sábado, 31 de agosto de 2013

"Non fuyades cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete."


Comienzo el capítulo 8, leo: “En esto, descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento”. Ya he llegado a lo más conocido del Quijote, el comentario no ofrece dificultades.



Aquí tengo al caballero y el escudero: don Quijote y Sancho Panza. La ventura va guiando sus cosas mejor de lo que acertaran a desear, allí se descubren unos desaforados gigantes con quienes piensa hacer batalla y quitarles la vi… ¿qué es esto?




¿Se cuela el viento dentro de mi casa? Porque las ventanas están cerradas, vuelan los papeles que tenía sobre la mesa, se agitan los visillos, cae una silla… ¡Ay, qué susto!



-¡Uhhhh! Salud, señora mía.



-¿Quién me habla?
 

http://es.wikipedia.org/wiki/El_molino_de_Wijk_bij_Duurstede

- Soy un molino de viento de la Mancha, un ingenio harinero avanzado, traído recientemente desde Flandes hasta estas hispanas tierras, a finales del pasado decimosexto siglo. En el celebérrimo libro no me dan nombre alguno, pero puede llamarme... Molen, en honor a mi flamenco origen.
-¿Un molino? ¿Cómo ha podido introducirse a través de estas estrecheces, por muy ancha que sea la banda?


http://fibrazone.com/2011/04/la-banda-ancha-se-esta-agotando/

-Pues...como se cuelan miles de imágenes de cosas grandes, grandísimas que asoman por aquí, en reducido tamaño. No comprendo cómo voacé pregunta tamaña niñería.

-Sí, claro. Pero por aquí suelen desfilar personajes humanos, siendo vuestra merced sólo un ingenio, una máquina, como decimos en este vigésimo primer siglo.


http://www.escapadasfindesemana.net/guia-rural-la-ruta-de-los-molinos-de-viento/

-Pero, para don Quijote somos enemigos humanizados, como a tales se dirige, aunque nos atribuya brazos gigánteos. El de la péñola, así lo quiso.

 

Ana Queral pinta al Quijote.

-Bueno, de acuerdo, señor molino Molen. Cuénteme, que deseo oír su versión del famoso capítulo 8. Y cese el viento, quietecito con sus aspas, que me está despeinando.

-Prosigo con el octavo, para complacerla. El loco protagonista, Don Quijote, nos ve, nos califica de "desaforados gigantes" y proclama que nos va a quitar a todos la vida, en justa batalla. Su criado Sancho Panza no ve gigante alguno e intenta convencerlo de que no hay brazos sino aspas. El loco le pide que se aparte y rece, que él ha de entrar con nosotros "en fiera y desigual
batalla.
 

Ana Queral pinta al Quijote.

Sancho vocea, su amo no atiende y da de espuelas al caballejo. Decidido, viene hacia nosotros, voceando en antiguo: "Non fuyades , cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete".

En esto, se levanta un poco de viento y nuestras aspas se mueven. El loco nos amenaza y dice no sé que de un gigante y de una señora llamada Dulcinea. Se cubre con su rodela y, con la lanza en ristre, a todo galope, me embiste y lancea una de mis aspas. No sabe lo que le espera. El viento despedaza la lanza, la cual se lleva tras sí al caballo y al caballero. Vuelan, gritan, relincha, ruedan...




Don Quijote no se puede menear, Sancho acude a socorrerle y se lamenta: él bien le advirtió de que éramos molinos de viento.


Doré
 

Mas su amo sigue soltando disparates por su boca. Asegura que un sabio llamado Frestón le robó sus libros y volvió los gigantes en molinos, para quitarle la gloria de su vencimiento. Sube, con ayuda, sobre su medio descoyuntado rocín.

Todavía les oigo hablar de la aventura pasada. Les veo tomar el camino de Puerto Lápice porque don Quijote considera que, al ser lugar de paso, no es posible dejar de tener aventuras. ¡Con los huesos molidos y buscando más oportunidades de que se los vuelvan a moler!




