lunes, 2 de septiembre de 2013

"No entendían los cabreros aquella jerigonza de escuderos y de caballeros andantes ..."


Comentario al capítulo 1,11 del Quijote, publicado en "La acequia", en la entrada correspondiente al 24 de julio de 2008, titulada "Un caballero andante entre pastores o el desnivel paródico como excelencia narrativa".

En el capítulo anterior, dejamos a don Quijote y Sancho junto a la choza de unos cabreros, unos huéspedes excelentes.

Sancho, fascinado con los apetitosos tasajos de cabra que hierven en un caldero, va tomándoles las medidas por ver si encajan en su dilatado estómago. Le dura poco la contemplación, los cabreros lo retiran y tienden en el suelo unas zaleas, a manera de ovejunos manteles. Se acomodan alrededor de la pitanza y, a don Quijote, lo sientan en un dornajo puesto del revés.


No, Sancho, no te quedes en pie. Tu señor desea que te sientes para que llegues a apreciar las bondades de la caballería andante, tan igualitaria ella. Has de comer en su plato y beber donde él bebiere.

Don Quijote no espera tu ironía, piensa que vas a apreciar su "gran merced". Y , tú, socarrón, vas y manifiestas que si te dan bien de comer, mejor a pie y a solas. Que si no hay cosa peor, para ti, que comer con miramientos: mascar despacio, beber poquito, limpiarte, no toser ...¡Nada de gallipavos en mesas elegantes! ¡Pan y cebolla y a tus anchas! ¡Y renuncias a esas honras a cambio de cosas de más provecho!


Irritado, te pone en tu sitio, te hace sentar a su lado. Ya está bien de tonterías, escudero. Los cabreros no entienden nada. Comen, callan y miran el salero que gastan sus huéspedes despachando tasajo. Los señoritingos también pasan hambre, comprueban.

-Beeee, beeeee, beeeeee.


¿Qué son esos balidos? ¡Ay, que por los canalículos de mi ordenador se ha colado un rebaño de cabras! Hasta me parece percibir un olorcillo...

¡Ahí van con sus cabreros! Uno de ellos toma la palabra desde la pantalla:

-Con Dios, señora mía. Henos aquí, cabreros que dimos humilde comida y lecho al nuestro señor don Quijote. Somos presonajes secundarios del famoso libro y nos mandan aquí pa contarlo . Comienza un servidor, pobre iletrado. Después oirá voacé al compañero con letras, el tañidor de rabel.


Aquella noche, cenamos tasajo, queso curadísimo y bellotas; lo que más a mano tenemos, lo de cada día. El cuerno no para de vaciarse y de llenarse, ya habíamos vaciado un zaque de vino. El señor don Quijote, con la panza llena, está hablador. Toma un puñao de bellotas, las mira como si nunca las hubiera visto y se pone a hablar que no hay quien lo pare.


Que si en los siglos pasados ni tuyo ni mío, todo de todos. Y el único trabajo, alzar la mano y tomar el dulce fruto de las encinas.


Las fuentes y los ríos daban siempre abundante y sabrosa agua.


Las abejas ofrecían su miel y no les molestaba que se la hurtases.


Los corteses alcornoques daban cortezas para cubrir las casas.


Todos amigos y nada de rejas ni de arados, que eso cansa mucho. Y no sé que dijo de una primera madre y sus entrañas. Y de una mujer forzada, con un espacioso seno que sustentaba a sus hijos.


Lo que más nos gustó fue la de las zagalejas libres y correteando de valle en valle tapadas lo justo, con adornos de yedra y lampazos.


Y el amor, sin rodeos. Eso digo yo, que para eso las palabras sobran.

Y ni engaño ni malas intenciones, tos güenos. Los jueces no gastaban favores, intereses ni encajes.
Las doncellicas bien seguras, sin perder su jonra por obra de los malintencionados.

¡Un bello cuento nos relata el señor don Quijote!

Mas agora, que hay malicia y maliciosos...pos pa eso están los caballeros andantes, pa defender a doncellas, viudas, huérfanos y presonas indefensas.

El criado Sancho calla, come bellotas y menudea las visitas al segundo zaque. No le sabe mal nuestro vino, no.

Me despido de voacé pa que escuche el rabel y las palabras del compañero Antonio, zagal "muy entendido y enamorado".


Se oye el son de un rabel. En la pantalla, aparece el músico que lo toca. Este cabrero no parece tan cabrero como el de antes. Escuchémosle.

Salúdole, mi señora. Cuentole lo de aquella noche:

Cuando llego junto a mis compañeros, don Quijote ya sabe que soy músico. Ellos me piden que cante, así el huésped verá que también en los montes se sabe de música. Y que sea el romance de mis amores, el que me compuso mi tío cura, el beneficiado.

Templo mi rabel y canto lo de mi Olalla, la del alma de bronce y el pecho de risco. Me ofrezco voluntario a la coyunda bendecida por la Santa Madre Iglesia. A don Quijote le gusta y quiere que cante algo más. El tal Sancho no lo consiente, advierte a su amo de que nuestro trabajo no permite pasar la noche en cánticos. Bien entiende el amo, tanta visita al zaque da sueño.

Al caballero andante le parece de perlas que todos durmamos, pero él ha de velar, tal es su profesión. Eso sí, antes de dormir ha de curarle Sancho su dolorida oreja.

Un compañero cabrero masca unas hojas de romero y se las aplica con sal en la oreja. Buen remedio de pastores. No ha menester otra medicina.

"Y tomando algunas hojas de romero, de mucho que por allí había, las mascó y las mezcló con un poco de sal , y, aplicándoselas a la oreja, se la vendó muy bien..."

Los cabreros saludamos a la señora de las letricas. Quede con Dios.

Desaparecen entre un concierto de balidos.

Un abrazo para todos los que pasáis por aquí de:

María Ángeles Merino

Nota: las encinas y bellotas que aparecen en esta entrada están situadas dentro de la ciudad de Burgos, a las orillas del río Vena y son conocidas como "Encinas de Coprasa".

Pedro Ojeda dice en "La acequia":

Mª Ángeles Merino, Abejita de la Vega, nos lleva al monte al comentar el capítulo 11 de la Primera parte del Quijote de la mano de otro secundario: un cabrero de los que tienen la fortuna (o no) de escuchar el discurso de Cervantes sobre la Edad de Oro. No faltan las bellotas...

Entrada copiada del blog "La arañita campeña":

http://aranitacampena.blogspot.com.es/2011/11/no-entendian-los-cabreros-aquella.html

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