sábado, 31 de agosto de 2013

"...sin despedirse Panza de sus hijos y mujer, ni don Quijote de su ama y sobrina, una noche se salieron del lugar sin que persona los viese"

Detalle de un cuadro de Ana Queral, la autora de una excelente serie sobre el Quijote.


Comentario al capítulo 7,1 del Quijote, publicado en "La acequia", en la entrada correspondiente al 26 de junio de 2008.
¡Hola, visitantes de este blog!
 
Algunos ya sabéis ´lo que me suele suceder, en estos casos. Comienzo el comentario a un capítulo del Quijote, recibo la fantasmal visita de algún quijotesco personaje secundario que, de manera misteriosa, tras viajar por los canalículos de Internet, asoma por la pantalla del ordenador. El último fue la joven Antonia Quijana, sobrina del viejo hidalgo.
 
Espero un poco, que alguien me visitará.
 
Sí, es lo de otras veces, oscila la imagen... ¡Antonia Quijana otra vez! Olvidé que vuelve a intervenir en el capítulo 7, que remata el “donoso escrutinio” de los libros. Escuchémosla.



Saludo a voacé, señora doña María Ángeles, que ya conozco su nombre. Sigo narrando  lo que ocurrió aquel día, tras salvar de la quema a un ejemplar de “Las lágrimas de Angélica”.
 
¡Qué voces las de mi señor tío al despertarse! ¡Aquí, aquí, valerosos caballeros!
 
Con tanto ruido y tanto estruendo ya no hay más escrutinio libresco. El ama echa al corral, sin más, muchos otros libros, Creo que va al fuego uno con los hechos de nuestro emperador Carolo, que Dios guarde.
 


Cuchilladas y reveses, hay que emplear la fuerza para volverle al lecho. Algo más sosegado, se dirige al cura, llamándolo arzobispo Turpín y animándolo a no dejarse ganar por los "cortesanos". Ahora mi tío es uno de los "Doce Pares de Francia". ¡Don Reinaldos de Montalbán! ¡Vivir para ver!

 
El cura le aconseja que atienda a su salud y mi tío responde que ha de moler a palos a ese bastardo de Roldán. Llegado aquí, el estómago le avisa y pide que le traigan de "yantar", dicho a la manera de antaño.



Come, queda él dormido y nosotros admirados de tanta locura. El ama, émula del Santo Oficio, remata la faena quemando cuantos libros hay en el corral. Sin duda, arden libros dignos de "ser guardados en perpetuos secretos archivos"; mas ya sabemos lo que, en ocasiones, pagan los justos.



El cura y el barbero dictaminan que sea tapiado el aposento de los libros y se le comunique que un encantador se los ha llevado, con muros y todo. Y así se face.


A los dos días, don Alonso se levanta y lo primero que hace es ir a ver sus amados libros. Tienta el muro que ocupa el lugar de la puerta, mira a uno y otro lado y, desesperado, pregunta al ama hacia qué parte está el aposento. Ella, ya advertida, le dice que  no hay tal, que todo se lo llevó el diablo.



Yo me veo obligada a intervenir y a explicarlo en clave de caballería andante. Nada de diablo sino encantador que cabalga en una sierpe, en algún libro vi algo así y me gustó. Sigo con mis invenciones: que el señor encantador dijo hacerlo por enemistad con el amo de los libros y que se llamaba Muñatón. Mas  el ama, tal vez pensando en sus fritangas, lo bautiza como Fritón. Esto último da pie a mi don Alonso para traducirlo como Frestón, que uno con ese nombre le tiene ojeriza.
 
Mi señor tío ha de vencer a ese su enemigo, mas yo le aconsejo que no se meta en pendencias, que se esté pacífico en casa. Y cómo se encoleriza al recordarle la suerte de los que van por lana y vuelven trasquilados. ¿Trasquilar a don Quijote? ¡Ni un pelo!



Pasa quince días muy sosegado, distraído con el cura y el barbero, pasando graciosísimos cuentos sobre la necesidad que tiene el mundo de caballeros andantes. El cura no siempre le quita la razón, por ver si entra en ella.


En este tiempo solicita mi tío a un vecino nuestro, un labrador pobre y hombre de bien, "pero de muy poca sal en la mollera". Sancho Panza es el nombre del tal villano, el cual se determina de salirse con él y servirle de escudero. ¡Tanto le persuade y le promete mi tío!


Ni el ama, ni el cura, ni el barbero, ni yo misma. ¡No supimos nada de aquello! Me pregunta voacé cómo supe de las promesas al buen Panza. Su mujer, Teresa Panza que no Mari Gutiérrez, fue la que me lo reveló, poco después de la partida. Detrás de la puerta, hubo de poner la oreja la buena Teresa; mas no podía imaginar que iba a partir tan presto y sin despedirse.


Don Quijote, ya me voy acostumbrando a llamarle ansí, promete a su "escudero", dónde habrá visto un escudo el porro de Sancho, nada menos que una ínsula.



¡Y lo peor! Mi tío da orden en buscar dineros. Al parecer, vende, empeña, malbarata y llega a una razonable cantidad. Espero cobrar presto algunas rentas porque yo quedo aquí, sola, administrando su hacienda y sin un ducado. El huerto, los frutales, las gallinas, el palomar, algo que cace nuestro mozo, habrá que administrarse.



Alguien, no sé quién, le presta una rodela. Pertrecha la celada, la que tenemos criando polvo en el desván. Encarga a Sancho que lleve alforjas. Desaparecen las camisas de lino, tan bien planchadas, que guardo en el baúl.


 
Salen de noche, nadie los ve, don Alonso en su rocín y Sancho en su asno.



No se despiden de nadie y, cuando amanece, nuestro mozo, el de  campo y plaza, se apercibe de la ausencia.


Un pastor diz que los vio por el campo de Montiel, no nos queda otra que esperar su regreso. Esperar, es  condición de la mujer, sea cual sea su estado.


 
¿Quién verá a Teresa Panza con corona de gobernadora insular? Ja, ja, qué risas cuando me lo contó la villana.
 
Como le dije la vez anterior, la del capítulo 6, 1, volveré en el 6, 2. Saludo a vuestra merced.
 
Un abrazo de María Ángeles Merino para los que pasáis por aquí.

Entrada copiada de "La arañita campeña":

http://aranitacampena.blogspot.com.es/2011/06/sin-despedirse-panza-de-sus-hijos-y.html

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