El loco va pesaroso y no sólo porque le hayan usurpado la gloria de su vencimiento. Sufre, además, por la falta de su apreciada lanza, la que mi aspa destrozó. Pero este hombre encuentra soluciones para todo. Dice algo de desgajar una rama de un árbol y fabricarse una lanza, como hizo un caballero español, un tal Machuca. Les pierdo de vista, ya no les oigo...los disparates que ha de acometer todavía ese don Quijote.

Me despido de vuestra merced y le manifiesto mi disgusto por una imagen que he encontrado en estos estrechos canalículos. Dicen que son los nuevos molinos que ahora gastan en la Mancha, no creo que puedan moler trigo, ni cebada. Los llaman eólicos, creo. ¡Qué extraña época la suya, señora mía! ¡Ni molinos como Dios manda!



Me voy con mis treinta o cuarenta compañeros. Quede con Dios.

-Adiós, don Molino Molen, encantada de conocerle.

Un abrazo para todos los que pasáis por aquí de:

María Ángeles Merino
 
Entrada copiada de "La arañita campeña":
 

"...sin despedirse Panza de sus hijos y mujer, ni don Quijote de su ama y sobrina, una noche se salieron del lugar sin que persona los viese"

Detalle de un cuadro de Ana Queral, la autora de una excelente serie sobre el Quijote.


Comentario al capítulo 7,1 del Quijote, publicado en "La acequia", en la entrada correspondiente al 26 de junio de 2008.
¡Hola, visitantes de este blog!
 
Algunos ya sabéis ´lo que me suele suceder, en estos casos. Comienzo el comentario a un capítulo del Quijote, recibo la fantasmal visita de algún quijotesco personaje secundario que, de manera misteriosa, tras viajar por los canalículos de Internet, asoma por la pantalla del ordenador. El último fue la joven Antonia Quijana, sobrina del viejo hidalgo.
 
Espero un poco, que alguien me visitará.
 
Sí, es lo de otras veces, oscila la imagen... ¡Antonia Quijana otra vez! Olvidé que vuelve a intervenir en el capítulo 7, que remata el “donoso escrutinio” de los libros. Escuchémosla.



Saludo a voacé, señora doña María Ángeles, que ya conozco su nombre. Sigo narrando  lo que ocurrió aquel día, tras salvar de la quema a un ejemplar de “Las lágrimas de Angélica”.
 
¡Qué voces las de mi señor tío al despertarse! ¡Aquí, aquí, valerosos caballeros!
 
Con tanto ruido y tanto estruendo ya no hay más escrutinio libresco. El ama echa al corral, sin más, muchos otros libros, Creo que va al fuego uno con los hechos de nuestro emperador Carolo, que Dios guarde.
 


Cuchilladas y reveses, hay que emplear la fuerza para volverle al lecho. Algo más sosegado, se dirige al cura, llamándolo arzobispo Turpín y animándolo a no dejarse ganar por los "cortesanos". Ahora mi tío es uno de los "Doce Pares de Francia". ¡Don Reinaldos de Montalbán! ¡Vivir para ver!

 
El cura le aconseja que atienda a su salud y mi tío responde que ha de moler a palos a ese bastardo de Roldán. Llegado aquí, el estómago le avisa y pide que le traigan de "yantar", dicho a la manera de antaño.



Come, queda él dormido y nosotros admirados de tanta locura. El ama, émula del Santo Oficio, remata la faena quemando cuantos libros hay en el corral. Sin duda, arden libros dignos de "ser guardados en perpetuos secretos archivos"; mas ya sabemos lo que, en ocasiones, pagan los justos.



El cura y el barbero dictaminan que sea tapiado el aposento de los libros y se le comunique que un encantador se los ha llevado, con muros y todo. Y así se face.


A los dos días, don Alonso se levanta y lo primero que hace es ir a ver sus amados libros. Tienta el muro que ocupa el lugar de la puerta, mira a uno y otro lado y, desesperado, pregunta al ama hacia qué parte está el aposento. Ella, ya advertida, le dice que  no hay tal, que todo se lo llevó el diablo.



