sus redes y, ni corta ni perezosa, se escapó con él. Si es que las mujeres son como las gallinas, les das trigo y se van a picotear a la mierda. Perdón, esto último lo he leído en Delibes, no en Cervantes.

Al cabo de tres días la encontraron en una cueva, en paños menores, sin joyas ni dineros. El soldado había prometido ser su esposo, lo de siempre. Pero el padre se quedó consolado pues Leandra aseguraba que, aunque le quitó las joyas, no le quitó la alhaja principal, la que no se recupera jamás, la que remendaba la madre Celestina. ¡Y eso que venía de la viciosa Nápoles! ¡Milagro de continencia!

El cántaro no se ha roto, pero Leandra es conducida inmediatamente a un monasterio. Su tierna edad le sirvió de disculpa, no atribuyeron su falta a ignorancia sino a esa “natural inclinación de las mujeres, que, por la mayor parte, suele ser desatinada y mal compuesta”. Tranquila, María Ángeles, esconde la vena feminista…

Eugenio y Anselmo quedaron “en tinieblas” y, para consolarse, no se les ocurrió otra cosa mejor que dejar la aldea y jugar a ser pastores de novela pastoril. Mientras apacentaban su rebaño de ovejas o cabras, dedicaban sus alabanzas, vituperios y suspiros a la ingrata Leandra. Otros muchos de sus pretendientes los imitaron, convirtiendo el valle en una nueva Arcadia, llenita de pastores poetas, muy finos y muy quejosos.

Ahora la maldicen, insultan, condenan, absuelven…todos la deshonran, todos la adoran y esperan sin esperanza. Anselmo es el más comedido, sólo se queja de ausencia en unos versos que acompaña con su rabel. Por el contrario, nuestro Eugenio, lanza, por su boca sapos y culebras misóginas: ligereza, inconstancia, doble trato, bla, bla, bla. Y termina su discurso, justificando con este relato las lindezas que dedicó a la cabra Manchada. Aunque sea la mejor de su apero, es hembra y en poco la tiene. ¿No decía que era la mejor?

Termina el capítulo con la invitación del cabrero a leche fresca, sabrosísimo queso y sazonadas frutas. Está el ambiente muy relajado, a ver si sigue así o por barroco contraste…


Un saludo para Pedro Ojeda y todos los que nos visitan.

María Ángeles Merino Moya

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