Yo me veo obligada a intervenir y a explicarlo en clave de caballería andante. Nada de diablo sino encantador que cabalga en una sierpe, en algún libro vi algo así y me gustó. Sigo con mis invenciones: que el señor encantador dijo hacerlo por enemistad con el amo de los libros y que se llamaba Muñatón. Mas  el ama, tal vez pensando en sus fritangas, lo bautiza como Fritón. Esto último da pie a mi don Alonso para traducirlo como Frestón, que uno con ese nombre le tiene ojeriza.
 
Mi señor tío ha de vencer a ese su enemigo, mas yo le aconsejo que no se meta en pendencias, que se esté pacífico en casa. Y cómo se encoleriza al recordarle la suerte de los que van por lana y vuelven trasquilados. ¿Trasquilar a don Quijote? ¡Ni un pelo!



Pasa quince días muy sosegado, distraído con el cura y el barbero, pasando graciosísimos cuentos sobre la necesidad que tiene el mundo de caballeros andantes. El cura no siempre le quita la razón, por ver si entra en ella.


En este tiempo solicita mi tío a un vecino nuestro, un labrador pobre y hombre de bien, "pero de muy poca sal en la mollera". Sancho Panza es el nombre del tal villano, el cual se determina de salirse con él y servirle de escudero. ¡Tanto le persuade y le promete mi tío!


Ni el ama, ni el cura, ni el barbero, ni yo misma. ¡No supimos nada de aquello! Me pregunta voacé cómo supe de las promesas al buen Panza. Su mujer, Teresa Panza que no Mari Gutiérrez, fue la que me lo reveló, poco después de la partida. Detrás de la puerta, hubo de poner la oreja la buena Teresa; mas no podía imaginar que iba a partir tan presto y sin despedirse.


Don Quijote, ya me voy acostumbrando a llamarle ansí, promete a su "escudero", dónde habrá visto un escudo el porro de Sancho, nada menos que una ínsula.



¡Y lo peor! Mi tío da orden en buscar dineros. Al parecer, vende, empeña, malbarata y llega a una razonable cantidad. Espero cobrar presto algunas rentas porque yo quedo aquí, sola, administrando su hacienda y sin un ducado. El huerto, los frutales, las gallinas, el palomar, algo que cace nuestro mozo, habrá que administrarse.



Alguien, no sé quién, le presta una rodela. Pertrecha la celada, la que tenemos criando polvo en el desván. Encarga a Sancho que lleve alforjas. Desaparecen las camisas de lino, tan bien planchadas, que guardo en el baúl.


 
Salen de noche, nadie los ve, don Alonso en su rocín y Sancho en su asno.



No se despiden de nadie y, cuando amanece, nuestro mozo, el de  campo y plaza, se apercibe de la ausencia.


Un pastor diz que los vio por el campo de Montiel, no nos queda otra que esperar su regreso. Esperar, es  condición de la mujer, sea cual sea su estado.


 
¿Quién verá a Teresa Panza con corona de gobernadora insular? Ja, ja, qué risas cuando me lo contó la villana.
 
Como le dije la vez anterior, la del capítulo 6, 1, volveré en el 6, 2. Saludo a vuestra merced.
 
Un abrazo de María Ángeles Merino para los que pasáis por aquí.

Entrada copiada de "La arañita campeña":

http://aranitacampena.blogspot.com.es/2011/06/sin-despedirse-panza-de-sus-hijos-y.html

viernes, 30 de agosto de 2013

"Pidió las llaves a la sobrina del aposento donde estaban los libros autores del daño, y ella se las dio de muy buena gana."



Del donoso y grande escrutinio que el cura y el barbero hicieron en la librería de nuestro ingenioso hidalgo .

¡Hola, visitantes de este blog!

Algunos ya sabéis ´lo que me suele suceder, en estos casos. En cuanto comienzo el comentario a un capítulo del Quijote, recibo la fantasmal visita de algún quijotesco personaje secundario que, de manera misteriosa, tras viajar por los canalículos de Internet, asoma por la pantalla del ordenador. El último fue un hombre de campo, el que recoge al viejo hidalgo, tras su primera salida, sin Sancho.

Espero un poco, que alguien me visitará.

Sí, es lo de otras veces, oscila la imagen... ¡Es una jovencita! Me parece que ya sé quién es, no puede ser otra. ¡Antonia Quijana! Escuchémosla.

Le presento mis respetos, señora mía. Como vuestra merced dice, soy Antonia Quijana, la sobrina de Alonso Quijano, tal vez lo conozca con ese disparatado nombre de don Quijote de la Mancha. El libro impreso por Juan de la Cuesta no da muchas pistas acerca de mi persona, a pesar de ser el único familiar de mi querido tío, hermano de mi difunta madre.
Ya sabe voacé: vivo en su casa, en una innominada aldea manchega y no llego a los veinte años. Siempre aparezco con mi querida ama, a la que me siento muy unida pues, aunque ese grueso volumen no lo diga, fue mi nodriza.

Pronto su merced sabrá de las aventuras o desventuras de mi señor tío, mas ahora he de darle a conocer como mi querida ama emuló al Santo Oficio, quemando aquellos malditos libros suyos, los de caballerías. Yo no se lo reprocho.
De haberlos achicharrado antes, no se hubiera achicado mi patrimonio. ¡Ay, aquellas hanegas de sembradura!


En esta ocasión, he de relatarle el "donoso y grande escrutinio" que tuvo lugar , en mi casa, aquel día.
Mi tío llega a casa molido como una alheña, lo había recogido un caritativo vecino. En casa, tenemos la visita del señor cura y de Maese Nicolás, el barbero más lector de la Mancha. Les acabo de contar el mal de mi tío, el cual da en leer día y noche , sin descanso. Y en querer atravesar paredes con la espada...Menos mal, que el agua fría le deja sosegado.
Tras el recibimiento, le conducimos al lecho, le damos de comer y le dejamos dormir.
El cura me pide las llaves del aposento de "los libros autores del daño". Entramos y hallamos más de cien libros grandes y otros pequeños, una importante y costosa colección. ¡Ay, las hanegas de mi corazón!
Mi ama los ve, sale muy apriesa y torna con una escudilla y un hisopo. Y pide a don Pedro que rocíe el aposento, no vaya a andar algún encantador por allí, que en esos libros hay muchos. El licenciado se ríe de la simplicidad del ama, no entiendo por qué lo hace. ¿Y el diablo ese con que nos amedranta en el púlpito? Diablo o encantador ¿qué más da?
Don Pedro pide al barbero que le vaya entregando los libros uno a uno, pues considera que no todos merecen el castigo del fuego. Yo no estoy de acuerdo, el ama tampoco. Todos son dañadores, han de ir a la hoguera sin contemplaciones. 
El cura ha de leer los títulos. El primero que le entregan es el de "Los cuatro de Amadís de Gaula ". Es el primero de caballerías impreso en España y los demás han tomado principio de él, por ello considera el licenciado que ha de arder. Mas el barbero lo defiende , es el mejor de todos y se le debe perdonar, "como a único en su arte". 

Ya nadie recuerda que mi tío me enseñó a leer con él, a manera de Catón. Más tarde disfruté yo también, con el gran Amadís, fruto de los amores furtivos del rey Perión con la princesa Elisena y ... nada más , que de eso nada ha de saber una doncella.

Siguen con el donoso escrutinio, ahora toman "Las sergas de Esplandián", hijo de Amadís. Mas no le vale al hijo la bondad del padre, es el primero que va de la ventana al corral, listo para la hoguera. Aquella embarcación volante, cuando Esplandián mata a tres gigantes, la península de California...sí también le eché una ojeada, muy por encima...

Amadís de Grecia, Don Olivante de Laura, Florismarte de Hircania , El caballero Platir y El caballero de la Cruz, todos condenados al fuego, tras darnos pelos y señales de su contenido.


¡Este cura se lo sabe de pe a pa! Que si Pintiquiniestra, que si Darinel, que si " las endiabladas y revueltas razones de su autor". Ay, don Pedro, mucho predica voacé.

Cuando mi tío terminaba un volumen y lo arrojaba al suelo, ahí estaba yo, harta de menear bolillos. ¡Los cogía al vuelo! Mientras el ama trajinaba en el corral o en el huerto, me entretenía un poquillo, sin perder de vista la olla de algo más vaca que carnero o la del salpicón. ¡Son tan escasas las distracciones lícitas en la vida de una joven hidalga!


Van arrojando más libros; mas los de Carolo de la Francia van a un pozo seco, hasta que se decida qué hacer con ellos. Reinaldos, los Doce Pares, Turpín...no estaban nada mal. ¿Qué dice voacé? ¿Que si los leí todos? Todos, todos, no.



A continuación, la emprenden con los Palmerines, el de Oliva y el de Inglaterra. La oliva va al corral y la de Inglaterra han de guardarla como un tesoro. El cura dice que sólo la palma inglesa y el Amadís han de salvarse. Todo lo demás al fuego.

Maese Nicolás quiere salvar al Belianís de Grecia, que aparece en ese momento. Don Pedro dictamina que necesita "purgarse", que se lo lleve a casa el barbero y no se lo deje a nadie. A nuestro rapabarbas le place, cómo a mí me plació lo de Florisbella. Uy, se me escapó.


Y sin cansarse más, manda al ama que tome los grandes y dé con ellos en el corral. La buena mujer toma ocho de una vez y se le cae uno al pie del barbero. Es la Historia del famoso caballero Tirante el Blanco. El cura dice haber hallado "un tesoro de contento y una mina de pasatiempos", que "aquí comen los caballeros, y duermen y mueren en sus camas, y hacen testamento antes de su muerte", algo que los otros libros no contemplan. ¡Se salva, válame Dios! ¡Se salva el más aburrido!


Ya no quedan sino los libros pequeños, los de poesía. Don Pedro piensa que estos no harán daño y yo protesto. No quisiera que mi tío abandone sus intenciones de ser caballero andante para hacerse pastor y andar cantando por los bosques. O poeta, que ese mal no se cura nunca, según he oído decir.

Me hacen caso y comienza el escrutinio de las tres "Dianas": la de Montemayor, la llamada del Salmantino y la de Gil Polo. Todos son alabanzas para la primera y la tercera. La segunda va al fuego. No veo yo con tan malos ojos a esa Dianilla salmantina , casi tan buena como las otras dos.



Siguen con otros que no tuve tiempo de leer. Una de ellas, Los diez libros de Fortuna de amor, la aprecia el cura más que a una sotana de lana florentina . Parece agradar al reverendo, aunque si la considera "disparatada"...Si al reverendo le place, a mí...



Ahora están con la Galatea de Cervantes. No la queman, la tendrá reclusa el barbero, a la espera de la segunda parte, a ver si concluye algo. Disfruté con los desdenes de esa bella pastora que no quiere someterse al yugo amoroso, qué valiente mujer.



El barbero muestra juntas tres obras de verso heroico : La Araucana , La Austríada y El Monserrato. No me interesaron cuando se los vi leer a mi señor tío. Me placen más los enamorados que los héroes. El cura dice que son de lo mejor, dando un disgusto a mi buena ama.

Ya sólo quedan "Las lágrimas de Angélica", una historia que yo leí como si fuera una continuación del "Orlando furioso". Lágrimas derramaría el cura si tal libro fuera para a la hoguera.




Perdóneme señora mía, pues leo en sus miradas lo que quiere decirme. ¿Por qué quiero que se quemen esos libros si yo los he leído y con agrado?

¿Hipócrita me llama? No, vuestra merced ha de comprenderme, es por la salud de mi querido tío y ...es que no quiero que se vaya por ahí de caballero andante. Sola en este caserón, oyendo los aullidos del galgo, hilando, bordando, meneando los bolillos, ayudando al ama, así día tras día.

Confío en que algún libro quede levemente chamuscado y pueda yo guardarlo para esos largos días que me esperan. ¿Analfabeta dice vuestra merced? ¿Dónde está escrito eso?

Quede con Dios vuestra merced, volveré a visitarla en otro capítulo . Ya sabe, el 6, 2 del Quijote.

Un abrazo para todos los que me visitáis de:

María Ángeles Merino



Entrada copiada del blog "La arañita campeña":


http://aranitacampena.blogspot.com.es/2011/06/pidio-las-llaves-la-sobrina-del.html

jueves, 29 de agosto de 2013

"Yo sé quién soy...y sé que puedo ser, no solo los que he dicho, sino todos los Doce Pares de Francia..."





Comentario al capítulo 1,5 del Quijote, titulado "Donde se prosigue la narración de la desgracia de nuestro caballero", publicado en "La acequia", en la entrada del 12 de junio de 2008.

Don Quijote no puede menearse y se acoge a su ordinario remedio. ¿Triaca? ¿Ibuprofeno? Borro lo último, que en el siglo XVII no conocían eso. Nada que se pueda preparar en la botica. Nuestro hidalgo acude a los registros de su memoria, donde están grabados, a fuego, los relatos de sus amados libros de caballería.

Mas, como en ellos no se da fe de tamañas derrotas, recurre al registro oral, al romancero. A ver, a ver, sí, aquel de Valdovinos, sobrino del marqués de Mantua, apaleado con su misma lanza, herido en la montiña y abandonado por Carloto, éste le vale para hacer su propia versión. Adelante con ella.




El narrador cree conveniente advertirnos de la falsedad de tal historieta, "no más verdadera que los milagros de Mahoma". Cide Hamete, estás en todo y don Miguel también.

María Ángeles, ya has escrito más líneas de comentario que las que van del propio capítulo, repórtate parlanchina. Te han pillado con hambre de Quijote.

A lo que vamos, los octosílabos le vienen de molde para expresar sus cuitas y, revolcándose en tierra, pregunta dónde está tal señora suya que no se duele de su mal, tan falsa y tan desleal. Sigue hasta el final, donde clama por el de Mantua.

Cuando está con "su tío y señor carnal" , qué mal suena eso, acierta a pasar por allí un labrador, vecino suyo, que viene del molino.



Ve a aquel hombre tendido, se acerca a él y le pregunta quién es y qué mal tiene.

La pantalla se mueve, me parece que tengo un visitante, de esos del limbo de secundarios, no que ya se clausuraron los limbos. Ahora que caigo, tal vez sea un purgatorio de personajes. ¿Tendrán que vagar, un tiempo, por los canalículos, a la espera de que alguien escriba de ellos?

Ahora veo, veo… ¡Es el labrador del que estaba escribiendo! Se nota que viene del molino, lleva los pies enharinados. Hable, buen hombre.

Con Dios, señora escribana. Ese chico, Andrés, me dijo que me pasara por aquí, que a vuestra merced le placen nuestras visitas. Mi nombre es Pedro Alonso y vengo de llevar dos talegadas de trigo al molino, dos arrobas cada uno, ya sabe.



Vuelvo apriesa a la aldea, me entretuve de más, la molinera diome conversación. Perdone vuestra merced esta licencia, que tal cosa no la escribió nuestro padre don Miguel. La molineras, ya se sabe...

Veo a aquel hombre tendido y, como buen cristiano, le pregunto quién es y qué mal siente. No me responde y sigue hablando del hijo del Emperante y su señora esposa.

Admirado, le quito la visera, le limpio el rostro, cubierto de polvo y descubro al señor Quijana, un viejo hidalgo de mi lugar. ¡Me quedo como un pasmarote! Le pregunto quién le ha puesto así, pero no me contesta y vuelve a ensartar versicos.

Le quito los fierros por ver si trae feridas, ni sangre ni señal. Con no poco trabajo, le subo a su jumento. No se imagina vuestra merced cómo pesa un hombre a cuestas, pese a estar en los huesos. Hago un atadillo con los fierros, también con las astillas. El rocín de las riendas y el rucio del cabestro, sigo mi camino.

¡Qué disparates los del buen don Alonso! ¡Y qué ayes! De nuevo le pregunto por su mal y saca a bailar a un moro y a un alcaide. Voy maldiciéndome de oír tantas necedades. Loco, está para la casa del Nuncio... He darme priesa, que no hay quien sufra estos sermones.

¡Y me llama Rodrigo de Narváez! Y quiere que yo sepa que la mora es una dulce señora del Toboso y que por ella hará caballerías. Despacito, le hago saber que yo no soy tal caballero sino Pedro Alonso, su vecino. Y le recuerdo su nombre de señor Quijana, algo que no debe ser de su agrado. Porque mi hidalgo vecino afirma saber quién es y me da a entender, o eso me parece, que puede ser quien le plazca. Ya sean los doce Pares de Francia o los nueve de la Fama, que las hazañas de todos juntos no aventajan a la suyas.

Llegamos al anochecer, es mejor esperar a que esté oscuro, que no vean ansí al señor Quijana.


Entro en el pueblo, hasta su casa. La encuentro toda alborotada, con la visita del señor cura y del Maese Nicolás, el barbero. El ama pregunta al señor licenciado, a voces, qué le parece la desgracia de su señor. La mujer se lamenta, ha tres días que falta su señor y , bien segura está, han sido los libros los que le han vuelto el juicio; que ella recuerda cuando don Alonso decía que iba a hacerse caballero andante, para ir en busca de aventuras. "El más delicado entendimiento de la Mancha" dice que era su señor y no le falta razón, así era. Y que malditos sean tales papelotes , con Satanás y Barrabás han de estar, no con la gente cristiana.



La sobrina habla con maese Nicolás, el barbero de nuestro pueblo, más amigo de charlas y lecturas que de enjabonar barbas. Cuenta la mochacha que su señor está , muchas veces , leyendo  dos días enteros, al cabo de los cuales, arroja el libro, toma la espada, acuchilla las paredes y asegura haber muerto a cuatro gigantes que le han manchado con su sangre. Cubierto de sudor, que no sangre, se bebe una jarra de agua fría y quédase sosegado. Piensa la Quijana que debía haber avisado a cura y barbero, sus mejores amigos, para que pusieran remedio; que tales libros han de ser abrasados como herejes.


Al señor cura le gusta la idea; al fuego han de ir los culpables, mañana mesmo, en un acto público, que no den ocasión a otros.

Don Alonso y yo estamos ante la puerta y oímos todo eso. Acabo de entender la enfermedad de mi vecino, en cuyos ojos leo la indignación. Y ahora el loco soy yo, pues comienzo a decir a voces que abran "al señor Valdovinos y al señor marqués de Mantua, que viene malferido , y al señor moro Abindarráez, que trae cautivo el valeroso Rodrigo de Narváez, alcaide de Antequera." ¡Qué bien me lo tengo aprendido!

Sobrina, ama y amigos salen y corren a abrazar a su tío, señor y amigo; el cual pide que le lleven al lecho y llamen a la sabia Urganda que cure y cate sus heridas.

El ama maldice, ya sabía ella. Y no necesitan a la "hurgada" esa, sabran curarle ellas.

Le llevan a la cama , le catan las feridas, mas no hallan ninguna.Don Alonso dice que todo es molimiento, por una caída del caballo, peleando con diez jayanes "desaforados y atrevidos".

El cura oye lo de los jayanes y le crece el deseo de chamuscar libros.

Le hacen mil preguntas, a las que sólo responde que le den de comer y le dejen dormir.

El cura me pide que le cuente cómo hallé a don Quijote y así lo hago. Le repito todos sus disparates y pongo más deseo en él de hacer lo que hizo al día siguiente. Llamaría al barbero y...no digo más que lo que sigue no me corresponde.Me despido de vuestra merced, quede con Dios.

Un abrazo para los que aquí me visitáis de:

María Ángeles Merino


Copiado de "La arañita campeña"